Jurassic World: El reino caído

Crítica de Lucas Moreno - La Voz del Interior

El filme traiciona todas las ideas originales pero aprueba como pasatiempo gracias a la frescura de J.A. Bayona, su nuevo director.

¿Cuántas veces esta franquicia hará que un dinosaurio ataque a otro cuando peligran los héroes? En 1993 este deus ex machina fue un guiño que sugería la anarquía de la naturaleza en aras de su propia supervivencia; detalle que funcionaba no sólo como pase mágico de guión, también le quitaba al dinosaurio cualquier directriz moral: daba igual que se coma a un humano, a una cabra o a otro dinosaurio, lo que debía manifestarse allí era una fuerza ajena al control humano, tan ajena que hasta podía beneficiarlo.

Repetir el guiño en una quinta entrega no sólo devela constipación creativa, también es una perversión de la idea original. Los dinosaurios ya no son bestias descontroladas por la arrogancia de un hombre jugando a ser Dios, sino bichitos singulares que olfatean la bondad. Esta antropomorfización, además, se pone al servicio de una bajada ecologista que emparenta al dinosaurio con una ballena encallada o un panda bebé.

Jurassic World: El Reino Caído transcurre tres años después de los incidentes de la película previa. La isla Nublar puede desaparecer por la erupción de un volcán así que un grupo de activistas va al rescate de las especies. Entre estos activistas está Claire (Bryce Dallas Howard) que buscará la ayuda de Owen (Chris Pratt). ¿Por qué van? ¿Claire, de ser ejecutiva del parque, ahora salva dinosaurios? ¿Owen sigue enamorado de Claire? Las excusas nunca serán sólidas si la aventura necesita precocidad: la dupla vuelve a la isla y a partir de allí las subtramas se multiplican a una velocidad desintegradora de coherencia: aparecen narcotraficantes con ganas de comprar un triceratops, militares maltratadores de animales, humanoides que toman conciencia de sí mismos y mutaciones ultra peligrosas del Indominus Rex, porque en Hollywood más es más.

De El Reino Caído frustra particularmente su homenaje a la primera entrega dirigida por Spielberg. Es un homenaje espurio, un chantaje nostálgico. Cuando Laura Dern se emocionaba con un brontosaurio, el espectador se maravillaba ante la posibilidad histórica de que el cine pueda recrearlo. El encantamiento ante la clonación de una especie extinta hallaba un vínculo simétrico con el encantamiento ante la innovación del CGI. Hoy ese espectador ya no es virgen y el personaje que se emociona con un brontosaurio lo hace más por la confección publicitaria de la imagen (atención a lo ridículo del reflejo del sol ante la cámara).

También tenemos un homenaje a The Lost World pero eso implicaría un spoiler. Si El Reino Caído no cae en la deshonra es por la habilidad de J.A. Bayona para dotar de ingenio visual una acción imparable. La fascinación del director por los reptiles parece sincera y se nota al momento de filmarlos como monstruos estilizados. No puede decirse lo mismo de los guionistas, que esclavizados por la franquicia ya le abrieron las puertas a una sexta parte y deben estar intoxicados de cafeína calculando en qué momento un dinosaurio ataca a otro.