Kingsman, el servicio secreto

Crítica de María Inés Di Cicco - La Nueva Provincia

Entretenimiento al servicio del espectador

Kingsman: el servicio secreto parodia y homenajea a la vez al primer James Bond, el de Sean Connery.

Un bombardeo, Money for nothing, de Dire Straits, como tema de fondo y, con él, la noción de que corren los 90. Así da inicio a Kingsman.

Eggsy tiene ocho años cuando él y su madre reciben la visita de un correctísimo caballero que los anoticia de la muerte de su padre a quien descubren como agente de una organización independiente de espías internacionales.

El mensajero no da mayores explicaciones pero les deja una medalla con un número telefónico y una clave, en caso de urgencia.

Esa circunstancia llega 17 años más tarde y Eggsy pasa de andar descarriado por las calles londinenses a probarse como posible heredero del sitial de su padre y la promesa del grupo de agentes con nombre de sastrería fina y muy lejano a los corruptos gubernamentales “al servicio de la Reina”.

Parodia y homenaje al primer James Bond, el de Sean Connery, y a su sucedáneo actual, el imbatible Jason Bourne, Kingsman es la adaptación del comic The secret service, creación de Dave Gibbons y Frank Millar, mismo autor, este último, de Kick Ass, también llevado a la pantalla por el director Matthew Vaughn.

Un diálogo resume su espíritu: “Le gustan las películas de espías”, interroga el malo al bueno; “actualmente son muy serias para mi gusto”, responde el interlocutor. “Cuando era niño, soñaba con ese trabajo: espía caballero”, cierra el villano.

Contada en broma, con una lógica que aconseja tomar lo inverosímil muy en serio, provee un entretenimiento para mayores de 13 años con referencias cinéfilas. A la altura de las circunstancias.