Karate Kid

Crítica de Ricardo Ottone - Subjetiva

En busca del karate perdido

El estreno simultaneo de las remakes de Karate Kid y Brigada A, que se dio tanto en las pantallas locales como en las del país de origen (en Estados Unidos ambas películas se estrenaron el pasado 11 de junio), transparenta una operación que ya lleva unos años lanzada: el rescate de los 80 en el cine, la TV, la música y la moda. Es fácilmente comprobable que lo que se rescata no necesariamente es lo mejor (más aun tratándose de una década prodiga en productos berretas que vistos hoy dan un poco de vergüenza) y en ambos casos ya eran los originales los que no estaban entre los exponentes más destacables, aunque tanto la serie como el viejo film hayan alcanzado un estatus de ícono que se explica mejor por una nostalgia que tiende a sobrevalorar lo que nos acompañó en nuestros años de formación.

La remake de Karate Kid viene con algunos cambios con respecto a la película de 1984 que pueden provocar (y aparentemente ya han provocado) la irritación de los ex niños y ex adolescentes que sienten violada su memoria a pesar de constituir gran parte de su público potencial. Dejando de lado el purismo generacional, la verdad es que los cambios ni le agregan ni le sacan demasiado al original. Los más evidentes son la edad del protagonista, que ahora es un niño de 12 años en vez de un adolescente, el escenario que ahora se ubica en China (dando pie a innecesarias y demasiado evidentes tomas paisajísticas de rincones turísticos como la Ciudad Prohibida o la Gran Muralla) y, por fin, el trueque de Karate por Kung Fu que, más allá del absurdo de un titulo que menciona un arte marcial distinto del que se practica, no es importante para la historia, dado que a las necesidades de la misma podrían estar haciendo Taekwondo y sería lo mismo. Aunque el asunto sí es lo suficientemente grave en China como para que allá se rebautice como Kung Fu Kid. Allá estas cosas se toman muy en serio.

De todos modos los elementos esenciales de la historia están allí: chico nuevo que tiene que adaptarse a un lugar que no es el suyo (asunto que en esta nueva versión está más que subrayado), que va a ser hostigado y acorralado, y que encontrará un protector, un maestro y un guía en la vida en la que se encontraba un poco perdido.

Los recursos son los mismos cambiados superficialmente. Así, el ejercicio de encerar y pulir se reemplaza por sacarse la campera, colgarla, tirarla, recogerla, volvérsela a poner y vuelta a empezar, mientras que la Patada de la Grulla lo hace por un más aparatoso Control Mental de la Cobra (probable guiño a la pandilla de la Cobra, los malos del film original). Las debilidades argumentales, las obviedades y previsibilidades también son achacables a su predecesora que, siendo honestos, tampoco era gran cosa por más que uno la recuerde con cariño porque la vio cuando era chico y aún sienta un placer culpable al escuchar una balada mersa como Glory of Love (que en realidad es de la segunda parte pero a esta altura ya quedo identificada con la marca).

Los nuevos protagonistas, Jaden Smith (el hijo de Will Smith, también uno de los productores) y Jackie Chan, sin brillar hacen un papel aceptable pero cometen el herético e imperdonable pecado de no ser Ralph Macchio y Pat Morita. Y es que estas remakes podrán ser un buen negocio pero en un punto son inevitablemente fallidas.

Karate Kid versión 2010 en si misma y para quien no vio la original no pasa de ser un película del montón más o menos correcta más o menos intrascendente (y que, en tanto producto derivativo, no podrá acceder a ese destino de culto). Para el que vio la original en su momento de estreno, el nuevo film será insatisfactorio en la medida en que irá a pedirle que le haga sentir lo mismo que sintió entonces, algo tan imposible como ser un niño o un adolescente otra vez.