La cacería

Crítica de Alejandro Castañeda - El Día

Nenes que fabulan y maestros que sufren

El danés Thomas Vinterberg (“La celebración”) nos habla otra vez de hogares destruidos por terribles secretos. Y lo hace con un filme incómodo y difícil, muy respetuoso en la presentación de un tema como el de la pedofilia y muy inquietante en su planteo: será cierto –pregunta- que los chicos nunca mienten. Aquí estamos ante la denuncia de una nenita fabuladora y solitaria que, acaso por despecho, cuenta que fue abusada por su padrino y mejor amigo de su padre, un ser muy cercano a ella, el único que le hacía compañía cuando sus padres reñían. A partir de esa denuncia, el jardín de infantes, los padres de los otros alumnos y al final todo el pueblito se hacen eco de esta acusación y acabarán arrinconando a este maestro solitario y golpeado, con un divorcio a cuestas y un estoicismo a toda prueba, un ser que acepta como un fatalismo semejante pesadilla. Tema difícil, bien formulado, con escenas creíbles, personajes ciertos y clima agobiante. Algunos subrayados innecesarios (enterrar el perro bajo la lluvia; la escena en el supermercado; la misa) le van quitando rigor y transforman lo que era una implacable película de terror en un melodrama pueblerino de menos vuelo. Pero el filme vale porque invita a reflexionar sobre los prejuicios, la huidiza verdad, la malévola tendencia de la gente a creer siempre lo peor, el contagio que genera algo así entre los demás chicos del jardín.

Un filme serio que en su ambiguo final deja flotando varias preguntas. Habla de esos niños diabólicos que por imaginar tanto no pueden distinguir entre la realidad y la fantasía. Y pinta la oculta maldad de esos pueblos que parecen necesitar algún chivo expiatorio para poder descargar sus furias, sus borracheras, sus aburrimientos, su intolerancia y sus vacíos.

La caza es la alegoría: los niños se convierten en jóvenes cuando reciben un arma y salen solitos al bosque. El filme, desde el título, pretende ir más allá del ataque a ese maestro. Quiere decirnos que los ciervos y los hombres a veces están desamparados ante la malicia de los que manejan los rifles.