La canción de París

Crítica de Marcelo Pavazza - Crítica Digital

Apenas algo de música y simpatía

Odiada en Estados Unidos (desde el 11-S, y salvo honrosas excepciones, lo que llega de Francia es vilipendiado en Norteamérica), La canción de París intenta reproducir con éxito dispar la atmósfera del anterior –y muy exitoso– film de Barratier, Los coristas. Aquí, el “faubourg” del título original es el barrio en donde languidece el Chansonia, un teatro de music hall que ha pasado de vivir sus mejores días y, tras su cierre, deja a los protagonistas sin trabajo. El utilero Pigoil (Gérard Jugnot), el electricista y hombre de acción Milou (Clovis Cornillac) y Jacky (Kad Merad), un imitador sin talento, intentarán reflotar su gloria luego de un arreglo con Galapiat, mafioso del barrio y dueño del local. Es 1936 y París está convulsionada en lo político, con la llegada del Frente Popular al poder y el recrudecimiento de la lucha entre la izquierda y una derecha en auge. Telón de fondo sólo decorativo, ya que lo importante aquí es la aparición de Douce (luminosa Nora Arnezeder), una joven adorable de la cual quedan prendados tanto Galapiat como Milou, con el consiguiente conflicto que de ellos nace. Barratier cuenta el cuento lujosamente –la producción impresiona–, pero también con un edulcoramiento que diluye los apuntes sociales y el trasfondo político en un film “con canciones”, algunos golpes bajos y personajes simpáticos y unidimensionales.