Kingsman, el servicio secreto

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Todos los hombres del rey

Los británicos tuvieron a Austin Powers, lo más cercano a un Maxwell Smart con caftanes, redivivo por los genes de Jerry Lewis. Con Kingsman, la caricatura adquiere otra perspectiva: este film no hubiera sido posible sin la irrupción, bidones de ketchup mediante, de Quentin Tarantino. Con dirección de Matthew Vaughn (Kick-Ass), la adaptación del cómic homónimo de Mark Millar y Dave Gibbons, Kingsman, el servicio secreto, devuelve una visión del mundo del espionaje sangrienta y sarcástica en igual proporción, sin soslayar la actitud del hiperbólico James Bond.
Cuando el agente Lancelot (Jack Davenport) muere en su intento de liberar a un científico (Mark Hamill), la organización Kingsman busca un candidato de reemplazo. La selección del nuevo agente es la parte más ágil y entretenida de la película. Harry Hart (Colin Firth en la más digna versión reloaded del Vengador John Steed) ofrece su propio candidato o, más bien, lo impone y en el camino lleva adelante un par de masacres. ¿Colin Firth? Hay que verlo, junto a una asociación inspirada en el legendario Rey Arturo, que bromea con colegas como Jason Bourne y Jack Bauer y cuyos cuarteles secretos se esconden en una sastrería de Savile Row. Mucho ketchup, pero con estilo.