La cabaña del terror

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Del filme con guión y realización del debutante Drew Goddard, con ese apellido, aunque le sobre una “D” en el medio, esperaba otra cosa. Qué inocente ¿no? Intenta romper con lo que se supone es dable de esperar en el género al que se inscribe, lográndolo apenas, y con gran esfuerzo como aporte por parte del espectador.

Convengamos que la traducción correcta del título original “The Cabin In The Woods” sería “La cabaña en el Bosque”, y uno podría suponerla como una versión fílmica de la serie de TV de los ‘70 “Litlle House on the Prairie”, más conocida en Argentina como “La Familia Ingalls” Pero parece que el 2013 me agarro más ingenuo que “Heidi”, o que su abuelo, en mi caso en particular.

La película esta estructurada en dos tramas que compiten entre ellas por querer terminar siendo la principal, desplazando a la otra a una posición más franca de subtrama. Si bien la última secuencia une los criterios y plantea una resolución de este conflicto interno del texto, la última imagen lo vuelve a dar por tierra.

Ambas tramas, o ninguna de las dos, no van a pecar de original, por un lado el catalogo de lugares comunes cinematográficos de una, que se entrecruza con lo poco excepcional desde lo literario de la otra.

Primera historia: Cinco típicos jóvenes de clase media yankee deciden ir a pasar un fin de semana a la cabaña del primo de uno de ellos, lejos de la mirada “moral” de la sociedad, ¿Acaso no la vio ya? Este grupo esta conformado por el bello Curt asumido por Chris Hemsworth, el único del grupo con algunas experiencias cinematográficas, pues todos los demás provienen de la TV yankee con muy poca o nula incursión en el cine. Junto a él encontramos a su novia Jules (Anna Hutchison) algo así como la rubia versión apta para casi todo publico de Nurse Lovelace, el personaje de “Garganta Profunda” (1972), puesta para, como siempre sucede, “Crimen y Castigo”. Con ellos están la bella, buena, inteligente y dolida Dana (Kristen Connolly), Holden (Jesse Willams), el candidato a reparar ese corazón roto, y el nerd que nunca falta, Marty (Franz Krnaz), ese que parece colgado de la palmera pero quien mejor registra la realidad que los circunda.

A ellos les pasará todo lo que tiene que pasarle a un grupo de estas características en un filme encuadrado en el género del terror, empezando por el encuentro con un ser detestable, dueño de una estación de servicio, hasta transitar por caminos que no figuran en ningún mapa, ni pueden ser encontrados por ningún GPS.

Ya instalados, por fin en la cabaña, serán victimas de todo tipo de engendros del mal habido y por haber, a la usanza del terror peor entendido, donde los sobresaltos estarán propiciados por las irrupciones sonoras en volumen exagerado y/o la poca visibilidad de algunos planos.

Entonces, y sólo entonces, la primera secuencia del filme toma sentido, habiendo habido saltos espaciales entre la historia de los jóvenes en el bosque y la otra que transcurre en una especie de recinto científico, ante la primera imagen en las pantallas que posee ese “laboratorio”. Estamos en presencia de aquello que intenta hacer de diferente el responsable primero y último del filme, todos los jóvenes están siendo manipulados por otras personas a las que no ven ni conocen.

También se los diferencia no por los grupos etarios a los que pertenecen, sino por la calidad de los actores. En este segundo grupo, los encargados del lugar son Sitterson (Richard Jenkins, reciente ganador del premio Oscar), Hadley (Bradley Whitford), y como la jefa suprema en una aparición muy pequeña, en un personaje llamado La directora, Sigourney Weaver.

Los segundos manipulan a los primeros, ni siquiera como conejillos de indias, por simple posibilidad de hacerlo, hacen apuestas sobre el destino de los infortunados, para después cerrar de otra manera.

Lo que parecía ser toda una licencia hacia el humor, como lo instalo en los años ‘90 “Scream” (1997), pero en este caso bastante fallido.

Si ha eso le sumamos la mala utilización de la vertiente literaria lovercraftiana, donde el terror es instalado desde lo externo de los personajes, así aparecen monstruos, zombies, y todo tipo de banalidades a las que determinado publico es adepto y hacia quienes va dirigida esta producción.