Juventud

Crítica de Alejandro Castañeda - El Día

Mirada grotesca y elevada a lo que queda y a lo que fue

Extravagante y rebuscada, la nueva pieza de Paolo Sorrentino, después de la soberbia La grande belleza, no hace otra cosa que ahogarse en sus excesos. Fred (Caine) un director de orquesta alejado de todo; y Mick (Keitel), un director de cine con ganas de seguir, comparten sus días y sus desvelos en un lujoso Spa de los Alpes suizos. Sorrentino aprovecha ese decorado para aportar bellos planos fotográficos que a veces valen por sí mismos. Pero el film, más allá de lo visual, no tiene el vuelo ni emoción ni frescura. Es como una obra hecha solo de pequeños momentos. Un cine de puras ocurrencias que a manera de un diario de viaje va recogiendo impresiones sueltas. En el centro están las largas charlas sobre la vejez, la muerte, el arte, el amor, la soledad y el peso de los recuerdos. Pero hay más que nada frases sueltas y muchos personajes que ocupan espacio y no aportan nada. Cine presuntuoso, contemplativo, que siempre está listo para retratar lo accidental y que asume un forzado aire felliniano para ponerse serio. Por supuesto que Sorrentino tiene talento, que hay buenos momentos y logrados pincelazos a la hora de retratar la tristeza de sus seres solitarios. Pero no alcanza. Se extraña la ausencia de un personaje a la altura del inolvidable Tony Servillo. Tampoco está el idioma italiano, para darle más frescura al desfile, ni la descascarada Roma, que acompañaba con sus ruinas el deterioro moral de sus personajes. Mucha imagen suelta, muchos personajes que entran y salen (Hitler, el matrimonio que no se habla, la prosti, etc.) le dan un aire desordenado a una película grandilocuente en su tono y exageradamente ambiciosa en sus propósitos. Todos los personajes recuerdan sus mejores días. No solo los dos protagonistas, también esa hija abandonada por su esposo que rememora y llora. Lo mismo que ese Maradona, gordo y con bastón, que hace jueguito con su gloria para olvidarse del presente