Krampus

Crítica de Rodolfo Bella - La Capital

La Navidad en el cine se fue transformando poco a poco. El sentimentalismo de otras épocas dio lugar al humor, y también al terror. O a un poco de cada uno, según propone el director Michael Dougherty en esta fábula que muta en espanto una de las celebraciones más tradicionales. Como disparador de la historia está uno de los niños de la familia, un grupo familiar que -tal vez en lo que ya es un tópico bastante repetido- no se soporta demasiado ni tampoco se respeta.

Ante ese punto de saturación antes los conflictos internos, el niño decide ignorar toda la buena prensa de la que goza esa fecha y no celebrarla. Pero todo tiene un costo. Y ahí es donde la narración que había empezado a dar señales de ironía, transmuta en una persecución donde la muerte le pisa los talones a todos. El encargado de poner orden antes los desajustes de esa familia -sus mezquindades, su desamor- es una deidad sobrenatural, el Krampus del título. El monstruo salido de la imaginería centroeuropea era la pesadilla de la Navidad, con su aspecto demoníaco y su poder de escarmiento.