La carrera de Brittany

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Esa moda que en los ’80 se conoció como aerobismo reencarnó hace unos años con carácter cuasi religioso y nombre acorde a la globalización, esa nueva etapa de colonización cultural. El running, evangelizan sus devotos -los runners, claro- es mucho más que correr: es una aventura espiritual, un manantial de valores, un método de autoayuda poco menos que infalible. En las redes sociales y los medios se suele propagar ese ejercicio físico como un acto tan sagrado como épico. Y así está enfocado en esta historia de superación, de lucha contra las propias limitaciones, que es La carrera de Brittany.

El director y guionista Paul Downs Colaizzo (que, después de un éxito en el off Broadway que lo llevó a escribir para televisión, debuta en cine), se inspiró en una amiga para crear al personaje del título. Una gran protagonista, generadora de empatía automática: la clásica gordita graciosa y perdedora que es tan capaz de reírse de los demás como de sí misma. Pero como buen cómico triste, debajo de las bromas guarda frustraciones con su cuerpo y su vida. La salida será el entrenamiento, primero modesto y luego con un objetivo mayúsculo: el Maratón de Nueva York.

Todo esto suena pésimo, pero hay que decir que los dos primeros tercios de la película son cautivantes gracias al solvente manejo de un tono agridulce, entre gracioso y deprimente, el cariñoso tratamiento de los personajes y la buena interpretación de Jillian Bell. La historia sale a flote mientras navega las aguas del autodescubrimiento, de la pelea de Britanny consigo misma, y de la comedia romántica (gracias a una revelación llamada Utkarsh Ambudkar).

Pero llegado un punto, el guion da un giro sacado del manual de fórmulas de Hollywood y se plaga de enseñanzas, diálogos esclarecedores, reflexiones edificantes, corrección política. Todo se estira demasiado y cuesta digerir que ese tramo final sea una publicidad del Maratón de Nueva York -no casualmente se corre en breve, el 1ro de noviembre- y alguno de sus patrocinadores. Así que la línea de llegada de La carrera de Brittany se cruza con la lengua afuera y menos satisfacción de la que dicen sentir los apóstoles del running.