La Bella y la Bestia

Crítica de Jessica Blady - Malditos Nerds - Vorterix

FÁBULA ANCESTRAL

Un batacazo en la taquilla, pero no todo lo que brilla es oro.
Tras el estreno (y exitazo) de “El Libro de la Selva” (The Jungle Book, 2016), Disney sigue insistiendo con adaptaciones live-action de sus clásicos animados. Esta vez le toca el turno a una de sus “princesas” más queridas: la rebelde e independiente Belle (Emma Watson), más interesada en los libros que en encontrar pareja.

La historia ya la conocemos. Un príncipe (Dan Stevens) bastante vanidoso y egoísta es hechizado y convertido en una Bestia incapaz de encontrar el amor. Por diez largos años, él, su castillo y sus sirvientes (convertidos en objetos animados) han sido olvidados por el mundo, hasta que a sus puertas llega Maurice (Kevin Kline), el papá de Belle, en busca de refugio. La Bestia lo toma prisionero, pero al enterarse, la chica decide tomar su lugar con la esperanza de poder escapar en un futuro.

Así comienza esta historia de amor, cuya moraleja habla de que no hay que juzgar a nadie por las apariencias. La Bestia no es un ser muy amable que digamos, pero su temple se va suavizando, poco a poco, a medida que interactúa con la joven, en un principio bastante asustada, aunque también va descubriendo que bajo ese aspecto feroz y tosco, se esconde un hombre tierno y culto, más afín a sus gustos.

En la aldea no hay nada para la joven que anhela una vida menos provincial y es vista como un bicho raro, aunque sea la más linda del lugar. Su belleza (y su peculiaridad) llaman la atención de Gaston (Luke Evans), el macho heroico al que todos envidian, menos Belle, que tiene dos dedos de frente.

Bill Condon y los guionistas no se alejan mucho de la historia del tío Walt. Agregan un poco de trasfondo para la historia del príncipe (no, nunca sabemos su verdadero nombre), y un pasado diferente para Belle que nunca conoció a su mamá. Por lo demás, la película se esfuerza por reproducir cada una de las escenas y los impactantes números musicales de la original, a veces con éxito (“Be Our Guest”) y otras no tanto (“Belle”), forzando un estilo que no termina de encajar.

“La Bella y la Bestia” (Beauty and the Beast, 2017) es imponente desde lo visual, pero pierde un poco de fuerza debido a su estética teatral y tantas imágenes generadas por computadora. Lo que impacta en “El Libro de la Selva”, acá se desluce, aunque entendemos que no hay otra forma de convertir a Ewan McGregor, Ian McKellen y Emma Thompson en objetos parlanchines.

Igual, estos personajes secundarios son lo más simpático de toda la película. La pareja protagonista nunca termina de enamorarnos, y en gran parte se debe a la falta de química entre ellos, y de encanto por parte de Watson, que cantará muy lindo, pero no logra ponerse en los zapatos de una de las princesas más amadas del estudio. No hay nada en su personalidad o interpretación que nos resulte interesante, esta es la gran decepción de una película que tiene menos alma que Voldemort.

Todos los elementos están ahí, las canciones se cantan al unísono, pero el conjunto no logra conmover, la comparemos o no, con la original. “La Bella y la Bestia” es un espectáculo visual que apunta derechito al corazón del fan más nostálgico, pero se complica mantener el interés de los pequeñines por más de dos horas de película.

Uno sabe que algo anda mal cuando el villano nos resulta lo más interesante. Evans se roba cada segundo que aparece en pantalla, lo mismo que su fiel compañero LeFou (Josh Gad), un personaje más interesante que el atolondrado compinche animado.

Condon, un director con una filmografía demasiado variada y despareja (“Dioses y Monstruos”, “Dreamgirls”, “La Saga Crepúsculo: Amanecer”) matiza todo con un aire más dramático y le quita humor a una historia que lo necesita. Su Bella, tan natural, choca con la exageración del resto de los personajes y, aunque entendemos que esa es su intención, en la práctica no se ve tan bien como en teoría.

“La Bella y la Bestia” es una película entretenida, aunque le sobran escenas y canciones agregadas. Es hermosa visualmente, aunque falla en ciertos momentos clave como el baile del salón, una escena que marcó un antes y después en el cine de animación; aunque su error más grave está en los personajes principales. No es fácil darle vida a una parejita dibujada tan reconocida pero, justamente, Emma y Dan no son los más indicados para protagonizar esta fábula ancestral que no logra conquistarnos como su antecesora.