Justo en lo mejor de mi vida

Crítica de Ariel Abosch - El rincón del cinéfilo

Otra teoría sobre si hay vida después de la muerte, si hay un más allá, si hay un lugar más amable para permanecer toda la eternidad que no sea el planeta tierra. Todo relatado sin solemnidad, ni cuestionamientos filosóficos profundos.
El director Leonardo Fabio Calderón aborda este tema con una producción narrada en un estilo más teatral que cinematográfico, donde vemos como la vida del bandoneonista Enzo (Pablo Alarcón) termina imprevistamente durante la noche, acostado en la cama junto a su mujer Verónica (Ingrid Pelicori). El relato transcurre en menos de 24 horas. Porque en la mañana el protagonista aparece muerto, y se ve muerto, si, se ve muerto, porque el truco cinematográfico hace que a Enzo lo venga a buscar su amigo y compañero de orquesta, Piguyi (Claudio Rissi), que está muerto hace unos diez años y lo lleve al destino final.
Todo lo que sucede luego es el desarrollo de lo que se acostumbra a hacer en estos casos: llorar al fallecido por parte de su mujer y su hija, del hermano de Enzo, Lucho (Fabián Arenillas), que se encarga de hacer los trámites con la funeraria, de las vecinas chusmas que elucubran cuál fue la causa del deceso de Enzo, etc.
Prácticamente toda la historia transcurre en el interior de la casa familiar, donde los músicos se encuentran en el mismo ámbito que sus deudos, pero no pueden ser vistos ni escuchados, todo lo contrario a ellos, que son testigos de todo, pero no pueden hacer nada.
Las reflexiones de los amigos muertos, que están en otro plano de la realidad, sobre el querer volver a la vida, que todavía no es el momento de partir, etc., se mezclan con las cosas que se van enterando con el desarrollo de la narración, los reproches, las deudas pendientes, las relaciones familiares, los secretos ocultos durante años, y los actuales, todo contado con un tono medido, sin ser una comedia ni un drama.
La puesta escénica es austera, destacándose la eficiencia y solvencia de las actuaciones de Ingrid Pelicori y Claudio Rissi, y la realización se sostiene en los diálogos que son como capas de cebolla, donde siempre hay una nueva información para asimilar, tanto del lado de los muertos como de los vivos, y logra mantener el interés del espectador.
La idea es contar una historia con un tono cordial, pero sin involucrarse demasiado en disquisiciones teológicas o espirituales.