La biblioteca de los libros olvidados

Crítica de Juan Pablo Cinelli - Página 12

"La biblioteca de los libros olvidados", detectives del papel

Como un mago antes de realizar su acto, la película pone enseguida todas las cartas sobre la mesa pero sin revelar el truco: una historia de escritores con un misterio a resolver de corte policial.

No hay dudas de que entre los géneros narrativos (dentro y fuera del cine) el policial es tal vez el más popular y al mismo tiempo el que con mayor desinterés ha puesto sus herramientas al servicio de otros géneros. En la actualidad no es necesario que una película sea policial para organizar su estructura narrativa como si lo fuera, presentando un misterio que demanda ser resuelto y un par de personajes, no necesariamente detectives, empeñados en conseguirlo. En ese grupo se encuentra La biblioteca de los libros olvidados, último trabajo del director francés Rémi Bezançon, cuyas películas llegan regularmente a la Argentina, ya sea a través de un estreno comercial o como parte de los distintos ciclos dedicados a difundir en cine de su país, gracias a los cuales alguna vez incluso ha visitado Buenos Aires.

Utilizando a la trastienda de la industria literaria como un universo autónomo con sus propias leyes físicas que regulan la lógica de su mecánica, La biblioteca de los libros olvidados propone un punto de partida atractivo. Una joven editora y su novio, que es un promisorio escritor, viajan juntos a un pueblito en la Bretaña francesa para visitar al padre de ella. La chica acaba de publicar la primera novela del chico, pero esta no ha resultado precisamente un éxito de ventas. Los dos están desilusionados y el padre, un poco para burlarse de su yerno, le dice a ella que un viejo bibliotecario del pueblo creó hace unos años una sala dedicada a alojar todos los libros inéditos que hayan sido rechazados por las editoriales. La idea despierta el interés de la joven, abriéndose ante ella como una realidad paralela, un inframundo literariohabitado por todos los libros que nunca serán leídos por nadie.

El asunto es que ella descubre entre esos miles de originales lo que cree es una obra maestra perdida, con el atractivo adicional de que ha sido escrita por el viejo pizzero del pueblo, fallecido pocos años antes. Pero resulta que ni la mujer ni la hija del pizzero jamás lo vieron ya no sentado frente a una máquina de escribir, sino siquiera leyendo un libro. La perspectiva de publicar una joya literaria escrita por el genio menos pensado es demasiado perfecta como para no concretarla. Así la editora consigue que una editorial célebre la publique, convirtiéndose no solo en bestseller sino en un objeto de culto.

Hay algo de ironía en el hecho de utilizar a la industria literaria, la más prestigiosa de las usinas culturales, para contar la historia de cómo se construye un ícono. Porque además se trata de la industria cultural más cuestionada por sus métodos. Para justificar esa susceptibilidad, alcanza con mencionar el hecho de que en los concursos literarios más importantes suelen triunfar los autores que ya tienen contratos con las mismas grandes editoriales que los organizan. La biblioteca de los libros olvidadosjuega con esa falta de transparencia, contraponiendo el aparato mediático montado para promocionar al infrecuente producto con el escaso interés de los editores por corroborar el por lo menos extraño origen de la novela. Solo un crítico literario estrella, famoso por su certera acidez, manifestará en público sus dudas al respecto y se propondrá descubrir al verdadero autor del misterioso texto.

Resulta significativa la elección de la figura del crítico para superponerla a la del detective, sobre todo en la contraposición que se realiza con la del editor. Según la lógica del relato existe una suerte de complicidad entre editor y autor, y entonces es el crítico el único apto para evaluar la obra (y en este caso resolver el delito) de forma imparcial y justa. Es a través de su mirada que la obra puede legitimarse, pero también es la única capacitada para leer de forma correcta los indicios que conducirán a la resolución del enigma. Y en el camino se permite jugar con conceptos complejos, pero siempre con ligereza, como aquel que aborda la muerte de la figura del autor.

Como un mago antes de realizar su acto, la película pone enseguida todas las cartas sobre la mesa pero sin revelar el truco, desafiando a que sea el espectador quien lo descubra junto a este crítico tenaz, quién formará dupla detectivesca con la propia hija del pizzero. Que los personajes estén interpretados por Fabrice Luchini y Camille Cottin es otro acierto. Ambos ya habían mostrado buena química en uno de los mejores capítulos de la serie francesa Diez por ciento (Netflix), en donde ella le pone el cuerpo a una intensa representante de actores y él se interpretó a sí mismo con gracia.