La Bella y la Bestia

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

El antiguo relato La Bella y la Bestia, publicado en 1740 por la francesa Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve, ocupa un espacio de privilegio para Disney. En 1991, tras más de 20 años de rotundos fracasos, la compañía volvió a tener un éxito de animación con la adaptación de esta historia, que resultó el primer film animado en aspirar a un Oscar. Ahora, con el espaldarazo de El libro de la selva, Disney intenta hacer sus clásicos animados con personajes de carne, hueso y copioso maquillaje. Con tal de asegurarse otro éxito, la producción de La Bella y la Bestia (se aguardan versiones de La sirenita y El rey león) viene precedida de trascendidos y declaraciones que alimentan la expectativa del estreno. Por empezar, Emma Watson, la bella estrella, dijo haber rechazado el papel de La la land para trabajar en este film, cuyo rol es más acorde a sus valores, el de presentar a un personaje femenino libre y ético, opuesto a la veta machista que –insinúa la actriz inglesa, famosa por su activismo feminista– abunda en Hollywood. El otro es el personaje LeFou (Josh Gad), ladero del villano Gastón (Luke Evans), que oscila entre la lealtad a su amigo y cierta inclinación homosexual hacia él. Es cierto, hay algo de todo esto, pero no afecta a la trama; son apenas condimentos para dotar de realismo a un film destinado mayormente a un público infantil, un público de millennials cuyos valores están cambiando.
Todos más o menos conocen la historia. Una bruja hechiza a un príncipe vanidoso y sólo el verdadero amor podrá devolver al hombre de la Bestia que habita. La Bestia (Dan Stevens) es un ser culto que ha madurado cierta nobleza desde su embrujo; la Bella (Watson) es una chica de pueblo que cae rendida ante los atributos de este ser deforme, al tiempo que despacha cada intento del galán hueco Gastón por tomar su mano. En el fondo, no hay nada demasiado nuevo en el altruismo de esta historia de amor, pero sí en la frescura con que Watson (estrella emergente de la saga Harry Potter) ejecuta su rol. Junto a ella, la estrella del show son los objetos de la mansión que cobran vida durante el hechizo, una cómoda que baila y canta, un tazón y su tacita (voces de Emma Thompson), un candelabro que hace malabares (voz de Ewan McGregor) y un reloj parlante (voz de Ian McKellen). La escenografía es igualmente impecable, inspirada en (junto a aspectos narrativos como el secuestro del padre de Bella) la soberbia –y experimental– versión de Jean Cocteau, de 1946, por la cual tanto el director Bill Compton (de la saga Crepúsculo) y Dan Stevens declararon su admiración. El guion incluye temas ausentes en el original, como Gastón comandando a una turba para destruir el castillo de la Bestia, como un calco del desenlace en Frankenstein. En el fondo, estéticamente impecable, la versión (a diferencia de El libro de la selva, en concordancia con Maléfica) cede a un exceso de épica que sólo salvan los escamoteados pasajes de buen humor y el buen oficio de los protagonistas.