La bella y la bestia

Crítica de Ayelén Turzi - La cuarta pared

¡Buuuu, una versión con personas de la película de Disney que tiene una tetera y un candelabro que tienen vida propia! ¡Buuu, que embole, mejor voy a ver videos de rusos borrachos en Youtube! ¿Qué bardeás? ¿Por qué prejuzgas así, qué tipo de limitación tenés? Nada que ver, posta. Casháte y leé, hacéme el favor.

Esto es así: Disney se acaparó de todo el imaginario de leyendas y cuentos populares que acumuló la sociedad occidental en los últimos miles de años y los transformó en tonteras machistas para niños. Pero por suerte todavía hay gente que sabe cómo darle una vuelta de tuerca a la historia original y hacer una película que se sitúa en la orilla opuesta de lo que hegemónicamente impuso el estudio del viejito congelado.

La primer versión publicada de la historia corresponde a la francesa Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve en 1740, y esta película comparte origen geográfico, con lo cual podemos suponer que quienes participaron del film, franceses también, tienen otra implicación con la historia original, y que no son una fábrica de chorizos hollywoodense a quienes les dieron un cuentito europeo para que destrocen.

La historia comienza contando la decadencia de El Mercader (André Dussolier, de Amelie, Micmacs) quien pierde toda su fortuna, lo que repele a los pretendientes de sus tres hijas, aunque Belle (Lea Seydoux, de The Grand Budapest Hotel, La vie d'Adèle) sigue recibiendo algunos candidatos, a quienes rechaza con cortesía. Un día, uno de los barcos del padre llega al puerto, y las dos hijas mayores, cual hermanastras de Cenicienta, le piden que les traiga joyas cuando regrese, pero Belle le pide solamente una rosa. En el trayecto, el caballo del Mercader se accidenta en medio de una tormenta de nieve, y es La Bestia (Vincent Cassel, el de Black Swan e Irreversible) quien lo rescata, le cura al caballo y le da comida. Pero, antes de irse, el Mercader recuerda la promesa que le hizo a Belle... y se afana una rosa, sin saber que las rosas son lo más preciado que tiene la Bestia, que por supuesto se siente traicionado por el robo y lo condena a regresar a palacio para matarlo. El Mercader le confía a Belle lo sucedido, ella se siente culpable porque la que le había pedido la rosa era ella, y lo encierra para ir al palacio a recibir el castigo en su lugar (¡Bien piba! ¡Esas son las mujeres que el cine necesita!)

Las secuencias de Belle en el castillo, enamorándose, descubriendo por un lado a la Bestia y por otro lado la historia que lo llevó a ser quién es, recuperan, con mucho menos elementos surrealistas, el clima onírico de la versión de Jean Cocteau de 1946.

Belle obtiene un corto permiso para retornar a su casa a acompañar a su padre, que agoniza de enfermedad y del dolor por haberla perdido. Pero su entorno queda tan deslumbrado por el vestido y las joyas que tiene, que no dudan en hacer una breve expedición al castillo de la Bestia con intención de desmantelarlo. Se desata una batalla épica entre gigantes de piedra y los intrusos, en medio de la cual la Bestia queda herido de muerte con una flecha de oro, la misma flecha con la que le había dado caza siendo aún humano a una ninfa convertida en ciervo, lo que ocasionó la furia del dios del bosque y su consiguiente maldición, de convertirlo en bestia hasta que alguna mujer lo ame. Y es Belle la que le confiesa su amor a poco de creerlo muerto, rompiendo así el hechizo, porque supo ver más allá del salvajismo de Bestia, vio su dolor, su sufrimiento, y pudo redimirlo.

Hay que dejar bien en claro que no estamos ante una película para niños. Estamos ante un drama adulto enmarcado en un cuento popular. Bestia no había matado a cualquier ninfa: esa ninfa era, sin que él lo supiera, la mujer que amaba. Todo el período que transcurre transformado en un monstruo, oculto, en el más absoluto salvajismo, hasta que Belle lo libera del hechizo, es su duelo. Su ambición por cazar a la hermosa cierva, a pesar de haberle prometido a su amada no hacerlo, lo llevó a la perdición. Fue castigado por partida doble, y es que su pecado era doble: mentirle a la mujer que amaba al dejarse enceguecer por la codicia de tener un trofeo, un animal hermoso para colgar de su living. La superficialidad fue lo que cavó su fosa. Y es la misma superficialidad la que Belle tiene que dejar de lado para enamorarse de él y liberarlo. Si ella se guiaba por su aspecto solamente, si tomaba la misma postura que él había tenido siendo hombre, no había película.

En su enamoramiento, Belle se hace responsable por los pecados cometidos por la Bestia, los asume como propios y los enmienda, y es sólo a través de ese amor que ambos pueden llegar al merecido final feliz, porque, por supuesto, terminan juntos, viviendo junto al Padre de ella y con dos hermosos hijos.

VEREDICTO: 7.0 - ¡DALE CAMPEÓN!
Son casi dos horas realmente atrapantes. El ritmo puede parecerte lento, pero si te zambullís en el universo espacial, recargado sin saturar, tenés con qué entretenerte. No es una historia boba de amor, es una auténtica lección de vida, sobre todo en el mundo superficial al que estamos acostumbrados.