La ballena

Crítica de Hugo Zapata - Cines Argentinos

Una inspirada y profesional interpretación de Bendan Fraser levanta una película que se siente redundante en la filmografía de Darren Aronofsky.

La ballena es un exponente del cine de miseria porno que llega todos los años para estas fechas y suele enamorar a los votantes de la Academia de Hollywood.

En el pasado la misma clase de propuesta se presentó con otros títulos como Monster Ball, Crash, Albert Nobbs, Precious y Moonlight que contaron también con una recepción positiva exagerada por parte de la crítica.

La particularidad del caso es que Aronofsky en esta oportunidad ofrece una copia carbón inferior de lo que fue El luchador, una producción que le valió una nominación al Oscar a Mickey Rourke con un regreso que lamentablemente después no se terminó de consolidar.

Otra vez nos encontramos con un pobre desgraciado con conductas autodestructivas que tras una situación complicada de salud, que pone en jaque su existencia, decide reconectarse con su hija para enmendar los errores del pasado y conseguir una última redención.

El concepto es el mismo con la diferencia que esta propuesta carece de una enorme virtud que tuvo el film del 2008.

La sobriedad en el tratamiento de los elementos dramáticos.

En aquella historia la interacción entre los personajes se sentía real porque el director no exageraba el contexto miserable y decadente que rodeaba al protagonista.

En este relato a los problemas de salud que sufre el pobre Charlie, producto de una obesidad extrema, se suma la culpa por su inclinación homosexual que puso fin a su matrimonio, el duelo por el suicidio de su novio y los pases de factura y maltratos de su insoportable hija adolescente, interpretada por una sobreactuada Sadie Sink.

El personaje más sufrido en la historia de las telenovelas no padeció tantas tribulaciones juntas como el rol que encarna Fraser en esta producción.

Es más, comparado con esto Albert Nobbs parece un cuento inspirador de Frank Capra.

A través de este catálogo de lugares comunes, disfrazado de retrato profundo de la condición humana, Aronofsky elabora un drama grandilocuente que con el desarrollo del argumento se convierte en el tipo de película que Ben Stiller parodiaba y criticaba en Tropic Thunder.

Dentro de este panorama Brendan Fraser consigue sacar adelante un rol muy complicado que en manos de un actor menos experimentado hubiera resultado un desastre.

Una cualidad de su interpretación es que logra distraer al público de las prótesis de maquillaje para aportarle cierta humanidad al profesor universitario que encarna.

La labor de Fraser encuentra sus mejores momentos en cada oportunidad que el director no derrapa con el grotesco.

Un ejemplo que encontramos en la escena donde Charlie se pone a devorar comida como si hubiera sido poseído por el fantasma Slimmer de Ghostbusters.

Innecesario.

Creo que la adicción del personaje con la comida producto de su depresión se podría haber retratado de un modo menos sensacionalista.

Dentro del reparto secundario Hong Chau y Samantha Morton elevan el contenido del film con muy buena interpretaciones que superan la labor de las figuras juveniles.

Entre ellos Ty Simpkins, quien compone a un misionero evangelista, cuyos sermones confusos dejan la impresión que debe un par de materias de catequesis.

Un rol que no tiene razón de ser en la trama y sirve para que Aronofsky incluya un trillado palo a esa religión.

Para este proyecto optó por narrar la trama con una puesta en escena teatral donde la gran mayoría de conflicto se desarrolla en un departamento lúgubre del protagonista.

Una elección artística que tal vez tenía la intención de resaltar la ambientación claustrofóbica que rodea a Charlie pero termina por ofrecer una obra de teatro filmada para el cine.

El argumento de Samuel Hunter proviene de esa fuente y queda la impresión que su propuesta funciona mejor en ese tipo de espectáculos.

Fraser hace un gran trabajo pero bajo ningún punto de vista encarna al personaje que definirá su carrera. Dentro de su filmografía Charlie sobresale como una rareza de un modo similar a lo que fue A Love Song for Bobby Long para John Travolta.

En resumen, La ballena es un melodrama redundante y pretencioso que consigue ser llevadero por la labor de su protagonista y nos recuerda que Darren Aronofsky desde Black Swan no atraviesa su mejor momento creativo.