Kong: La isla calavera

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Cuarta versión de King Kong en la pantalla grande (tercera remake, si se quiere, del clásico film mudo de stop motion satirizado por Borges en 1933), y el mono tremendo, lejos de envejecer, se ha vuelto mucho más poderoso, construido por efectos cada vez más especiales y sanguinarios.
Ahora bien, este Kong tiene variaciones sustanciales respecto de sus predecesoras (y acá, querido lector y fan del rey simio, puede abandonar la lectura si no quiere el menor spoiler): en primer lugar, la criatura jamás abandona la isla rumbo a Nueva York, rendido a los encantos de una Tinker Bell humana; en segundo, hay una batalla con helicópteros, pero ocurre en la isla y el súper gorila los destroza a todos (¿spoiler? Naaaa. La escena ocurre alrededor de los treinta minutos de un film que dura casi dos horas).
Unos minutos antes se desata el nudo de la acción. Corre el año 1974 y Bill Randa (John Goodman), sobreviviente de una excursión a esta isla del Pacífico con forma de calavera desde una vista satelital, convence al ejército para armar una expedición al lugar, arguyendo que una fuerza especial se oculta bajo su suelo; una fuerza responsable de destrozar a una embarcación que osó merodear sus playas y cuyo descubrimiento podría ser un arma contra los rusos.
Randa se ahorra entrar en detalles, hasta que el cuerpo de marines y algunos civiles especialmente entrenados, como el inglés James Conrad (Tom Hiddleston) se encuentran cara a cara con King Kong y descubren que están en un baile. Y hay que bailar. En la huida (de Kong y de otros animales versión extra large –la isla agranda todo, para los que no conocen la historia–), el grupo en retirada se topa con una tribu que honra a Kong, y cuando están por irse a las manos aparece Hank Marlow (John C. Reilly), un barbudo sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial que los pone al tanto: Kong es bueno; los malos son esos lagartos con cabeza de buitre, que si aún no los vieron ya los conocerán.
La película es medianamente aburrida en los tiempos muertos, pero entretenida y casi brillante en los pasajes de acción, que se intensifican con el correr de los minutos. Hay chica bonita (Brie Larson) e isla fantástica, sí, pero esta versión de King Kong es muy distinta, y el súper mono recuerda más al Hulk furioso y poderoso de Ang Lee que a cualquier otro Kong de la historia.
En términos de aprobación, dado su desvío de la historia, tómenla o déjenla. Pero no la dejen pasar.