Karakol

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

El pater familias ha muerto días atrás. Los hijos visitan a la madre para acompañarla en su dolor. No hay explosiones de llanto, la pena se va aquietando. De pronto irrumpe con su estridencia y sus historias la cuñada. Una de esas historias puede ser espejo de otra, y alienta una sospecha. ¿Y si el hombre cuya pérdida hoy todos lamentan tuvo una doble vida? ¿Será que en algún otro lugar “había tanto de él que no era nuestro”, como dice la hija al final de su búsqueda? El caracol es un animal que lleva su propia casa a cuestas, aunque viva con otros. Karakol, o mejor dicho Karakul, o Quarokul, es un lago de la cordillera de Pamir en un país perdido cerca de China, el Tayikistán, a 3.900 metros de altura sobre el nivel del mar y a 16.617 kilómetros de Buenos Aires. En una casa sencilla cerca del lago, alguien dejó una campera vieja y una bufanda colgadas de un clavo. En un cajón de la casa porteña puede haber algo que reúna ambos hogares. Saber qué es todo eso, conocer ese posible secreto de su padre, es “una forma muy tonta que encontré para retenerlo”. El amor, el dolor de la ausencia, cometen tonterías como esa.

Delicada, sugestiva, bien actuada, con diálogos literarios a veces memorables (como el de Luis Brandoni con unas chicas en una brevísima participación), ésta es la primera película enteramente propia de Saula Benavente. Parece mentira que recién sea la primera. Agustina Muñoz, Dominique Sanda, Soledad Silveyra, la música de Gabriel Chwojnik, el ojo de Fernando Lockett, el cuidado y el buen gusto de Graciela Galán en todo lo que vemos, apuntalan debidamente la obra.