La bella y la bestia

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Amor brujo

La historia de La Bella y la Bestia, escrita a mediados del siglo XVIII por Barbot de Villeneuve, cuenta con dos versiones notables: la realizada por Jean Cocteau, una perla cinematográfica de 1946, y la popular pero no menos valiosa versión animada de los estudios Disney, estrenada en 1991. Esta versión francesa, con Léa Seudoux (La vida de Adele) como Bella, y con Vincent Cassel, alternando con una versión digital, como la Bestia, busca acentuar todo el trabajo desde la producción, ya sea en lo narrativo, estirando la historia con personajes y situaciones ausentes en el cuento original, como (principalmente) en lo visual. El resultado es doblemente problemático. Por un lado, los decorados que Cocteau presentó como un top ten del surrealismo y Disney como un caleidoscopio de colores, aquí son cosméticos como un spot publicitario. Por el otro, el agregado narrativo, como los tres hermanos varones de Bella y una deuda familiar que generará un conflicto paralelo a la historia, sólo sirven para estirar la duración del film y acentuar su monotonía a grados exasperantes. Para una historia en donde lo esencial es mágico e invisible a los ojos, esta versión redunda en lo superficial y lo obvio.