La bóveda

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

Los ladrones más inexpertos

Dueñas de historias básicas y directas, y con la acción contra el tiempo como único centro narrativo, las “heist movies” (“películas de golpes”) ensayan un regreso sin gloria en este thriller de tintes paranormales que regurgita algunas de sus fórmulas sobre el molde narrativo de una de terror y que se estrena en la Argentina gracias a la presencia de James Franco en un rol de reparto mucho menor al que presagian los afiches y la información de prensa. Difícil entender qué hace un actor reconocido y popular en una película absurda y sin sentido, encerrado en un relato incapaz de construir tensión y mucho menos de asustar, y víctima del guión con la vuelta de tuerca más involuntariamente hilarante que se haya visto en años. ¿Tan mal anda Franco para laburar en semejante film de baja estofa? Algunas teorías: un error, una necesidad económica, la devolución de algún favor o, por qué no, el morboso placer de participar en una producción digna de Tommy Wiseau, aquel director al que le dio vida en The Disaster Artist para recrear el rodaje de la que es considerada la peor película de la historia, The Room. 

En las heist movies las cosas pueden salir mal. Para evitarlo, nada mejor que planear. Puede ser antes o después del punto cero del relato, pero las bandas llegan al golpe sabiendo, como mínimo, dónde están y qué tiene que hacer cada uno de sus integrantes. Este cronista no recuerda a unos ladrones tan inexpertos como los de La bóveda, salvo en aquellos casos en los que esa inexperiencia funciona como elemento humorístico. Las chicas y los hombres entran al banco sin saber absolutamente nada. Bastaba con googlear para enterarse que allí, unos 35 años atrás, un ladrón terminó prendiéndose fuego junto con los rehenes al verse rodeado por la policía. Fue, según se ve, uno de esos casos históricos que, como el robo al banco de Acassuso en 2006, ocuparon tapas de diarios y revistas durante semanas. Pero los muchachxs viven en un termo y reinciden, como si no existiera ese principio básico de la física que dice que la misma acción en iguales condiciones genera una reacción similar.

Para colmo, parece que aquel asalto dejó más huellas que las impresas en los medios. Tres empleadas renunciaron porque vieron y escucharon cosas paranormales, tal como le dice el gerente a una de las cabecillas de la banda, infiltrada en el edificio con la excusa de una entrevista laboral. De haberlo sabido, seguramente se hubieran negado cuando un hombre que se presenta como empleado (Franco) les dice que hay más plata en la bóveda. Peleíta va, insulto viene, los ladroncitos terminan dividiendo tareas y bajando hasta el subsuelo. A partir de acá la película le suelta la mano a la trama delictiva para abrazar otra que apelotona lugares comunes del terror, incluyendo visiones fantasmagóricas, posesiones y suicidios inducidos que asustan sólo por los efectos de sonidos que los acompañan. Filmada con la pereza reglamentaria de la chacinería de los sustos, La bóveda reserva para su desenlace una trampita digna del peor realismo mágico.