La acusación

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

La India de Kafka

Una sutil y reveladora aproximación a aspectos poco conocidos de la sociedad india moderna.

A pesar de ser una opera prima, La acusación llega con pergaminos: recibió alrededor de una veintena de premios en distintos festivales, entre ellos Venecia (sección Horizontes 2014) y nuestro Bafici (en la última edición ganó la competencia internacional y el premio al mejor actor, Vivek Gomber, que también fue productor de la película). A partir del planteo de un caso absurdo, el director Chaitanya Tamhane -tenía sólo 27 años cuando la filmó- muestra los vericuetos del sistema judicial indio y las inequidades de un país del que la mayoría de los occidentales ignoramos prácticamente todo.

Un docente, activista, poeta y cantor de protesta, es acusado de haber incitado al suicidio a un hombre que se habría quitado la vida después de uno de sus recitales, bajo la influencia de una de sus canciones. Este disparador le permite a Tamhane introducirnos en la burocracia de los Tribunales de Bombay y bosquejar un mapa tentativo de la sociedad india. Con un estilo ascético, de largas tomas y cámara fija, en muchos momentos cercano al documental pero cargado de un sutil sentido del humor, presenciamos la arbitrariedad de los jueces y el anacronismo de leyes que en algunos casos se remontan a la época del dominio británico y responden al espíritu victoriano de los colonialistas europeos. Sin caer en la obviedad, se deja en claro la relatividad de la democracia india, en la que la policía fragua investigaciones, cualquiera puede ser detenido sin motivo aparente y hasta la posesión de ciertos libros es un crimen.

Con la precaución de no meterse directamente en el complejo tema de las castas -que fueron abolidas pero todavía tienen peso sobre el entramado social indio-, la película también aborda con sutileza las extremas diferencias de clase al seguir aspectos de las vidas cotidianas de los involucrados en el juicio (el abogado defensor, la fiscal y el juez, y, lateralmente, del acusado y uno de los testigos). Lo que une a todos es el llamativo estoicismo con el que parecen aceptar los roles que les han tocado en esa sociedad. Una sociedad de la que Kafka se habría reído con ganas.