La botera

Crítica de Marcelo Cafferata - El Espectador Avezado

Así como en diversas producciones vamos viendo cómo se modifica la participación de los personajes femeninos en ciertos ámbitos y han comenzado a procurarse un nuevo lugar y hasta generar un nuevo lenguaje cinematográfico a partir de este empoderamiento y los vientos de cambio que se viven en la actualidad, en “LA BOTERA” su directora, Sabrina Blanco, en ese mismo sentido, logra trazar un relato adolescente completamente en las antípodas de los estereotipos de cualquier película “coming of age”.
El relato está centrado en Tati (un maravilloso trabajo de Nicole Rivadero que carga con el peso de la película sobre sus espaldas) una adolescente que vive en la Isla Maciel y que transita con varios problemas este momento en donde ha dejado de ser niña y debe comenzar a transitar los primeros pasos en la construcción de su rol de mujer.
Tati parece no poder encontrar un lugar en donde sentirse a gusto: problemas en el vínculo con su padre –en donde ella parece tener que ser la madre de su propio padre, marcándole ciertos compromisos y obligaciones que él sistemáticamente elude y él tiene una fuerte imposibilidad de comprenderla-, en el manejo de sus estudios –al inicio de la película vemos una secuencia donde una maestra intenta orientarla y aconsejarla dentro de su dispersión-, pero fundamentalmente con serios problemas para relacionarse con sus pares que la excluyen fuertemente del grupo de amigos.
La cámara sensible de Blanco va “persiguiendo” a nuestra protagonista, de forma tal de ir adentrándonos en cada uno de los detalles de su vida privada, en donde iremos descubriendo un despertar sexual que será todo un camino de aprendizaje, entre ensayo y error, sumado a su necesidad de buscar una figura materna, de contención, que la encuentra en cierto modo, en la mujer a cargo del merendero en donde Tati colabora.
Pero lo único que quizás tenga claro en este momento de tanta hostilidad que siente del entorno para con ella, es su fuerte deseo de ser botera en las aguas del Riachuelo –trayecto que cruza de la Isla Maciel al barrio de La Boca-, a pesar de todas las recriminaciones y advertencias de su padre. Varios son los puntos salientes de esta ópera prima de Sabrina Blanco en donde no cae en ninguno de los lugares comunes en los que se suele representar a la marginalidad o a las clases más carenciadas.
Blanco no solamente apunta con ciertos guiños a la fuerte y dura carencia económica (falta de trabajo, la presencia del merendero comunitario allí en esos espacios donde la figura del Estado aparece como ausente, problemas con la asistencia médica en los hospitales, etc.) sino que se apoya fundamentalmente en la carencia emocional por la que Tati debe atravesar, sin una figura de contención ni un espacio donde pueda sentirse integrada.
Aparece como única figura amigable dentro de su entorno, su amigo Kevin, pero exceptuando algunos diálogos con él, el resto de los vínculos y hasta la propia geografía parece plantearse como un especio complejo, lleno de agresividad, intolerancia y exclusión. Ahí justamente es donde el guion de la propia Blanco evita sistemáticamente el subrayado o el golpe bajo y construye, contrariamente a lo que se muestra habitualmente, una historia a pura sensibilidad, con una gran honestidad y simpleza, mostrando los momentos cotidianos de Tati con una mirada amorosa, compasiva y comprensiva de su delicada situación.
De esa necesidad de crecer, de desarrollarse, de ir por sus pequeños sueños en un ambiente completamente adverso que parece hacerla, justamente valga la paradoja, remar contra la corriente. “LA BOTERA” se nutre de un interesante elenco de no actores para dar vida a los personajes de la película y generando automáticamente una profunda sensación de empatía que brota de ese naturalismo con el que van desarrollándose las escenas.
Con ese bote como metáfora que puede generar un sinfín de interpretaciones, Tati quiere en cierto modo llegar a la otra orilla, dar el salto, crecer. Y no se doblegará en cumplir su sueño, aun cuando la figura del botero se encuentre reservada no solamente dentro de un espacio masculino sino que para alguien de mucha más edad que ella, sumado a que es un trabajo completamente en vías de extinción.
De esta manera Blanco duplica la apuesta y genera un espacio de ruptura, completamente diferente para los roles femeninos que suelen mostrarse en otros productos del cine nacional. El guión opta por mostrar mujeres decididas a ocupar su espacio, a tomar decisiones y sacar los problemas adelante, en una representación que plantea una diferencia frente al típico esquema de mujer de clase baja sufriente y presa de las circunstancias.
Lo más valioso de la historia de Blanco es el oxígeno que le otorga a sus personajes para que desplieguen sus alas y puedan crecer y llegar, de alguna forma, a esa otra orilla que tanto anhelan.