La afinadora de árboles

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

No son muchas las participaciones de Paola Barrientos en el cine. La más destacada hasta el momento era su interpretación de Jimena, la maestra de Ciencias naturales (2015). La afinadora de árboles suma otro personaje en el que la actriz de Tarascones en teatro, y que aparecía en la archifamosa publicidad de un banco, vuelve a demostrar su versatilidad y poder de convencimiento al público.

La protagonista es una autora e ilustradora de libros infantiles, que esta(ría) atravesando un muy buen momento. Es exitosa, planea presentarse en una Feria internacional, pero -siempre hay un pero- la mudanza con su esposo y sus hijos a una casa en el barrio de su infancia, lejos de la ciudad, le pega un cimbronazo.

Algo similar a lo que les ocurría a las protagonistas de las dos películas anteriores de Natalia Smirnoff (Rompecabezas y El cerrajero), pero por distintos motivos. Bien dicen que los autores cuentan o hablan más o menos de lo mismo. Pero Clara tiene singularidades que la directora (des)enmarca y las acerca al público de una manera simple, sencilla y efectiva.

Conciente o inconcientemente, Clara necesita volver a sus orígenes. Y ese regresar a su antiguo barrio, y cruzarse en la carnicería con un novio de la adolescencia, al que no veía desde hace años, y al hermano de él, la moviliza como no imaginaba.

La afinadora de árboleshabla también de la necesidad de crecer en pareja, y con sus hijos. Y en cuanto a su trabajo, de imaginar y crear, el no estancarse ni apoyar la estandarización.

Smirnoff le plantea a Clara una situación para la que no estaba, o no se creía, preparada. Ayudar en una parroquia a chicos a insertarse en la sociedad, a partir de la lectura y /o el dibujo. Y es ella la que debe abrirse.

Clara está en crisis, pero eso es símbolo de cambio, y de avance. Tiene sus bemoles, pero probablemente salga de allí fortalecida.

Al muy buen trabajo de Barrientos, que cambia de humor y expresión con una facilidad encomiable, y creíble, que suele ser lo más difícil de trabajar para la cámara, se suman los de Marcelo Subiotto (Francisco, el marido) y Diego Cremonesi, el antiguo novio que no se fue, que está arraigado, pero también aletargado, entumecido.

La película acrecienta su ritmo en los últimos 15 minutos de duración, y tiene un final bien acorde a lo que le gusta plantear a la directora.

Porque alguien ya dijo que fuerte es la que se levanta, no la que no se cae.