La bicicleta verde

Crítica de Beatriz Molinari - La Voz del Interior

Una niña puede cambiar su mundo

"Me entregué a dios y tiene un lugar para mí", rezan las niñas en una escuela de Riad (capital de Arabia Saudita). Rezan con fruición, salvo Wadjda, la protagonista de La bicicleta verde. La niña de 10 años con uniforme rigurosamente negro, calza zapatillas tenis y es reprendida porque no sabe la oración. En la mochila lleva tesoros que descubren un mundo privado que contradice las sujeciones de la escuela, el estado y la religión. La pequeña es una chica inteligente y libre de espíritu.

El filme de la saudí Haifaa al Mansour desarrolla una historia que, a los ojos occidentales desprevenidos puede parecer costumbrista: Wadjda sueña con una bicicleta. El dato cobra intensidad y riesgo emocional cuando se sabe que en esa sociedad está prohibido que las mujeres, de cualquier edad, monten en bici.

A partir de ese objetivo se descubre su entorno familiar, la relación con un padre ausente y una mamá (Abdullrahman Algohani) que es maestra y, entre otras cosas, no se corta el cabello porque a él no le gusta. La mujer observa las reglas de una sociedad en la que los hombres tienen todas las libertades. Como los demás personajes femeninos, anticipa con gestos y miradas la disociación entre deber y deseo. Ellas, aun la rígida directora (impactante Ahd) viven en permanente contradicción cuando enseñan aquello que las hace padecer. Invisibles en lo social, educan para sostener ese orden injusto.

Wadjda desafía los mandatos y comparte juegos con su amigo Abdullah. La relación entre los chicos supera cualquier impedimento de género.

La película está narrada sin subrayados lacrimógenos. Tampoco hay discursos en uno u otro sentido. La realidad se desprende de las imágenes y su edición. Cuenta la directora que tuvo que filmar desde adentro de una camioneta con vidrios polarizados y nunca pudo salir a la calle con la cámara porque en su país, los cines están prohibidos, así como la convivencia de hombres y mujeres en el espacio público.

La crítica está planteada sin virulencia. De ahí que sea tan efectiva la actuación de la niña Waad Mohammed en el rol de Wadjda. Jirones de conversaciones entre mujeres, los planes del padre, el comportamiento del chofer, los castigos en la escuela, el Corán bellamente dicho en un contexto de opresión femenina, arman el mosaico de la película. La historia breve de una niña y su proyecto se amplía al vínculo madre e hija, y el espacio de libertad entre ambas.

La película se disfruta por la naturalidad con que evita el dramatismo y recuerda grandes momentos del cine nacido en la cultura de Medio Oriente, como Los niños del cielo (Mayidí, 1997, en persa); El espejo (Panahi, 1997); la sublime Persépolis (basada en la obra de la historietista Marjane Satrapi, 2007), entre otros.