La cárcel del fin del mundo

Crítica de Fernando López - La Nación

Testimonios de un fin del mundo que se ha querido olvidar

No era tarea sencilla la que se propuso Lucía Vassallo al encarar este documental sobre el tristemente célebre presidio austral que tuvo otros nombres oficiales, pero quedó definitivamente asociado al del faro de la novela de piratas de Julio Verne.

Aunque su historia ha estado desde un comienzo estrechamente ligada a la de Ushuaia -a la que precedió y tanto, que fueron los presos quienes aportaron la mano de obra barata para su edificación-, prácticamente no se han conservado archivos ni documentos oficiales, por lo que la reconstrucción de su pasado exigió el laborioso armado de una suerte de rompecabezas sobre los testimonios ya existentes. A esa tarea contribuyeron desde estudiosos hasta descendientes de trabajadores del penal y aun los propios presidiarios -éstos a través de cartas, fotografías, artesanías, música, poesías.

La Colonia Penal al Sur se construyó en 1883. Al año siguiente, en esa misma zona deshabitada del fin del mundo fue fundada Ushuaia. Se comprende que durante muchos años el solo nombre de la ciudad evocara la idea de cárcel. Tierra helada y remota, rodeada de bosques laberínticos que por sí mismos, sumados a la crudeza de un clima gélido y ventoso, ya suponían una muralla que aseguraba el confinamiento y desalentaba cualquier ilusión de fuga.

Allí, desde entonces hasta 1947 -cuando fue cerrado, transferido a la Marina y convertido en base naval-, el penal no sólo albergó a toda clase de delincuentes comunes, entre ellos, los más peligrosos, sino también a prisioneros políticos. Entre los primeros figuran varios muy conocidos, como Santos Godino, el famoso Petiso Orejudo, asesino serial que había matado a cuatro menores de 4 años y cuya muerte en 1944 generó hipótesis diversas, entre ellas la que supone que la causa fue la furiosa paliza que recibió de sus compañeros del penal por haber torturado el gato que tenían como mascota. O como Mateo Banks, un chacarero en bancarrota que en 1922 mató a seis familiares y dos peones que trabajaban para él y es considerado el primer múltiple homicida argentino. Entre los confinados políticos estaba Simón Radowitzky, el anarquista autor del atentado que causó la muerte del jefe de policía Ramón Falcón.

Sin innovar demasiado en la forma ni añadir excesivas novedades a lo ya sabido sobre su historia, el film se acerca a la descripción del (angustioso, desesperanzado) día a día de los reclusos, apoyándose en los relatos de los testigos y en la palabra de los confinados. Las diversas voces (ya sean tramos de cartas, ya recuerdos de antiguas maestras, ya exponentes de alguna labor artesanal) encuentran su encadenamiento en las intervenciones de Carlos Pedro Vairo, que es una autoridad en el tema porque ha dedicado muchas horas a investigar esta historia que se busca olvidar, es desde hace tiempo director del Museo Marítimo y Presidio de Ushuaia y asume el papel de guía por el interesante y bien expuesto recorrido que el film propone.