La cacería

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

Cuando el rumor es más fuerte que la historia, se imprime el rumor

Vinterberg invierte el dispositivo de su primera película. Mientras La celebración desarticulaba la mecánica del silencio frente al incesto, La cacería intenta establecer la cartografía creciente del rumor: un ruido molesto que corre y se extiende como una epidemia. De la mentira a la calumnia, de la amistad al ostracismo, el director examina los sobresaltos morales de un pueblo cuando uno de sus habitantes es acusado de tener contactos sexuales con una niña. El mutismo ante el incesto que permitía conservar una fachada armoniosa se convierte en este caso en un rugido gregario que hace estallar los vínculos sociales.

Lucas es auxiliar en un jardín de infantes de un pueblo suburbano bordeado por un gran bosque en el que practica la caza en compañía de sus amigos, una banda de alegres bebedores. Entre ellos está Theo, padre de la pequeña Klara que frecuenta el jardín donde trabaja Lucas. El torpe retrato de la condición masculina del protagonista atormentado por contradicciones insolubles entre un trabajo reservado a las mujeres y el más viril de los pasatiempos, se diluye rápidamente en un encadenamiento de secuencias demasiado literales y subrayadas con las que el director plantea su denuncia. Primero vemos a Theo y a su mujer discutiendo delante de la niña, mientras el hijo mayor corre por la casa con una pantalla digital en la que la pequeña ve la imagen de un pene erecto; el mismo día, Klara besa a Lucas en la boca y le ofrece un pequeño corazón de cartulina, a lo que el maestro responde con delicadeza y respeto; por la tarde, la niña le cuenta a la directora que Lucas se exhibió ante ella.

La película presenta, sin matices, el naufragio social de un hombre íntegro ante la desconfianza y el desprecio de sus conciudadanos. Vinterberg fuerza al espectador a tomar partido: Lucas es inocente, sin la menor duda; la directora es una vieja detestable y estúpida que toma al pie de la letra el comentario de una niña desconcertada; los padres de los alumnos son verdugos que no obedecen a ningún juez. El retrato de la comunidad es exasperante, los habitantes del pueblo son una caricatura: sordos ante las evidencias y demasiado contentos de haber desalojado el Mal a imagen de las cazas de brujas ancestrales. Una vez que el germen está inyectado, nada puede contenerlo; la niña se retracta, pero los adultos lo toman por vergüenza. Las reacciones, que devienen en una suerte de linchamiento con escenas violentas, son muy poco realistas. Si bien la ausencia de reflexión está en el centro de la propagación de los rumores, la insistencia del director por mostrar sólo la bajeza humana ante la dignidad de su héroe encierra a toda la película en un maniqueísmo fácil.