La caja mortal

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

La obra de un enrarecedor del cine

A partir del cuento “Button, Button”, de Richard Matheson, el director de Donnie Darko construye un relato en el que abundan las subtramas, a cual más inquietante: para ello cuenta con el invalorable aporte de Frank Langella y Cameron Diaz.

Con su debut a los 26 años, el nativo de Virginia Richard Kelly generó un culto instantáneo, fusionando angst adolescente, sátira social, cine catástrofe y delirio lynchiano, en una bomba de fragmentación cinematográfica llamada Donnie Darko (2001, inédita en Argentina). Un lustro más tarde, Kelly pasó del culto a poco menos que el escarnio público, de la mano de la aparatosa desmesura de Southland Tales, editada en Argentina en DVD con el título Las horas perdidas. Ahora Kelly presenta la que aspira a ser su película más “normal”, producida en el seno de la industria con ambiciones de masividad. Que La caja mortal esté muy lejos de lo que puede considerarse normal, industrial y masivo es típico de este verdadero enrarecedor cinematográfico llamado Richard Kelly.

La primera de sus películas que no parte de material propio, The Box está basada en el cuento “Button, Button”, publicado a comienzos de los ’70 por el gran Richard Matheson. Sólo basada: amante de las proliferaciones, al cuento de Matheson, Kelly le superpuso varias líneas de relato. El resultado es bastante más arborescente que el original, variante del mito fáustico en general y del clásico cuento fantástico La pata de mono en particular. Una mañana luminosa, alguien deja un paquete en la puerta de la casa del matrimonio Lewis, integrado por Norma, profesora de literatura (Cameron Diaz), y Arthur, ingeniero aeronáutico (James Mardsen). El paquete contiene una caja, la caja tiene un botón. Al día siguiente, el remitente, un tal Arlington Steward, que perdió un pedazo de cara en un accidente (Frank Langella, siniestro e imponente, como de costumbre), les explica cómo funciona la cosa. Sólo tienen que apretar el botón para recibir un millón de dólares. Pero, claro, cuando lo hagan, en otra parte del mundo alguien morirá.

En proverbial decisión a contramano, Kelly convirtió esta fábula moral en autobiografía, poniendo a sus padres en el papel de los protagonistas y ubicándola en 1976, un año después de su nacimiento. El padre de Richard trabajaba en la NASA y soñaba con viajar a Marte: otro tanto sucede con Arthur. La madre sufrió un absurdo accidente que le dejó un pie mutilado, y eso le pasa a Norma aquí (virando de la preocupación a la angustia, de la angustia a la culpa y de la culpa al autosacrificio, Cameron Diaz se constituye en centro emocional del relato). En qué ayudan a la película esas subtramas es la clase de cuestiones que Kelly no suele plantearse. Mientras tanto la línea principal crece en sus alcances, con Langella funcionando como espía y demonio a la vez, a cargo de un ejército de autómatas que practican ritos extraños. Es como si La pata de mono derivara en Los usurpadores de cuerpos, tras hacer escala en Ultimátum nuclear.

¿Es La caja mortal un desastre de proporciones? Sólo, tal vez, para los puristas del guión. Pero una película es siempre más que eso y La caja mortal logra ser inquietante (¿quién es esa gente que asoma por las ventanas?), desconcertante (¿qué son esas maquetas que de pronto cobran vida?), grotesca (¿cómo es que Steward parece escapado de un retrato de Francis Bacon?), curiosa (¿a qué se debe esa epidemia de hemorragias nasales?), extraña (¿quién es ese alumno de Norma, que de pronto aparece como camarero en una fiesta?), pretenciosa (¿por qué se cita tanto a Sartre?) y francamente siniestra (¿realmente los Lewis van a terminar asesinándose entre ellos?). En otras palabras, cuando se ve La caja mortal pasan cosas. Y eso no es algo que suceda seguido en el cine.