Jurassic World: El reino caído

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Mercantilizar la vida

En Jurassic World: El Reino Caído (Jurassic World: Fallen Kingdom, 2018) se aglutinan varias características que convierten a esta quinta entrega de la saga en la mejor secuela de la original y hoy bastante lejana Jurassic Park (1993), un trabajo que por cierto nunca estuvo entre lo mejor de la obra de Steven Spielberg ni del novelista/ guionista Michael Crichton, cuyo encanto en su momento radicó esencialmente en descubrir hasta dónde podían llegar los CGIs en materia de plasticidad y movimientos en general. Los grandes puntos a favor de la película pasan por el hecho de ir directo a los bifes sin introducciones bobas y larguísimas de personajes, un sorprendente tono cercano al terror en lo que respecta a las secuencias más álgidas y finalmente una suerte de exacerbación del sustrato político/ económico/ social que acompañó a toda la franquicia, léase esa denuncia de la soberbia y el insoportable maquiavelismo del ser humano en su relación con la naturaleza que lo rodea.

La historia recupera una antigua artimaña de las continuaciones, la del villano capitalista que engaña a los protagonistas de antaño para que vuelvan al lugar de la debacle con el objetivo de utilizarlos y sacar provecho de los escombros para que todo comience de nuevo: retomando el devenir de Jurassic World: Mundo Jurásico (Jurassic World, 2015), el punto de inicio de una flamante trilogía que acata aunque no se inspira en demasía en los films previos, ahora Claire Dearing (Bryce Dallas Howard) de manager del parque anterior pasó a convertirse en una militante en pos de salvar a los dinosaurios que quedaron en Isla Nublar, amenazados por la erupción de un volcán. El que la manipula para que regrese al sitio es Eli Mills (Rafe Spall), el administrador de la fortuna de Benjamin Lockwood (James Cromwell), otrora socio del fallecido John Hammond (Richard Attenborough) en eso de desarrollar la tecnología que permitió recrear a los dinosaurios y cranear el parque.

A nivel general se puede decir que la propuesta está dividida en dos partes bien marcadas: en el primer acto Dearing vuelve a la isla con la excusa de que la necesitan para localizar a los dinosaurios y así emprender una misión de rescate atrapándolos y llevándolos a un santuario, lo que desde ya resulta ser una mentira porque el único interés de Mills -quien trabaja a espaldas de su empleador- es subastar a los dinosaurios capturados entre todos los oligarcas mundiales para transformarlos en armas, y en ocasión del segundo capítulo nos trasladamos a la mansión de Lockwood, en la que la mujer -ayudada por su noviecito Owen Grady (Chris Pratt), el que fuera el investigador en los velociraptors- tratará de boicotear todo mientras escapa de las garras de los mercenarios al servicio de Mills y comandados por Ken Wheatley (Ted Levine). Hasta regresa Ian Malcolm (Jeff Goldblum) en calidad de comentador de los desastres que provoca el ser humano por su codicia y delirios ególatras.

En consonancia con lo que decíamos antes, J.A. Bayona, el director del film y responsable de joyitas como El Orfanato (2007) y Un Monstruo Viene a Verme (A Monster Calls, 2016), mantiene un ritmo narrativo empardado con el cine de terror más que con la acción aventurera de antaño, lo que nos brinda un soplo de aire fresco porque las criaturas mutan en entidades imprevisibles y animalizadas más que en simples engendros destructores. Asimismo el guión de Colin Trevorrow y Derek Connolly, el equipo de Jurassic World: Mundo Jurásico, hoy nos ahorra aquel prólogo estándar de la susodicha con vistas a retratar personajes de medio pelo y por suerte salta de inmediato al eje del relato, ese que también se nos presenta con una inusitada virulencia ya que las ideas apenas disimuladas a lo largo de la saga -la mercantilización capitalista de la vida y la crueldad de la experimentación con animales- ahora adquieren una importancia central en el desarrollo retórico de la película.

Como suele ocurrir con casi todos los tanques hollywoodenses de nuestros días, a decir verdad el desenlace propiamente dicho acumula un par de momentos bastante tontos pero eso no quita que la experiencia en general que nos regala Jurassic World: El Reino Caído es sumamente satisfactoria -por una bendita vez- tanto a nivel ideológico como a escala narrativa, con escenas espeluznantes manejadas como mano maestra por Bayona y una trama que pone el acento en la falta total de ética o mínimo respeto al ecosistema por parte de las corporaciones, los magnates y el capital financiero/ industrial/ tecnológico/ bélico contemporáneo. Por supuesto que la realización continúa siendo en esencia una mezcla de monster movie y cine catástrofe a toda pompa, no obstante aquí la ecuación está orientada por un lado a convertir a los dinosaurios en una especie en extinción que debe ser protegida y por otro lado a privilegiar la libertad de los reptiles -y como correlato, una imprevista anarquía procedimental amparada por el mainstream- por sobre las agendas personales de cada uno de los pequeños/ pequeñísimos seres humanos que andan dando vueltas por ahí…