La bella y la bestia

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Fábula demasiado oscura

Los cuentos de hadas, con sus propuestas de corte fantástico, han servido para múltiples (re)creaciones. Ya sea en producciones animadas como, sobre todo ahora, en películas con intérpretes de carne y hueso, han seducido a espectadores de diferentes edades y durante varias generaciones. Si bien el cine estadounidense en general (y Disney en particular) se ha "apoderado" con mayor frecuencia de esos relatos, también han sido abordados en otras latitudes. Esta nueva versión de La bella y la bestia de origen francés (y con aportes alemanes) es un ejemplo de esa tendencia cada vez más global.

Christophe Gans (realizador de Pacto de lobos y Silent Hill) fue el encargado de la transposición y del rodaje para una película que se parece demasiado a varias de sus "hermanas" norteamericanas, ya que a partir de un generoso presupuesto (más de 30 millones de euros) tiene un ambicioso y espectacular despliegue de decorados y efectos visuales, pero que en términos dramáticos hace agua por todos lados.

Precisamente en el agua arranca la historia, ya que el naufragio de sus tres barcos lleva a la ruina a un mercader, cuya numerosa familia cae en la miseria y el desprecio social. La más joven de sus hijas, Bella (Léa Seydoux, vista en La vida de Adéle), terminará luego como una suerte de rehén de la Bestia (Vincent Cassel) en el marco de un acuerdo para salvar la vida de su padre. El proceso entre que ella ingresa al palacio de ese hombre convertido en monstruo por una maldición y ambos se terminan enamorando es tan torpe como brusco e inverosímil.

Hay otras subtramas (como la de un malvado encarnado por el español Eduardo Noriega) que poco aportan y, más allá de los esfuerzos, la belleza y el carisma de Seydoux, esta tragedia romántica resulta demasiado tortuosa y oscura para los más pequeños y demasiado endeble para un público adulto más exigente. A mitad de camino.