La ballena

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

La ballena no sería lo que es sin la actuación de Brendan Fraser. Una de las “pesadillas” de los directores a la hora de presentar sus películas en los festivales de cine, o hasta en la temporada de premios, sucede cuando advierten que su intérprete se roba la película por la que tanto trabajaron.

Hay ejemplos y ejemplos: en Tár, Cate Blanchett está estupenda, pero el sostén de la película no es ella sola, por más que esté en cada una y todas las escenas. A La ballena, de Darren Aronofsky, lo que la rescata es la actuación del ex George de la selva y actor de La Momia, sumado a la de Hong Chau (El menú).

Se nota mucho que es la adaptación (no del todo lograda, se entiende) de una obra de teatro llevada al cine, y no solo porque, salvo la primera panorámica abierta con la que abre el filme, todo transcurra en las habitaciones de la casa de Charlie.

Charlie es un profesor que da cursos online. En la pantalla del Zoom vemos a todos los estudiantes, pero en el rectángulo que debería aparecer el profesor, está en negro. La excusa que da Charlie a sus alumnos es que no le anda la cámara, pero en verdad, no quiere que lo vean. Charlie tiene obesidad mórbida.

Aronofsky no se anda con chiquitas: la primera vez que lo vemos, Charlie está tirado en su sofá masturbándose mientras mira porno gay, y el esfuerzo termina en un ataque al corazón por el que casi muere.

Es otro personaje atormentado, como el de El cisne negro, también de Aronofsky, pero por motivos muy distintos.

Con la estrella de "Stranger Things"
A su hogar llega, después de años de alejamiento, su hija Ellie (Sadie Sink, Max en Stranger Things). Charlie dejó a la madre y a su hijita, cuando se enamoró de un estudiante de la escuela nocturna hace unos años. El fallecimiento de su pareja, parece, lo deprimió y lo llevó al estado calamitoso en el que se encuentra.

El único sostén, la única ayuda que recibe en su casa, atiborrada de pizzas y pollo frito, y chocolates y grasas es Liz (Hong Chau, candidata al Oscar como mejor actriz de reparto), la hermana de su difunto compañero, que por suerte es enfermera, pero no entiende por qué Charlie no va a un hospital a tratarse, por más que le explique que si sigue en esas condiciones, le queda poco y nada de vida.

Otro personaje que se cruzará con él es Thomas (Ty Simpkins), un evangelista cristiano que pertenece a la iglesia de la que era miembro la pareja de Charlie, que aquel día le golpea la puerta. Y lo salva.

Obviamente está el amor del protagonista por la literatura y por Moby Dick, la ballena de Melville, y él se ve a sí mismo como la ballena. La muerte lo acecha, y quiere reestablecer contacto con su hija. A Charlie lo mueve la culpa que lo persigue desde que dejó a su familia. El se siente culpable de todo.

Si bien algunos diálogos logran conexión con el espectador, La ballena es como un partido de ping pong en el que, a veces, jugar corto no sirve, y jugar largo puede desperdiciar todo lo bien que se ha trabajado un punto. No está mal, pero tampoco tan bien, y vale la pena discernir y separar, apreciar lo que es gordura y lo que es hinchazón.