La biblioteca de los libros olvidados

Crítica de Nicolás Pratto - Funcinema

CUALQUIERA PUEDE ESCRIBIR

Parte del cine europeo se sostiene mediante producciones que siguen un abc del género que resulte efectivo en la taquilla. Respecto a la comedia, siguiendo la tradición de la italiana Il sorpasso, se unen dos personajes distintos bajo una misma aventura. No pueden faltar las películas de tinte policial, bandera que alza en alto, en estos últimos años, España. Dichas producciones tiene un fiel público en las salas, que en Argentina corresponde en su mayoría a la tercera edad. Una trama sencilla y bien narrada, actores agraciados, intentando recordar a los Belmondo y Claudia Cardinale (porque para ver gente fea tenemos la vida real). Dicho cine no se mantiene gracias a su público, es en conjunto a las políticas de protección de distribución. Francia es uno de los principales ejemplos, país que nos cita aquí con la película La biblioteca de los libros olvidados.

“La vida de un crítico es sencilla en muchos aspectos, arriesgamos poco y tenemos poder sobre aquellos que ofrecen su trabajo y su servicio, a nuestro juicio”. Las palabras del gran crítico gastronómico Anton Ego trazan las características del protagonista, Jean Michel. Crítico literario y conductor de un programa donde recomienda nuevas obras, su palabra es temida y alabada de igual manera. Un día le llega un libro que resulta ser una gran obra, perteneciente a una biblioteca dedicada a obras rechazadas por las editoriales. Su autor, Henry Pick, falleció hace unos años, pero lo que le resulta dudoso a Michel es que todos desconocían su faceta de escritor, ya que era conocido por ser un pizzero. Descreyendo que alguien que amasa pueda tener tal prosa, empieza una investigación en busca del verdadero autor y, al fin, recuperar su credibilidad ya que ha sido despedido de su programa, y en su vida personal se separó.

La película logra generar intriga durante la búsqueda, en un principio, para ver caer el ego del protagonista; luego, siendo seducido por la duda y adentrándose en la investigación. Jean Michel no se encuentra solo, lo acompaña la hija de Henry Pick. Pese a sus diferencias, cada uno tiene algo que limpiar: su nombre, en el caso de él, y el de su familia, en el caso de ella. Los momentos entre ambos generan pasos de comedia bien implementados que le otorgan un respiro a la trama detectivesca.

Rémi Bezançon venía dirigiendo dramas de parejas, con tintes de comedia (Nos futurs, Un heureux evenement), y en esta ocasión explora lo policial sin olvidar la faceta cómica. Otorgándole a Fabrice Luchini un margen para que interprete al crítico obstinado, y su faceta detectivesca con roces a Closeau. Que finalmente continúa con la cita final de Ego: “No cualquiera puede convertirse en un gran artista, pero un gran artista puede provenir de cualquier lado”.