Jurassic World 3: Dominio

Crítica de Marcelo Stiletano - La Nación

Jurassic World: Dominion es una despedida múltiple. Cierra la segunda trilogía de las adaptaciones al cine de los personajes creados por Michael Crichton y, a la vez, le pone un punto final al recorrido completo que inauguró Steven Spielberg hace casi tres décadas con el Jurassic Park inaugural, histórico por donde se lo mire.

En este último capítulo se mezclan el regreso a las fuentes ya insinuado en la película anterior (El reino caído, de 2018), una colección de hitos y referencias que podrían verse en conjunto como un gran autohomenaje, y finalmente una adaptación muy explícita de la trama a los tiempos que nos toca vivir. Aquella visión inquietante y terrorífica de los dinosaurios sugerida por Spielberg está ahora bastante más atenuada.

El final del episodio anterior abrió una nueva realidad en la que no queda más remedio que aceptar el regreso pleno de esta fauna antediluviana a la vida del siglo XXI y su libre expansión por el mundo. Un breve clip informativo en el comienzo expone las dificultades de esa convivencia, pero andando el tiempo veremos bastante menos crueldad de la que mostraban los ejemplares más temibles de los episodios previos.

No faltan, por supuesto, esos nuevos ejemplares que enriquecen en cada capítulo el mapa zoológico de los dinosaurios. La estrella de este episodio es el giganotosauro (“el animal carnívoro más grande que se haya visto”, según dice más de un personaje) que en los momentos decisivos no se las verá solo con los depredadores humanos. El despliegue de especies, custodiadas en una especie de santuario montañoso situado en medio del macizo alpino italiano de los Dolomitas, es uno de los elementos más imaginativos de esta aventura que entretiene sin dejarnos una satisfacción completa.

Los “grandes éxitos” de las películas anteriores empiezan a sumarse a esta gran trama de cierre. Y como nada debe quedar afuera para cerrar todas las historias posibles, la acumulación empieza a causar problemas. Se profundiza como eje la trama que en El reino caído involucraba a una nieta de Lockwood, el antiguo socio de John Hammond (el gran patriarca histórico de Jurassic Park). Con ella, crece y se complica la idea de familia expresada por los personajes de Owen (Chris Pratt, cada vez más parecido a un cowboy) y Claire (la sufrida Bryce Dallas Howard). En el medio regresan, un poco a la fuerza, tres grandes protagonistas del episodio inicial, Alan Grant (Sam Neill), Ian Malcolm (Jeff Goldblum) y Ellie Sattler (Laura Dern). Y con ellos también vuelve Lewis Dodgson (Campbell Scott), el hombre de la corporación dedicada a la genética que tantos problemas había generado en la primera Jurassic Park.

El director Colin Trevorrow (otro reaparecido) optó con más lógica “de manual” que inspiración desarrollar la acción en una sucesión de set pieces que por un momento recuerda la fórmula de los viejos seriales de los años 30 y 40. La presencia de una intrépida aviadora que parece salida de una película de Indiana Jones (DeWanda Wise) fortalece ese bienvenido espíritu aventurero.

Ambivalencia
Sin embargo, esas peripecias por momentos se agotan en sí mismas. A cada momento de peligro cierto (con un nuevo tipo de dinosaurio siempre al acecho) le sucede inevitablemente una nueva explicación, y así una y otra vez. Tampoco llama demasiado la atención lo que ocurre con el villano de turno, otro exponente de una larga galería de ambiciosos y megalómanos dueños de grandes laboratorios dispuestos a cambiar el futuro. Pero al mismo tiempo volvemos a rendirnos frente al encanto de nuestros viejos conocidos Neill, Dern y Goldblum, que siguen conservando la capacidad de asombro, felices de estar de regreso en este mundo.

Frente a este episodio final la sensación será siempre ambivalente. La mística original del mundo jurásico perdura tanto como el prodigioso despliegue de efectos visuales que pone en movimiento a los dinosaurios. Y a la vez cuesta creer que una historia tan afirmada en su identidad tome prestados algunos elementos que provienen de mundos ajenos.

Hay aquí bastante de Titanes del Pacífico (en el comportamiento de algunos bichos) y también del reboot del Planeta de los Simios, en cuyos episodios más recientes quedó mucho mejor expuesta la pregunta clave de este último Jurassic World: ¿somos acaso los seres humanos más depredadores que algunas aterradoras especies animales, cuya evolución depende de experimentos que terminan fuera de control?