Jugando por amor

Crítica de Victoria Varas - La Voz del Interior

Sólo un partido más

No es esta la primera vez que el cine comercial se propone narrar el ocaso y la redención de un deportista retirado. Hay toda una tradición fílmica asociada a veteranos que intentan rearmar su vida laboral cerca del ser amado y no muy lejos del campo. Tampoco es original el hecho de que el protagónico sea encarnado por un probado galán. El mismísimo Kevin Costner se puso dos veces en ese lugar, primero para la taquillera Bull Durham, junto a Susan Sarandon, en la que interpretaba a un exitoso catcher devenido en entrenador de nuevas estrellas; y en una segunda oportunidad, encarando a un beisbolista cuarentón y lesionado al que le pasaron retiro forzado, en la más dramática Entre el juego y el amor.

Pese a que no tiene la contundencia y la sorpresa de un gol de media cancha, Jugando por amor tampoco puede equipararse a esos partidos aburridos en los que no pasa absolutamente nada. George Dryer es un guapo futbolista desempleado, en apuros económicos, que llega a Virginia para pedirle una revancha a su pequeño hijo y su ex esposa. Un guión predecible que se mantiene pegado a jugadas estratégicas, pero llevado adelante por un equipo sólido, con más de un jugador estrella. Gerard Butler (también productor del filme) y la actriz y modelo americana Jessica Biel son la dupla delantera que capitanea la historia, con el apoyo de tres defensores de lujo: Uma Thurman, Catherine Zeta- Jones y Dennis Quaid.

Cansado de mirar su fracaso desde el banco, Dryer se reivindica como hombre y como padre convirtiéndose en el entrenador del equipo de su hijo Lewis. La comedia se dispara cuando las madres de los pequeños jugadores comienzan a orbitar como planetas alrededor del astro del fútbol que, en el entretiempo entre su nueva y su vieja vida, se permitirá clavarla dos o tres veces más en el ángulo.

Sin sobresaltos que hagan levantar a la tribuna de su asiento, la cinta mantiene atentos a los espectadores hasta la hora de la definición gracias al magnetismo que ejercen sus actores protagónicos y sus figuras de reparto. La química de la pareja es altamente verosímil, y el espectador ansía el encuentro pasional entre ambos, que sin embargo queda postergado para un invisible y no filmado tiempo complementario. Con el vínculo padre e hijo finalmente restaurado, al protagonista sólo le resta jugarse el último trofeo contra su rival Matt, actual pareja de Stacie. La gran final, dos desproporcionales adversarios y un resultado cantado.