Kong: La isla calavera

Crítica de Nazareno Brega - Clarín

El gorila, en tiempos de Nixon y Vietnam
El filme tiene una entidad propia, además de ser un entretenimiento de acción y humor.

En Bastardos sin gloria, Quentin Tarantino demostraba todo su ingenio en la escritura con un hermoso juego entre enemigos, en plena Segunda Guerra Mundial, en el que se mencionaba a King Kong como metáfora de la esclavitud en los Estados Unidos. Ese espíritu lúdico y alegórico está presente en esta nueva Kong: La isla calavera, que viaja a tiempos de Vietnam y Richard Nixon en los ‘70 para hablar de Trump y reemplaza a la esclavitud con la moraleja sobre el intervencionismo americano.

Pero lo más interesante de la película de Jordan Vogt-Roberts no está en la fábula sino en el entretenimiento que produce cada secuencia de acción, construidas por el director con una pericia sorprendente, y en la facilidad con la que unas y otras se encastran en la narración.

Una variopinta expedición llega a la remota Isla Calavera donde el enorme simio espera rodeado de una batería de bichos prehistóricos mucho más peligrosos. El grupo se dispersa tras la irrupción de Kong y enseguida los civiles y militares que lo componen confrontan y aparece el debate sobre quién es el verdadero monstruo en la isla.

Más allá del parecido físico de este primate con el monstruo original de los 30, Kong: La isla Calavera parece menos una secuela o reversión del filme de Peter Jackson que una adaptación de Jurassic Park trasladada al universo de Apocalypse Now: Vogt-Roberts combina la preocupación de Coppola por el sonido, los colores y la construcción del espacio con la obsesión por la paternidad recurrente en Spielberg. Las dos películas parecen delimitar el enfrentamiento constante entre ciencia y milicia.

Al frente del ejército aparece la intensidad habitual de Samuel L. Jackson, que lleva la película a un terreno demasiado oscuro y declamatorio. Como contraparte, aparece el eterno candor y la liviandad de John C. Reilly, como un soldado perdido que lleva treinta años conviviendo en armonía con los nativos de la isla. Tras ese enfrentamiento, el mensaje sucumbe ante el humor para alegría de un espectador que, de cualquier forma, no pensará más que en Godzilla vs Kong, glorioso duelo de los más grandes monstruos nacidos en el cine que llegará en unos años.