Judy

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Una vida, tan trágica como plagada de excesos, maridos e infortunios fue la de la gran Judy Garland. No fue mucho el tiempo que los sufrió, ya que falleció muy joven, a los 47 años.

Y ahora que están de moda las biopics de artistas de la música, esta película tiene los suficientes ingredientes tanto para contentar a los fans de la estrella como para hacer, impulsar a quienes no la conocieron a ver sus películas o escuchar sus grabaciones.

El filme por el que seguramente René Zellweger va a ganar el segundo Oscar de su carrera tiene allí, en la performance de la actriz de El diario de Bridget Jones, su mejor respaldo o vidriera. No son solamente la imitación, los gestos, el caminar copiado de ver tantos clips, sino la encarnación que logra la intérprete lo que hace imposible sacarle los ojos de encima.

La película de Rupert Goold abarca el tramo final de la vida de la estrella, por 1969, desde poco antes de que deba aceptar una serie de conciertos en Londres, cuando la tenencia de sus hijos -ya no de Liza Minnelli, que era mayor- era un tema, y Garland no tenía un cuarto de dólar para mantener la habitación del hotel en Los Angeles donde vivía.

El alcohol, la facilidad con que se enamoraba y otras malas decisiones hicieron de su existencia un calvario. Alejada de sus hijos, podía cantar como los dioses o hacer un espectáculo vergonzoso en escena.

Como mucho del presente que narra el relato tuvo también sus raíces en la infancia, la película va y viene y muestra cómo en Hollywood abusaban de la niña prodigio (el rodaje de El Mago de Oz, con Louis B. Mayer como productor).

Y ese rentrée de Judy Garland tiene su paralelismo -exagerado, en otra dimensión- con el de Zellweger. Ambas se alejaron del centro de la escena, y regresaron por la puerta más grande que encontraron.

Que la actuación de Zellweger esté por arriba de la película misma no habrá sido un error de cálculo de parte del realizador, sino que es consecuencia de la manera en que Goold eligió contar su relato. Es cierto, hay algunos tics que sobran, pero si hablamos de lo que sobra, hay algunos clisés que el director de King Charles III pudo haber obviado.

Es la forma en la que resalta lo que, en vez de sumar verosimilitud, hace que uno advierta lo clisés.

De todas maneras, el filme ofrece muy buenos momentos, hay una reconstrucción de época lograda y las casi dos horas pasan como volando. Como ocurre con las buenas películas.