Kóblic

Crítica de Álvaro Fuentes - La cueva de Chauvet

Sobre Kóblic: cómo hacer ficción de las tinieblas

Kóblic es la nueva película de Sebastián Borensztein, luego de las comedias La suerte está echada y Cuento chino, la segunda un poco más dramática que la primera, pero dentro del género comedia ambas. Aclaro que las dos me gustaron mucho, me parecen obras bien hechas y divertidas. Con Kóblic el hijo de Tato Bores se inclinó hacia el policial, a lo que se suma que lo haya contextualizado en plena dictadura militar de 1976 y con un miembro de la aeronáutica como protagonista, que tiene remordimiento por haber participado en los vuelos de la muerte, y por lo tanto decide desertar de la fuerza y ocultarse en un galpón de avionetas que le presta un piloto amigo, en un lejano pueblo de provincia.

Hay quienes no están de acuerdo con que pueda separarse de una película lo ideológico de su dimensión estética e incluso de entretenimiento. En el caso de Kóblic, se trata de un thriller de suspenso que funciona muy bien. Que construye tensión dramática con gradualidad y mediante planos estilísticamente bellos. Algún mínimo cabo no atado en la trama, como el encuentro de Kóblic y la joven del pueblo con la que tiene un romance, luego de que él supuestamente se va. ¿Cómo y cuándo vuelve? ¿Cómo hacen para coordinar ese encuentro? Son aspectos que podrían haberse explicado mejor, pero sinceramente no enturbian la destreza narrativa del conjunto.

En mi opinión, lo que más interesa a Borensztein con esta película es contar una historia de suspenso, en un contexto argentino, y en ese sentido logra con creces sus objetivos. Es un excelente relato policial.

Me pregunto qué pasa por la cabeza de un director argentino que quiere filmar una película de suspenso con colores locales. Y lo imagino preguntándose primero que nada de dónde sacar una buena historia. Deduzco que a la primera respuesta que llega es que las mejores historias autóctonas de suspenso se encuentran en la oscura noche de la última dictadura militar.

Es cierto que Borensztein lleva a cabo un procedimiento narrativo que no se había utilizado hasta el momento, poniendo como protagonista a un militar arrepentido que se esconde del ejército. Peor aún: un piloto de avión que tuvo participación en los siniestros vuelos desde los que se tiraban al río jóvenes secuestrados. Esto es polémico porque invita a pensar que no había solamente malos de un lado y buenos del otro, o que los militares no eran todos asesinos sin escrúpulos.

Es cierto que es un terreno sensible, donde cualquier cosa que se diga puede herir susceptibilidades. No acuerdo demasiado con que haya momentos para decir las cosas. Me parece que habiendo pasado más de treinta años del último golpe, lo que muestra Borensztein es algo que se puede decir sin problemas. Pasó un tiempo más que prolongado para poder hacer esa simple y genuina reflexión moral en torno a un fragmento de nuestra historia. No me parece que sea condenable la invitación a pensar en la verosimilitud de un militar arrepentido en tiempos de la dictadura, que se enfrenta a su propia fuerza porque no está de acuerdo con los métodos de exterminio que se utilizan (en todo caso, difícil que eso ocurriera por las consecuencias que podía traer para ese militar, pero el móvil me parece absolutamente posible). Creo que todo nuevo enfoque acerca de nuestra historia ayuda a seguir pensando, a sacarnos prejuicios, a ser menos simplistas en nuestros análisis.

A todo lo que hay que sumar lo que plantee al comienzo de la nota: se trata principalmente de un thriller situado en un contexto histórico-político muy oscuro de nuestra historia. Pero es principalmente un thriller. No quiero espoilear el final, pero su marcada inverosimilitud invita a pensar que estamos, en última instancia, ante el reinado de la fantasía. Es cine a fin de cuentas. Incluso el duelo del final, en claro homenaje al western, decide chocar de frente con cualquier posible interpretación realista de la película.

Oscar Martínez está brillante, además de diabólico, en un papel que lo vuelve totalmente extraño a los ojos de espectadores argentinos, acostumbrados a su apariencia y forma de hablar naturales. Darín está bien, pero tal vez se podría variar un poco más con los actores protagónicos que se eligen para estas historias. Cansa un poco ver siempre la misma cara en el cine de género de nuestra cosecha.