Kon-Tiki - Un viaje fantástico

Crítica de Karen Riveiro - Cinemarama

Junto a Una aventura extraordinaria, Capitan Phillips y Titanes del pacífico, Kon-tiki es uno de los pequeños grandes films marítimos del 2013. Pero entre las grandes películas de este año también hay películas grandes, no marítimas aunque sí oceánicas como Gravedad o Cloud Atlas, y todo lo enorme y ambicioso de estas últimas también aplica a Kon-Tiki. Así como Gravedad buscaba una cosmovisión literal en las órbitas del planeta, el film de los noruegos Joachim Rønning y Espen Sandberg tiene su breve paseo por el espacio: ese instante de desvío, casi sorprendente en su atrevimiento, es apenas la señal más visible de la grandeza de este film pequeño y a la vez felizmente oceánico.

La idea de protagonismo en la película también está muy cerca de ese plano secuencia al espacio; bifurcación que no por nada sigue a la sensación de sus personajes de que podrían ser tan importantes como un pez o una gaviota. La sensación no es del todo errada: con el único objetivo de probar la teoría de que indígenas precolombinos peruanos pudieron haber llegado hasta la Polinesia, este grupo de hombres noruegos se propone en 1947 subir a una balsa y navegar a través del pacífico para comprobarlo. El autor de la teoría y líder en la aventura es el explorador Thor Heyerdahl, un serio y solitario personaje principal al que Kon-Tiki destaca no sin intentar huir de su magnetismo. Al revés que Jobs o Capitan Phillips, Thor arriesga la centralidad de su figura en cada plano y no sólo puede perderse entre los demás hombres sino también ceder ante el carisma de un cangrejo, un loro o un grupo de tiburones.

Del enigma de las relaciones entre todos ellos se crean los obstáculos: los hombres están siempre al borde de la caída o envueltos en un halo de misterio por momentos próximo a lo fatídico, hecho que se desvanece cuando se arriesgan por el otro o cuando simplemente esbozan una sonrisa de confianza. La sorpresa, la tensión y el desvío funcionan como recursos narrativos y también como forma de mirar: el fuera de campo y, por qué no, el fuera de espacio, permiten a la película construir su cartografía de ilusiones, como chispas que se encienden primero en la historia y la política, luego en la figura de Thor y más tarde quizás en la religión, la amistad, la libertad o el amor.

Por ese devenir cambiante de sus hechos, coordenadas y protagonistas es que nunca se sabe bien qué es eso que la película en realidad quiere contarnos. Sin lugar a dudas, mucho más de lo que significa recrear un suceso real y también algo más que la historia de vida de un visionario aventurero. Otra vez, el viraje hacia el espacio puede ser una pista: ¿por qué abandonar el curso de la balsa para ver al planeta desde afuera, si no para ensanchar el terreno de la ficción? Por eso es que, así como Gravedad se vuelve realmente épica en el descenso a la tierra, Kon-Tiki lo hace a partir de la operación contraria; en la elevación hasta el espacio, la película toma esa pequeña aventura en el mar y la enlaza con el curso del mundo. Así de enorme es la valentía de uno de los pequeños grandes estrenos de este año.