Krampus

Crítica de Juan Ignacio Novak - El Litoral

Una pesadilla navideña

Curiosa, irregular, inclasificable. “Krampus: el terror de la Navidad” pertenece a ese cúmulo de películas que cada temporada intenta capitalizar el creciente interés del público ante las inminentes fiestas de fin de año. Pero tiene una particularidad: trata de ampliar el abanico y llegar también a adolescentes consumidores de productos terroríficos más volcados hacia el gore. Lo logra a medias, pero en ese intento radican los puntos más altos de esta especie de collage, que mezcla elementos de distintos géneros que lo convierten en otra cosa y complican la tarea de encontrarle un marco de referencia adecuado.

La secuencia inicial, que poco tiene que ver con el resto, es impresionante. Con una de esas canciones navideñas que solían usar las películas clásicas de Hollywood de fondo, vemos a una horda desesperada que se abre paso para realizar las compras navideñas en un shopping. La cámara va de lo general a lo particular para hallar al joven Max (Emjay Anthony) peleando con otro niño en un concierto coral. Así arranca lo que parece una comedia con pizcas de drama (hay ecos de la recordada “Mi pobre angelito”) sobre cómo ese niño se desilusiona ante las dificultades de la reunión familiar de Nochebuena. Cuando observa que los enfrentamientos y la hipocresía opacan el “espíritu navideño” que él defiende a golpes de puño, destruye la carta que le escribió a Papá Noel y decide que no celebrará. Así invoca, sin darse cuenta, a un demonio llamado Krampus, una suerte de “sombra” de Papá Noel que castiga a los escépticos.

Es justo en ese punto cuando la película cambia abruptamente el tono. Tanto, que la irrupción de elementos fantásticos en una historia que parecía ir hacia otro destino provoca desconcierto en el espectador. Llega, entonces, una fuerte tormenta de nieve que confina a Max y a su familia dentro la casa, donde deberán enfrentarse, dejando a un lado diferencias y resentimientos, a juguetes y hombrecitos de jengibre que cobran siniestra vida y a un grupo de estrafalarios duendes que quieren matarlos. De acá en más se percibe una acumulación de referencias cinéfilas que va desde “Gremlins” hasta “Poltergeist”. Y es donde el film se torna más irregular y fluctúa entre las secuencias logradas y las decepcionantes, hasta converger en un final antológico, ácido y desarmante. Que otra vez desencaja al público.

Explotar los recursos

La notable actriz Toni Colette, quien hizo un montón de películas en la última década y media pero que todavía es popular por interpretar a la madre de Haley Joel Osment en “Sexto sentido”, y Adam Scott (a quien vimos el año pasado como el irritante jefe de Ben Stiller en “La increíble vida de Walter Mitty”) encabezan el reparto junto a Emjay Anthony. Los secundan David Koechner, Allison Tolman, Stefania Lavie Owen, Krista Stadler y Conchata Ferrell, la inefable Berta de “Two and a Half Men”, que aquí se autoparodia en el papel de la tía Dorothy. Sin embargo, el protagonismo absoluto queda para Krampus (cuyas primeras apariciones en el film recuerdan a las de la criatura de “Jeppers Creepers”) y sus secuaces, creados por Weta Workshop y Weta Digital, las empresas que se hicieron famosas por intervenir en las sagas de “El señor de los anillos” y “El Hobbit” y en “King Kong”, de Peter Jackson.

Es obvio que una obra menor como “Krampus”, cuyos personajes (tanto los de carne y hueso como los artificiales) están destinados a un rápido olvido, no podrá destronar ni relevar a ochenteras y queridas “películas de terror navideñas”, como “Gremlins”, “Navidades infernales” o “Don’t Open Till Christmas”. Pero de todas maneras, resulta excitante por su frescura y asumida sencillez. Y sobre todo porque los realizadores, conscientes de la necesidad de aprovechar al máximo el bajo presupuesto, exprimen los recursos con mucho ingenio. “Krampus” debe ser disfrutada desde una postura descontracturada, sin esperar finales felices ni argumentos tranquilizadores. Para pasar una Navidad atípica.