Justin Bieber: Never say never

Crítica de Ramiro Ortiz - La Voz del Interior

Buena vibra

Toda la fuerza, la convicción, la inocencia, la sensibilidad y la fe de ese simple chico de 16 años que es Justin Bieber es el “mensaje” de este musical documental que intenta contar la increíble historia de quien gracias a redes sociales como You Tube y Twitter logró llevar su talento a los grandes escenarios y a incontables rincones del mundo, en su primer año de carrera profesional.

Oriundo de un pueblo en Canadá, hijo de jóvenes padres separados, de infancia apegada a sus abuelos, fan de la batería de los amigos de su madre desde muy pequeño, Bieber es en la actualidad la encarnación de un poderoso deseo colectivo: creer en los sueños propios y pujar hasta hacerlos realidad. No hay que pensar mucho para entender la clara simbología que acompaña la presentación de su hit Never say never (Nunca digas nunca): bailarines con rojas vinchas niponas en la frente, haciendo pasos de karate combinado con rap, y en la letra, la idea de que “debes luchar para lograrlo”.

Claro que la propuesta aparece correctamente enmarcada por un entorno afectivo cercano: la madre, el padre que reaparece tras el abandono del hogar, los abuelos, y el equipo de trabajo, constituyendo una “gran familia” que en el momento culminante de la gira 2010 de Bieber se sube al escenario para, abrazado, despedir al público que lo ovacionó durante el concierto de coronación.

Gracias a la tecnología 3D, se puede “estar allí” en el momento en que Bieber da su histórico recital en el Madison Square Garden de Nueva York, junto a estrellas como Boyz II Men, Usher, Miley Cyrus o Jaden Smith, haciendo temas como Baby o One time y sentir algo de la vibración que emana de sus canciones, de su voz, de su baile, de su look.