King's Man: El origen

Crítica de Matías Orta - A Sala Llena

En 2015, Matthew Vaughn estrenó la película que lo consagró como director: Kingsman, el servicio secreto. Esta adaptación del comic The Secret Service, de Mark Millar y Dave Gibbons era una fresca, salvaje, irresistible, vertiginosa y políticamente incorrecta mezcla de espionaje al estilo de James Bond y Mi bella dama. Una película que ayudó a redefinir el cine de acción de los últimos años. ¿En dónde más Colin Firth demostró sus dotes para las peleas cuerpo a cuerpo y el manejo de armas? Y no olvidemos que catapultó al joven Taron Egerton en el rol de Eggsy, un adolescente que se suma a una agencia ultrasecreta. El éxito de Kingsman dio pie a una secuela, Kingsman: el círculo dorado. Aquí Vaughn logró mantener el nivel gracias a una impactante secuencia inicial, musicalizada con Prince, y una trama que incluye el secuestro de Elton John. (De hecho, Vaughn produjo y Egerton protagonizó Rocketman, biopic musical del artista)

En King’s Man: el origen, Vaughn narra los comienzos de la organización, que se remontan a los tiempos de la Primera Guerra Mundial. Se incrementa la tensión entre los mandatarios de Gran Bretaña, Alemania y Rusia, y la destrucción parece imparable. Orlando, duque de Oxford (Ralph Fiennes) proyecta una imagen de caballero refinado, a mil kilómetros de la fuerza bruta, pero puertas adentro de su residencia -más precisamente, en un cuarto secreto- lidera un pequeño grupo de espías que vigilan los ambiciosos planes de una red criminal donde sobresale el excéntrico monje Rasputín (Rhys Ifans). Conrad (Harris Dickinson), el hijo del duque, se suma al diminuto pero valoros grupo de héroes, que tendrá muy poco tiempo para impedir

Como en las entregas anteriores, Vaughn saltó al vacío, ahora desde una altura mayor: nuevos personajes, nuevo período histórico, y como aditamento, la mezcla de distintas vertientes: por un lado, una aventura de espionaje, y por otro, un drama histórico -personajes verdaderos incluidos-, adentrándose durante un buen tramo en el cine bélico (atención a la escena donde los soldados se enfrentan con cuchillos). Pero una vez más, el director sale triunfante gracias a su talento para amalgamar elementos y tonos. Aun cuando por momentos el drama se impone por sobre el humor, conserva la esencia de la saga y sorprende con, por lo menos, dos giros argumentales.

Vaughn y su equipo quedaron bien parados, pero quienes debían rendir el examen más exigente eran los actores. Firth y Egerton se habían convertido en el alma de Kingsman y resultaba difícil cubrir ese lugar. Ninguno de los nuevos integrantes de cast los hizo extrañar y se palpa un disfrute de todos. Aunque venía de ser M en las películas de Bond con Daniel Craig, Ralph Fiennes no había tenido suerte en superproducciones de espías estrambóticas: la adaptación cinematográfica de la serie británica Los Vengadores, donde compuso al señor Steed, quedó en el olvido. Sin embargo, aquí tiene la oportunidad de demostrar su destreza con los puños, las armas y, por supuesto, su bastón. Sabe imprimirle clase a su personaje y es creíble hasta cuando atraviesa las situaciones más extrañas. También con pasado en el mundo de 007, la bella Gemma Arterton se luce como Polly, tan dulce como intrépida, que lidera una red de espías de la servidumbre de hombres poderosos y posee una visión moderna de una confrontación. En tanto, Djimon Hounsou es bien aprovechado como Shola, mano derecha del duque. Harris Dickinson no es -ni se buscó que fuera- un nuevo Egerton, pero aporta sensibilidad y humanidad a su personaje y al film. La química con Fiennes permite el desarrollo de la relación entre un padre sobreprotector y un hijo que quiere justicia e insiste en combatir.

Como suele suceder en estas historias, sobresalen los villanos, y aquí ningún otro como Rhys Ifans. De por sí, el actor siempre parece disfrutar de sus interpretaciones, y se encarga de que Rasputín sea un individuo poderoso, extraño y grotesco; buena parte del atrevimiento y la incorrección de Kingsman asoman en cada una de sus apariciones. Como en otros blockbusters, Daniel Brühl suele dejar la sensación de haber sido poco aprovechado, pero le saca el jugo a su composición de Erik Jan Hanussen, que en la vida real fue un mentalista austríaco de gran influencia en Alemania. Mención especial para Tom Hollander, que compone a tres figuras históricas que fueron primos: Jorge V, Guillermo II y Nicolás II.

Además de cumplir como precuela, King’s Man: el origen eleva el nivel de la mejor franquicia de Matthew Vaughn, uno de los cineastas más fascinantes en materia de tanques millonarios. Un delicioso aperitivo para esperar el cierre de la trilogía de Eggsy.