La carretera

Crítica de Diego Lerer - Clarín

El viaje hacia ninguna parte

Viggo Mortensen es un padre que recorre con su hijo las rutas de un mundo post-apocalíptico en esta adaptación de la novela de Cormac McCarthy.

Cada día es más gris que el anterior y cada semana más fría, mientras el mundo lentamente muere”, dice El Hombre en la voz en off que recorre La carretera , la post-apocalíptica película de John Hillcoat basada en la premiada novela de Cormac McCarthy, el escritor de Sin lugar para los débiles . El texto ha sido modificado del original –la prosa de McCarthy es en extremo poética, imposible de ser puesta en palabras-, pero la idea es clara: el mundo muere y hay muy poco que El Hombre y su Hijo pueden hacer más que sobrevivir. Pero, ¿cómo?, ¿por qué?, ¿a qué precio? La carretera imagina un mundo devastado por algún tipo de cataclismo no explicado. Puede haber sido natural o causado por el hombre, lo cierto es que las ciudades están abandonadas, los árboles caen y mueren, el sol casi no sale y la raza humana se ha prácticamente extinguido. Los pocos sobrevivientes siguen recorriendo rutas casi sin destino: buscando comida, tratando de evitar a lo que consideran la mayor plaga, los caníbales, escapando del fin del mundo o acaso yendo hacia él.

El Hombre y el Niño (Viggo Mortensen y Kodi Smit-McPhee) han dejado atrás, hace años, una vida familiar que el filme pinta como idílica en escenas que no están en la novela y que sirven, si se quiere, para alivianar un poco el denso y fatalista recorrido del filme, además de dotar de un rasgo humano y reconocible al drama. Hubo un tiempo que fue hermoso, con una Madre (Charlize Theron) y un futuro posible, pero todo eso concluyó. Y ahora sólo queda seguir el viaje hacia ninguna parte.

Para el padre, hay dos objetivos: llegar hasta la costa esperando encontrar allí algo, y proteger al hijo, aunque eso implique matarlo antes que entregarlo a potenciales zombies que comen todo lo que encuentran a su paso. Y un tercero: hacer ese recorrido siendo parte “de los buenos”, de los que “llevan el fuego”, los que conservan eso que los hace humanos. Con el paso del tiempo y las complicaciones del viaje, será difícil saber cuál es el límite que separa a “buenos” de “malos” en una descarnada y paranoica lucha por la supervivencia.

El australiano John Hillcoat, director del western Propuesta de muerte , consigue trasladar visualmente –con la ayuda del director de fotografía español Javier Aguirresarobe y de los diseñadores de producción- el clima ominoso de la novela de McCarthy. El mundo es un lugar desolado y desesperante, desprovisto de luz y de color, frío, amenazante y gris, siempre gris. Y también es muy respetuoso del laconismo de la novela. Pocas palabras, pocos incidentes: con transmitir la angustia y lograr que el espectador se conecte con ese padre y ese hijo alcanzará para que el asunto funcione.

Hillcoat no llega a transformar a La carretera en una obra maestra (alguien decía que haría falta un Tarkovsky para lograrlo) ni para convertirla en una película amable o accesible. Se puede decir que es una película de terror, pero sin casi ninguno de los elementos típicos del género. Es un terror palpable, de miedo a la soledad, al silencio, al fin de las cosas. Pura angustia.

Pero en el fondo, y más allá de la circunstancia, se podría decir que el filme y la novela tratan sobre la relación entre un padre y su hijo, sobre lo que uno está dispuesto a hacer por el otro, sobre ese lazo de protección que puede transformarse, sin quererlo, en una trampa. Viendo enemigos en todos lados, eligiendo la confrontación como ideología para sobrevivir, el padre intenta llevar a su hijo a través del desierto hacia la Tierra Prometida, pero sabiendo que el destino es incierto y aún más para él. Si hay un futuro -y quien sabe si lo hay-, será para los que logren ver el mundo con ojos nuevos.