Kékszakállú

Crítica de Benjamín Harguindey - EscribiendoCine

Los días

bremente inspirada en la ópera El Castillo de Barbazul de Béla Bártok (“kékszkakállú” significa “barba azul” en húngaro), Kékszakállú (2016) oscila entre los polos de Buenos Aires y Punta del Este, retratando escenas de ocio, letargo y enajenamiento en las cuales un grupo de adolescentes (encabezado por Laila Maltz) es el centro de atención.

Filmada sin guion, con diálogos improvisados y escenas anémicas, la película parece haberse hecho con la esperanza de retratar algún tipo de ausencia etérea sin poner demasiado esfuerzo en su búsqueda. La pulsión del absurdo, el elenco coral de jóvenes, la ambientación balnearia, la estructura de desencuentros y recorridos desorbitados alude al cine de Martín Rejtman, uno de los capos del Nuevo Cine Argentino y productor asociado de este film.

El impulso es mirar Kékszakállú como cine experimental, pero la película es del todo complaciente con un tipo de cine que existe en la Argentina desde hace ya muchos años y responde al mismo modelo docu-ficticio que no se juega por nada en particular y termina definiéndose por todo lo que no es. Comparándola con tantas otras películas similares, la única que sale bien parada es Laila Maltz, que posee el tipo de presencia cómica que la hace graciosa y entrañable nomás con mostrarse.

Hay alguna que otra referencia obtusa a la crisis del 2001, a la generación ‘ni-ni’ que ni estudia ni trabaja, y a las fatuas dolencias de la gente adinerada, que vive en un estado de perplejidad por toda la gente que no lo es. Quizás al citar directamente la ópera de Barbazul el director quiere hablar del lado oculto de una realidad idílica y monótona, y efectivamente ciertas puestas en escena diezman a Laila en un mundo que le es extraño y hostil. Muy de vez en cuando Solnicki parece haber rebotado contra algo para decir o alguna idea que comunicar, pero en su férrea convicción por todo lo que su película no debería ser parece haber olvidado darle una identidad propia.