Kong: La isla calavera

Crítica de Emiliano Andrés Cappiello - Cinemarama

Bigger, stronger, faster

Kong: La isla calavera es una película que seguro tildarán con varios de esos adjetivos nefastos que tanto le gusta a la gilada, como “pasatista” o “pochoclera”. Ambos términos nacen de una idea del arte tan ignorante como limitada. La idea sería que hay un cine divertido, pero irrelevante, para comer pochoclo y nada más, supuestamente menor al cine que “te hace pensar”. Hablan de un cine Importante y le buscan El Mensaje. El tiempo, la forma, la imagen, las interpretaciones posibles y las emociones, ni las registran. Allá ellos.

Kong: La isla calavera posiblemente sea de lo mejor que se estrene en el año. Las más nueva de las películas con el mono gigante no es exactamente una remake. A diferencia de King Kong (Peter Jackson, 2005), la versión modelo 2017 toma el planteo original (la isla con un simio enorme) y los arquetipos generales de sus protagonistas para armar un relato de aventuras festivo y acelerado. Las diferencias son numerosas: no hay enamoramiento de mono con chica, ni viaje a la civilización (la parte que tiraba abajo a la de Jackson), el equipo de filmación es ahora de científicos y la acción sucede en los 70, apenas terminada la Guerra de Vietnam. La trama es simple, hermosamente simple: un grupo de gente cae en la isla y tiene que llegar al otro punto antes de que se los coman los bichos. Lo que importa es el viaje.

Kong: La isla calavera es como su criatura titular: enorme, potente, impredecible. Una película llena de ideas visuales y narrativas, donde cada secuencia tiene su valor propio. La llegada de los helicópteros a la isla y el primer encuentro con Kong es un prodigio de humor y acción. Las bombas al son del rock, la palmera voladora que inicia el combate y las naves de guerra que se convierten en juguetes indican el comienzo de una aventura que se niega a ser atada a ningún género fijo. Con mucho CGI, pero utilizado sabiamente y filmada en locaciones, los lugares y criaturas transmiten la fascinación por ese mundo exótico, virgen y salvaje. Y la secuencia inicial, en el pasado, es un breve relato perfecto que planta la semilla para la aparición del personaje de John C. Reilly, un soldado medio loco que se convierte en el eje humorístico y emocional del film.

Todo es un grito ensordecedor de libertad, una película que necesita de la pantalla grande, que no puede contenerse en un televisor. Como el show de Kong en Broadway del relato original, Kong: La isla calavera es un espectáculo con todas las letras, un entretenimiento gigante y novedoso, digno de disfrutar en las mejores condiciones posibles, que hace realidad el potencial del cine para convertirse en el show más grande del mundo.