Juan y Eva es la historia del origen y la consolidación del romance entre dos de las figuras políticas más importantes del siglo XX argentino. El título es claro, el enfoque está puesto en el hombre y la mujer detrás del mito, y el amor que se profesaron antes de convertirse en Perón y Evita. También es una película que se estrena a poco más de un mes de las elecciones presidenciales por lo que es, en ese sentido, susceptible a que se la mire de reojo como una realización de fines propagandísticos. Cabe aclarar que esa idea previa se desvanece de a poco mientras la proyección avanza y, si bien no es "apolítica" como definió su directora, sería injusto tildarla de electoralista. El film se destaca por una gran representación de época que no necesita apelar al ornamento. Austero pero preciso, es evidente el fuerte trabajo de producción en el cuidado de los detalles. Son notables también las interpretaciones de sus protagonistas, en ambos roles de peso sobre los que se sostiene la historia. Sin importar el parecido físico, tanto Osmar Núñez como Julieta Díaz acaban identificados con dos papeles difíciles, de los que mucho se sabe y se ha visto, pero poco en el período representado. Respecto al tema político, parece temeroso el calificar a la película de apartidaria por el hecho de transcurrir en una etapa que antecede a la antinomia peronismo-antiperonismo. Si bien desde un principio se tiene la pauta de que el costado que se muestra es el humano (la relación de Perón con María Cecilia, por ejemplo), se puede dudar de si verdaderamente está tan disociada de la actualidad. Hay respecto a esto una escena en particular (se puede ver un vistazo en el trailer que está más abajo), en que el embajador Spruille Braden (Alfredo Casero) encabeza la Marcha de la Constitución y la Libertad. Allí circula la multitud con los puños en alto, banderines norteamericanos y carteles en los que se lee "Unión Cívica Radical" y "Sociedad Rural Argentina", todo esto acompañado por una tétrica música de película de terror de fondo. Ejemplos como este desdibujan lo que es, en esencia, un film "apartidario". Respecto a la historia de Juan y Eva, hay en el guión un trabajo opuesto al que se condujo respecto a la puesta en escena. De aquella se resaltaba la austeridad como punto a favor, algo que falta en el relato escrito por su directora Paula de Luque, sobre la novela homónima de su marido y actual Secretario de Cultura, Jorge Coscia, el cual se mantiene muy apegado a las citas. Meticulosa y respetuosa, el buen desarrollo de la historia de amor pierde fluidez a manos de la solemnidad y el discurso.
El nacimiento de un sentimiento Juan y Eva (2011), la nueva realización de Paula de Luque, es mucho más que una película sobre la historia de amor entre dos de los seres más importantes de la historia contemporánea argentina. Sino que es una solo una excusa para hablar del nacimiento de un sentimiento mucho más amplio y general, que nucleará a todo un pueblo y se transmitirá de generación en generación. La historia de amor entre Perón y Evita es la metáfora perfecta para hablar del amor en un sentido mucho más amplio y figurado. Paula de Luque tomó solo un periodo histórico para contar la historia de amor entre ambos personajes. La película se sitúa entre el terremoto de San Juan ocurrido en enero de 1944 y el 17 de octubre de 1945, día en que miles de obreros invadieron las calles de Buenos Aires para pedir por la liberación del entonces coronel Juan Domingo Perón. Ese lapsus de tiempo será tal vez uno de los más importantes para la Argentina y el que marcará el resto de la historia. Lapsus en el que no solo Juan y Eva se conocen y comienzan a vivir su propia historia de amor sino también periodo en el que se forjarán los principios de uno de los movimientos populares más significativos del siglo XX: El Peronismo. Tanto la historia de Juan Domingo Perón y Eva Duarte tuvo más de una versión cinematográfica. Algunas trascendentales, otras polémicas como la Evita (1996) de Alan Parker, un par que nadie recuerda y muchas cuya investigación se centró más en el género documental que en la ficcionalización. Pero lo curioso es que todas se centraron en el periodo más conocido masivamente o más político de ambos. Hay una momento en la vida de estos dos seres que parecía carecer de valor cinematográfico pero Paula de Luque logró traspasarlo a la pantalla con una serie de condimentos que lo convierten en uno de los más ricos dentro de ese círculo que rodeó a Juan y Eva. Si bien el eje central será la historia de amor, esto servirá para hablar del surgimiento del movimiento peronista. Hay una relación permanente entre ambos elementos, dejando en claro que las dos historias van tomadas de la mano y que sin duda ambas hablan de lo mismo, aunque paradójicamente diferentes, amor al fin. Desde lo narrativo, la realizadora eligió contar la historia de un modo lineal que dividió en tres capítulos: El amor, El odio y La Revolución. De esta manera el espectador podrá seguir la historia sin perder el hilo conductor del relato general. Más allá de esta linealidad general hay una segunda línea de acción mucho más compleja integrada por una serie de metáforas y símbolos que de Luque decidió emplear para matizar la historia de amor con un tono más político. Como ejemplo se podría citar al terremoto de San Juan que se utiliza como prólogo y que sirve como metáfora de los temblores que las altas esferas sociales sufrirán partir de ese momento. Otro recurso utilizado de un modo eficaz es el del fuera de campo. En lo que podrían ser grandes y multitudinarias escenas elige posar la cámara sobre un rostro o un objeto cualquiera, intensificando el relato musicalmente o con sonido ambiente, sin la necesidad de abrir el plano y mostrar todo para que se entienda lo que se quiere transmitir. Actoralmente hay un acertado trabajo en la marcación de los personajes. El lugar común hubiera sido caer en el estereotipo de la Evita y el Perón que todos conocemos. Pero no es así, sino que hay una construcción de personajes y no una imitación. Tanto Julieta Dìaz –increíble composición- como Osmar Núñez logran darle vida a dos seres diferentes pero que a medida que la película avanza reconoceremos como los reales. No por sus parecidos, sus modos de hablar o sus gestos sino por como los crean y transmiten sus parlamentos y silencios que los reconoceremos cercanos. Dos personajes contradictoriamente tan diferentes como iguales. Acompañando a los protagonistas se destacan Fernán Mirás en la piel del General Ávalos, un villano de temer, y María Ucedo , en la consagratoria interpretación de Blanca Luz Brum. Visualmente hay una premeditada tendencia al uso de colores fríos y neutros como así también a la utilización de ambientes despojados. No hay ampulosidad en la reconstrucción de época y solo se utilizan objetos necesarios para el desarrollo dramático. Esto le brinda a la historia cierta atemporalidad que le permite jugar con el encadenado de imágenes reales tomadas de noticieros de la época. Toda la estética del film está puesta más sobre los movimientos de cámaras, los encuadres, la iluminación o la construcción de cada plano que sobre la reconstrucción épica. Juan y Eva cuenta una historia de amor. La historia que unió a Eva Duarte con Juan Domingo Perón y junto a ellos a todo un pueblo. Una película que trasciende mucho más allá de las ideologías, los partidismos y las rivalidades políticas para hablar de nosotros, de nuestra historia y del amor que pudo cambiar al mundo.
Sintonía de amor "Es la historia de un amor como no hay otro igual…", dice el bolero. Y eso es lo que se propone Juan y Eva, una épica histórica, política y romántica sobre Juan y Eva Perón, desde que ambos se conocen y hasta que llegan al poder luego del levantamiento popular del 17 de octubre de 1945. Paula de Luque (Cielo azul, cielo negro y El vestido), más afecta a la experimentación visual y narrativa, sostiene aquí un relato más clásico (aunque de vez en cuando irrumpen elementos ligados al video-arte) para describir en clave de thriller el ascenso de Perón en turbulentos tiempos tanto en el frente interno (su relación con los militares más conservadores) como en el externo (el derrumbe nazi) y la relación que se va estableciendo con esa ascendente actriz (e hija ilegítima) que tanto inquietó a sus detractores. No es la primera vez que las figuras de Juan y Eva son reflejadas en la pantalla y -más allá de la corrección formal y de la más que digna producción (que supo disimular las carencias, por ejemplo a la hora de evitar las costosas escenas de masas)- se podía esperar algo más de audacia, de riesgo. Por momentos, el film luce demasiado temeroso, didáctico, solemne, esquemático y previsible, como si tuviera miedo de incomodar, de dar una nota falsa. Se trata, de todas maneras, de un film correcto, que no agobia y que en varios pasajes logra atrapar al espectador. Y que recupera -desde una postura más glorificadora que cuestionadora- uno de los amores más importantes de la historia argentina. Tan influyente que aún hoy -más de medio siglo después- se lo sigue reivindicando o cuestionando con la misma pasión desde bandos muchas veces antagónicos.
Sin pasión Supongo que para algunos la idea (al parecer hasta ahora inconcebible) de mostrar a Perón y a Evita haciendo el amor apasionadamente era suficientemente "atrevida" como para justificar una película como Juan y Eva. Pero, primero, no me interesa ver el trasero desnuddo de Perón. Segundo, a menos que se quiera hacer una porno con temática justicialista, una película necesita más que eso para resultar interesante. Juan y Eva, por supuesto, no intenta ser una porno sino "una gran historia de amor", como demuestran los fragmentos sutilmente seleccionados de los radioteatros que interpreta Eva Duarte en la película. Es decir que como estamos en el silgo XXI, esta es una historia de amor con sexo, con amores extramatrimoniales, con pequeños escándalos contenidos, con actrices ligeras de cascos y militares calentones. Hay un contraste entre el tono rosa de las frases que dice Eva y un amorío sórdido (que viene de desplazar a otro), que por las casualidades de la historia resultó ser clave para la historia política argentina. No se trata únicamente del choque entre lo que Eva dice y lo que Eva hace, esa tensión se expande a toda la película. ¿Por qué? Porque si bien Juan y Eva no es una radionovela rosa de la década del cuarenta, sí es un relato rosa peronista. La admiración que la película siente por la pareja (sí, son próceres, pero ojo que somos modernos y sabemos que los próceres también tienen sexo) hace que cada momento que viven resuene con campanas de significado cósmico. Por decirlo de otra forma: los personajes (fundamentalmente, Eva y Juan) no parecen personas reales con pasiones reales (pocas cosas más chatas y menos interesantes que las escenas "de sexo" de esta película, que no podrían excitar a nadie), sino figuras que desfilan por la historia. Probablemente el único aspecto interesante de la construcción de los personajes es el perfil de Evita como mujer celosa. Sus arranques de furia cuando descrubre que Perón tiene otra amante, su "golpe de Estado amoroso" dan una característica casi patológica que a uno podría llegar a interesarle conocer. Pero la cosa se termina pronto: Eva logra ser la amante de Perón y desde entonces no hace más que apoyar la cabeza en el hombro de su amado. Por otro lado, esta obsesión celosa se come cualquier perspectiva política de Evita. ¿Por qué? Cada tanto hay alguna que otra frase en boca de Julieta Diaz que perfila a esa dirigente que va a ser Evita, pero a esta película le interesa la historia de amor, por eso saca los apellidos en el título, por eso muestra el sexo, por eso cuando se está gestando el 17 de Octubre, Evita se dedica a desfallecer lánguidamente en su departamento con lágrimas por su amado encarcelado. Una paradoja carcome esta película: Juan y Eva quiere ser un retrato de la intimidad de los personajes y por eso deja afuera muchas cosas, como deja afuera, por ejemplo, al público que escucha los discursos de Perón (se abaratan los costos pero se pierde la esencia de lo que se está viendo). El problema es que esta pareja está atravesada por la esfera pública y sin ella no tiene sentido. Por supuesto, De Luque cuenta algunas cosas del drama del nacimiento del peronismo, pero sólo algunas, selectas, que dejan afuera completamente al actor fundamental del peronismo: el pueblo. Más allá de un obrero que habla a cámara al principio de todo y las imágenes de archivo del 17 de Octubre, prácticamente no se ve un solo descamisado en todo Juan y Eva. Hay intrigas de palacio, intrigas militares, intrigas internacionales, cosas que importan menos. La historia de Eva y Juan importa en la medida en que fue importante para todas esas personas que no vemos. La película asume esa mirada, está enamorada de sus líderes, pero no muestra lo que hizo que el peronismo fuera lo que fue. O sea, termina mostrando casi nada: Eva Duarte se tiñe el pelo, perfiles desnudos con iluminación "artística", un plano de la pareja en lancha tan cerrado (como todo en esta película) y tan feo que parece hecho con back projecting. Al margen de todas estas cuestiones "de base", muchas otras cosas no funcionan en esta película. Una es la clave (tan del cine argentino viejo) con la que se manejan las actuaciones. Fernán Mirás está fuera de control. Por otro lado, la idea de poner a Alfredo Casero a interpretar a Braden, con acento, roza límites de lo grotesco que no le hacen bien a esta película. Pero fundamentalmente el problema es que a esta historia de amor le sobran toneladas de solemnidad peronista y le falta una pasión real que arrastre la narración por sobre el curso de la historia que todos conocemos, y que nos permita interesarnos por esta película como parte del cine. Juan y Eva está dedicada a Leonardo Favio, pero le falta todo ese exceso del Favio peronista. Para historia ilustrada están las fotos en los manuales.
Pasión y política Paula de Luque se centra en la primera etapa de la relación entre Juan Domingo Perón y Eva Duarte. La historia de amor entre Juan Domingo Perón y Eva Duarte es lo que cuenta Juan y Eva , el nuevo filme de Paula de Luque que elige, con inteligencia, centrarse en el breve período de la relación entre ellos que va desde que se conocieron, en enero de 1944, luego del terremoto de San Juan, hasta el 17 de octubre del ‘45. La inteligencia de la decisión se nota en dos hechos. Por un lado, porque invita a conectar ese período iniciático con lo que después sería la más pública presidencia de Perón -y los hechos más conocidos de las vidas de ambos- sin tener que mostrarlos. Y, por otro, por entrar en un terreno algo más especulativo y dable a la ficción. ¿Quién sabe realmente cómo fue la vida privada de esta mítica pareja? Paula de Luque lleva a buen puerto un filme que, si bien no sorprende, está correctamente organizado desde lo narrativo, bastante bien actuado y no cae demasiado en los clichés (frases célebres, situaciones archiconocidas) que tienden a plagar este tipo de producciones históricas. También, se nota, es una producción de relativo bajo presupuesto que se las arregla ingeniosamente para resolver situaciones épicas -concentraciones de gente- con bastante cuidado. Sí se deja ver en esa relación, tal vez por tener a una directora al comando, una mirada mucho más puesta en la figura de Eva (muy bien Julieta Díaz), quien de a poco demuestra que no teme hablar cuando nadie del círculo que rodea a Perón la invita, ni deja de enfrentar a otras mujeres que rodean al entonces Coronel (desde lo personal a lo político, amantes, secretarias; gran trabajo de María Ucedo aquí) con la fiereza y personalidad que muchos le conocieron. A Perón (Osmar Núñez, alejadísimo de la caricatura) se lo ve tironeado entre el establishment con el que tiene que manejarse y la propia Eva, que ve crecer el odio alrededor de ella y, luego, de ambos. Dividida en capítulos, Juan y Eva tiene, claro, la pátina de película oficial sobre el tema, de hagiografía si se quiere. Pero De Luque se cubre de esa acusación al mostrar flancos discutibles de los personajes que hacen destacar su humanidad y las duras circunstancias que debieron atravesar para que esa historia de amor termine siendo, para muchos, una de las grandes historias del siglo XX.
1944. En medio de una fiesta coqueta, el embajador norteamericano Spruille Braden le pide a uno de los invitados que le hable en español en lugar de balbucear en inglés. Las copas comienzan a moverse mientras lejos, en San Juan, la tierra se abre. Es sólo el principio de una historia de amor que deviene política. Es que como directora Paula de Luque se propone recrear la historia de amor nunca antes contada entre personajes como Juan Perón y Eva Duarte, conocidos por su presencia y trascendencia en la historia argentina del siglo XX. Y lo consigue. Muy inteligentemente, De Luque los aborda en un momento clave, aquel que comienza cuando cruzaron sus vidas y culmina el 17 de octubre de 1945, cuando cientos de miles de hombres y mujeres, en especial los de las clases marginadas de todo el país, lo impusieron como su líder. Lo poco de íntimo de aquel matrimonio, el de un militar viudo con una joven actriz en ascenso, de origen humilde, empezaba a ser invadido, cada vez más, por la tarea de gobernar un país rico y promisorio, pero con marcadas injusticias sociales. Para lograr su meta, De Luque pulió con prolijidad un guión que no esquiva la historia, pero sabe mover delicadamente la cámara hasta esa intimidad de la que poco se sabe. Si de tareas difíciles se trata, parece que De Luque está preparada para resolverlas. En su film no sólo trabaja la columna central de la historia y los diálogos -algunos muy precisos, agudos y polémicos, en oportuna versión libre, y en los íntimos, que sugieren más de lo que ponen en palabras- sino la de las imágenes, con una delicada concepción plástica. Es imposible pensar en dos actuaciones en extremo convincentes (no necesariamente calcos de los auténticos y protagonistas) de Osmar Núñez y Julieta Díaz sin el apoyo del entorno en sintonía. Es el caso de la impecable María Ucedo como Blanca Luz Brum, en su papel de secretaria ministerial, o el de Fernán Mirás, como el coronel aliado Eduardo Avalos, tan efectivo como el de Sergio Boris, el teniente coronel Domingo Mercante. Ninguno de estos personajes, al igual que el del embajador Braden (un medido Alfredo Casero), a quien recorta en su función como impulsor del frente opositor al movimiento naciente, opacan a los verdaderos protagonistas sino que los ayudan a imponerse. Lo mismo ocurre con la escenografía, el vestuario y la música, que consiguen lo que buscan, emocionar, sin excesos, como los personajes, sin repetir lo mil veces dicho ni rendirse a la tentación del discurso.
Un gran amor en versión ilustrada Esta película de Paula de Luque centra su mirada en algunos fragmentos de la relación entre Juan Domingo Perón y Evita, abarcando desde el festival donde se conocieron hasta el mítico 17 de Octubre de 1945. Se conocieron y amaron intensamente. Ella murió a los 33 años y él cerca de los 80, pero la película de Paula de Luque toma sólo algunos fragmentos de la ya de por sí corta vida que los unió, que empezó en el festival benéfico por el terremoto de San Juan, y culminó con el Día de la Lealtad, el mítico 17 de Octubre de 1945. El Coronel Perón y Evita, “La Eva” indócil de quien sabe qué padre, aparecen retratados en los inicios de su relación amorosa, y la directora, por lo tanto, escarba en ese breve período, condenado por muchos, aceptado por pocos. Al fin y al cabo, fueron ellos los que construyeron su historia de amor. El montaje paralelo del inicio, por un lado, con un milico, al que no vemos en detalle, escuchando la voz de Eva Duarte en un radioteatro, y por el otro, describiendo una reunión de la oligarquía de entonces con el visitante ilustre Spruille Braden, aclara las intenciones del film: la política pasará a segundo plano para narrar el prohibido romance de la pareja, y el terremoto sanjuanino será el disparador para construir la torrencial relación. Sin embargo, la película en sí misma, a diferencia de sus dos temerarios y revolucionarias personajes, trasluce pura y exclusivamente a través de la ilustración, manifestando cierto temor por jugarse más con los ya de por sí riesgosos materiales. Por un lado, la descripción de época funciona de manera perfecta y sin demasiados riesgos. Por el otro, los trabajos interpretativos centrales, a pura composición minuciosa por parte de Nuñez, e introspectiva, catártica y puteadora desde Julieta Díaz, dejan ver las fragilidades y fortalezas de dos individuos destinados al recuerdo permanente. Pero sólo en meros detalles Juan y Eva se escapa de la ilustración, breves pinceladas que tienen al uso del ralentí como construcción del mito (Perón reflejado detrás de un vidrio; él tomando a ella de la mano en un momento decisivo; el cálido abrazo de la pareja en el Hospital Militar antes del primer balcón frente a la ansiosa multitud). Más aun, cuando el amor de los dos triunfa, es la película quien se impone a los chanchullos militares de la época, retratados de manera didáctica, sin demasiado nervio, con un excesivo perfil bajo, con demasiados personajes al borde de la caricatura. Un maldita tentación sería comparar al film con Eva Perón de Desanzo, con Goris desgarrada en la piel de Evita y Laplace tratado como el general indeciso. Pero es otra película, diferente a esta. Sin embargo, el nombre de Favio da vueltas por las imágenes de Juan y Eva, desde los créditos iniciales por vía de la dedicatoria. Entonces, será la rimbombante música Iván Wyszogrod (Gatica, el Mono; Perón, sinfonía del sentimiento) y aquellos citados ralentis los que invocarán a esos films épicos del gran Leonardo. Y, por lo tanto, Juan y Eva será un pedacito más de ese rompecabezas que refiere a la construcción inicial del gran movimiento.
Refinado acercamiento a un amor histórico Sorprende este refinado acercamiento a un amor histórico, contado desde que tembló San Juan hasta que vibró Plaza de Mayo, y pautado en tres capítulos: el amor, el odio (los resquemores de Campo de Mayo), la revolución. Con esta obra, la realizadora Paula de Luque se coloca hoy, por derecho propio, casi al nivel de Leonardo Favio. A él, justamente, le dedica el esfuerzo, y de él sigue también algún recurso de diálogo amoroso en off, momentos íntimos de simple quietud, el manejo de sobreentendidos, la argentina pintura de rostros y ambientes, y otras cositas aún más inefables. Pero lo suyo no es imitación, sino absorción y coincidencia de espíritus, una virtud de pocos. Algo similar ocurre con Osmar Núñez. El no imita a Juan Perón, sino que parece haber absorbido y encarnado su mirada, la forma de poner los brazos al sentarse, y otros varios detalles, pero no como imitación, sino interpretando además la evolución de su personaje, que en ese momento se estaba construyendo a sí mismo. Obsérvese, al respecto, el modo en que Perón lee un discurso al comienzo, y el manejo de los tiempos con que responde (y se impone) a su superior, en el final. Más espinoso es el trabajo de Julieta Díaz componiendo a Eva Duarte desde antes de ser rubia, abanderada de los humildes y mujer del líder. La que aquí vemos es todavía una actriz ocupada en sí misma, que se hace un lugar junto al hombre en ascenso y empieza a mostrar las uñas de diverso modo, y a veces de muy mal modo. Tenía carácter fuerte, ya se sabe, y Díaz no la tiene tan fácil como parece. Detalle destacable, en esta película Eva Duarte no hace el 17 de octubre, ni siquiera interviene. Lástima que tampoco lo haga Cipriano Reyes, que ni figura mencionado. Puede reprocharse esa omisión, dos números artísticos ajenos a la época, una radio que transmite apenas encendida (entonces las válvulas tardaban en calentarse), la mala elección de un rol (el actor es bueno pero no le da el físico) y una chicana innecesaria donde aparecen remarcadas las siglas de la Rural y dos partidos políticos actuales. En cambio, los méritos son muchos. La autora se acerca a sus figuras con admiración pero sin endiosamiento, pone diálogos interesantes, crea buenos climas de seducción, intriga, y finalmente de épica, y sabe comandar un notable equipo de artistas y técnicos (Iván Wyzsogrod, músico, Alberto Ponce, editor, Rodolfo Pagliere, director de arte, etcétera). Además, algo que sólo ella podía hacer: releva con inteligencia el papel de las otras mujeres de Perón, entre ellas la protegida, la cuñada del primer matrimonio, y la poeta uruguaya Blanca Luz Brum, que le hacía los discursos y, según dicen, cuando meses después vio pasar a Perón y Eva rumbo a la Rosada, murmuró «era yo la que tendría que ir en ese auto». Un personaje muy interesante, el mismo de «El mural», digno de otra película.
La Argentina de fines de los "40 El filme de Paula de Luque permite asistir, quizás por primera vez a una representación creíble, emocional y sorprendentemente verosímil de la pareja Perón-Eva y todos los que rodean su historia. Es la historia del comienzo de la relación amorosa entre Juan Domingo Perón y Eva Duarte. "Juan y Eva" toma el período que va desde el terremoto de San Juan (enero, 1944), cuando se conocen con motivo de las colectas y el 17 de octubre, cuando el peronismo se manifiesta como movimiento de masas. A través del filme se asiste, como contexto que rodea el desarrollo de la historia de amor, a importantes sucesos de la Argentina. La renuncia del general Ramírez, Perón Secretario de Trabajo y Previsión y luego vicepresidente, la asunción de Farrell, el antagonismo con el general Avalos, la Marcha de la Constitución con Braden, embajador de Estados Unidos, y oponentes a Perón, su arresto e ida a Martín Garcia y la movilización de trabajadores del 17 de octubre. HALLAZGOS No sólo la representación de una época a través de mínimos detalles, desde el vestuario, los pequeños objetos, el habla cotidiana, están logrados, también es un hallazgo el material de archivo. El filme de Paula de Luque permite asistir, quizás por primera vez a una representación creíble, emocional y sorprendentemente verosímil de la pareja Perón-Eva y todos los que rodean su historia. Nunca los filmes referidos de una manera u otra a la célebre pareja, lograron el nivel de actuaciones y la sorprendente correspondencia con la realidad, que alcanza "Juan y Eva". Figuras como Avalos, Blanca Luz Brum, el presidente Farrell, Mercante, Erminda Duarte y amigas de Eva, aparecen con una notable aproximación a la realidad. PAREJA IDEAL Pareja despareja por edades y condición social, pero similares en el fondo y, firmemente unida por sentimientos que quizás conjugarían amor y necesidades complementarias, la presentación de los personajes de la historia permiten ir desmenuzando la intimidad de eso tan difícil de definir que puede unir a seres comunes, más allá de la carne y que se teje con sensaciones, miradas, susurros y el no decir de común acuerdo. Esta difícil sensación no siempre ha sido fácil de plasmar y es muy interesante cómo la directora se mete en los momentos íntimos con austeridad, emoción y respeto. Un párrafo final merecen las actuaciones protagónicas, porque esta pareja formada por Osmar Nuñez y Julieta Diaz, alcanzan su máxima expresividad en esta historia que los coloca entre los grandes actores argentinos. Otras revelaciones son Maria Ucedo como Blanca Brum, Pompeyo Audivert como Farrell, Fernan Mirás (Avalos) y hasta la mínima intervención de Alfredo Casero.
Dos leyendas en el comienzo del camino La directora Paula de Luque pone a sus protagonistas en un marco de odios y lealtades que se aproximan al exceso a medida que la pareja empieza a ser algo más que una pareja, un devenir que lleva inexorablemente al 17 de octubre del ’45. Como en un melodrama, esta historia de amor está enmarcada por excesos, como un terremoto, el de San Juan de 1944, que termina por sellar el destino de encuentro de Juan Perón y Eva Duarte. Es en ese caldo de cultivo para el nacimiento de un mito, ese entrecruzamiento de casualidades y causalidades, de realidad y leyenda, donde elige concentrarse Juan y Eva, film de Paula de Luque basado a su vez en la novela homónima del secretario de Cultura de la Nación, Jorge Coscia, próxima a publicarse. Perón (Osmar Núñez) es aquí todavía un dirigente en ascenso, pero que aún está descubriendo su discurso y su alcance y el que sigue manteniendo cierto acartonamiento propio del arma que representa. Eva (Julieta Díaz) es todavía una joven actriz que sueña con triunfar en el cine y se fascina por el hombre que admira y por el mundo que se le abre. Para que un héroe resalte, es necesario, decía Hitchcock, que el malo de la película tenga peso propio y quizás el que empuja al héroe a su destino. Es el tramo final de la Segunda Guerra Mundial, el mundo va quedando dividido en dos bandos unidos en la punta por Estados Unidos y la URSS. Spruille Braden (Alfredo Casero), empresario, lobbista y diplomático estadounidense de neto corte antisindical, llega como nuevo embajador del país del Norte a la Argentina. Su objetivo: aglutinar a la oposición en función de defender los intereses que la figura de Perón parece amenazar. Por otro lado, la relación con los gremios y con la actriz de baja alcurnia Eva Duarte del para mediados de 1944 secretario de Trabajo, ministro de Guerra y vicepresidente también comienzan a irritar a los sectores más conservadores de la oficialidad, representados por el comandante de Campo de Mayo Eduardo Avalos (Fernán Mirás). La oposición está planteada entre las fuerzas que desean proteger desde distintos puntos el statu quo reinante y el quiebre radical que representa Perón. En Juan y Eva, los personajes centrales aparecen como mirados uno a través de los ojos del otro. Eva es la muchacha fresca, desprejuiciada, intuitiva y celosa, que se mete de lleno en la vida de Perón. En ese ingreso, se encuentra con las mujeres del coronel y en todas se ve reflejada. Laberinto de espejos, Eva se encuentra a sí misma en María Cecilia (Jimena Anganuzzi), la niña mendocina que Perón oculta como amante, así como en Blanca Luz (María Ucedo) –que fue pareja del muralista mexicano David Siqueiros y del magnate mediático Natalio Botana, entre otros–, la temperamental consejera y secretaria de prensa del primer trabajador. También se halla en la esposa muerta tan ausente como presente, Aurelia Tizón, quien había fallecido años antes –como Evita en 1952–, de cáncer uterino. Eva las ahuyenta o busca hacerlo, dejando en claro que llegó para quedarse, pero el film las observa asimismo como alter egos de la misma mujer: su pasado de joven provinciana, su presente de amor donde despierta su conciencia política y de clase, su futuro de muerte trágica. Y es también el contexto villano el que empuja a Eva hacia Evita. Cuanto más cerca de Perón está, más se acentúa el rechazo y el desprecio que genera en ciertos sectores, por ser mujer, por ser quien es. Perón, a su vez, es el oficial visionario que es tanto caballero amoroso de armadura reluciente como aquel que viene a ser el líder que los trabajadores no habían tenido hasta ese momento. Con cada discurso donde la palabra se pule, con cada presentación, cada resistencia que encuentra le confirman la dirección optada. Y es en realidad ese camino elegido por Perón el que arrastra a los amantes hacia el destino que representa el 17 de octubre de 1945, el que se acerca en el film como algo simplemente inevitable, donde el amor privado queda para siempre entrelazado con la misión pública. Entre imágenes cuidadas y música que alimenta la atmósfera romántica y dramática de época, también están los aliados, los de la lealtad ambigua y los de aquella sin límites. Pero ellos están, pareciera, apenas para permitir que los protagonistas hablen y crezcan. Ese acento puesto en la palabra y en el destino escrito del 17 de octubre es quizá lo que le quita algo de ritmo al tercer largometraje de la directora. En Juan y Eva, el coronel Perón no puede más que transformarse en el general Perón, y por eso Eva habrá de convertirse en Evita. El castigo –presente en todo melodrama para con los amores imposibles–, habrá de ocurrir ya fuera de lo narrado: la muerte terrible y dolorosa de ella, el destierro para él, la mezcla de realidad y leyenda para ambos.
Prolija, plúmbea y peronista En algunos de sus afiches, Juan y Eva promete “la historia de amor jamás contada”. Sin embargo, la película –basada en un relato del actual Secretario de Cultura de la Nación, Jorge Coscia– pierde en muchos momentos la línea romántica y termina convirtiéndose en un relato bastante pétreo sobre el nacimiento del peronismo. En los títulos de inicio se dedica la película a Leonardo Favio. Favio, un notorio genio cinematográfico, creó un Perón y una Eva ficcionales en Gatica, el mono e hizo un “documental” pasional, soñador y bellamente excesivo, titulado con toda lógica Perón, sinfonía del sentimiento. Desde el calor, la intensidad y el vuelo al que nos remite el nombre de Favio entramos a Juan y Eva, una película prolija, por momentos esforzadamente caligráfica, con miedo al error, marmórea. Esos travellings en los que vemos a los extras hacer como que “conversan casualmente”, ese piano omnipresente al principio, esa música final trepidante de Iván Wyszogrod que remite a su propio trabajo en Gatica, esas decenas de diálogos con demasiada conciencia de la posteridad, esos planos rigurosamente compuestos y sobretrabajados en la iluminación (Perón y Duarte en la cama): estos y otros recursos van armando no tanto una historia de seres humanos y pasiones políticas sino más bien la ilustración en estampitas, con marco de bronce, de una parte de la biografía de los fundadores de un movimiento al que el relato adhiere convencido. Del lado de Perón y Eva están los buenos, del otro lado los malos, con menciones bien explícitas sobre “la oposición” para que sean leídas en clave actual (¿o es que la actualidad ya fue construida simbólicamente de forma demasiado análoga a algunos relatos sobre la década del cuarenta?). Pertinaz claridad para pertinaz construcción ideológica. Pero el cine, parafraseando a Rodrigo Tarruella en su crítica de Los gritos del silencio (publicada en Tiempo Argentino en 1985, cuando el diario era pro radical), no se lleva bien con la construcción de imágenes con sentido único (de hecho, las imágenes suelen rebelarse y no permitir ese sentido, pero ese análisis es para otro texto). Y ahora, en lugar de parafrasear, citemos a Tarruella: “los ‘films de guerra’ de Fuller son metáforas sobre la tenacidad y la locura y no relatos literales sobre ‘hechos reales’. De ahí su permanencia en el tiempo.” Juan y Eva pudo haber sido una buena película sobre los celos, la determinación y la obstinación. Uno de los mejores momentos de Julieta Díaz como Eva es cuando adquiere rasgos siniestros y amenazadores en sus celos y en sus ansias posesivas, que buscan conservar a Perón para sí y a la vez construir y formar parte del poder futuro. Cuando Díaz comparte la escena con María Ucedo (que interpreta a Blanca Luz Brum) la película se vuelve inestable, atractiva, se aparta de lo obvio (que tiende con demasiada frecuencia a lo tedioso). Blanca Luz Brum es un personaje que merecería una película, y María Ucedo una actriz que bien vale un protagónico. Pero la película descarta la metáfora, y la línea histórica contada desde el peronismo oficial se vuelve la dominante y, más allá de algunos “hijos de puta” vociferados con ahínco y un par de menciones a las braguetas, queda un cine de reconstrucción histórica que llega a su colmo en la conversación de maqueta entre los generales Farrell y Ábalos en la casa de gobierno (no están ni Juan ni Eva en ese momento) y en las machaconas y casi risibles insistencias en que sepamos que los sucesos del final ocurrieron el 17 de octubre de 1945 que, según se nos comunica, ese año fue un miércoles.
La sombra de la leyenda Juan Domingo Perón y Eva Duarte fueron de las figuras más carismáticas del siglo XX en la República Argentina y el cine en general se encargó de retratarlos en distintas oportunidades, aunque se percató más que nada en plasmarla a ella, como en los films Evita de Alan Parker o Eva Perón de Juan Carlos Desanzo. Juan y Eva de Paula de Luque se centra mas que nada en la historia de amor entre ambos en un relato que abarca desde que se conocen en 1944 hasta que él asume la presidencia en 1946, en el marco de un contexto político y social de los acontecimientos que abatieron la respectiva época. El mayor inconveniente de la obra es que resulta muy intrascendente, intenta ser un film peronista, pero nunca se atreve a ir más allá de los simples hechos que retrata, nunca profundiza ni polemiza el entorno político ni a los propios protagonistas en sí, los cuales lucen sumamente apagados, especialmente el de Eva. Pareciese que Juan y Eva carece de una ideología propia siendo demasiado políticamente correcta, puesto que relata hechos sumamente destacados en la historia argentina y a personajes extremadamente polémicos, pero nunca se anima del todo a tomar una posición a favor ni en contra por ninguno de los dos. Pero a diferencia de las películas anteriormente nombradas, de Luque se centra en el personaje de Perón y quizás la correcta actuación de Osmar Núñez sea lo más destacado del film. El problema esta del lado de Eva, que es interpretada erróneamente por Julieta Díaz, la cual nunca sostiene el personaje que le tocó interpretar, aunque todo esto deriva de lo dejada de lado que está ella en la historia, ya que nunca se la presenta con esa impronta mística que la caracterizó, sino que resulta un tanto timorata y desenfocada. Narrativamente el film también resulta muy flojo, estando preponderado por una extrema linealidad que hace que la sucesión de los hechos sea un tanto densa; en tanto que visualmente la película, que es mayormente en color, intercala imágenes con escenas en blanco y negro, las cuales no aportan nada a la acción dramática y carecen de sentido en su configuración, sólo se puede entender su incursión en tanto a una continuidad con las imágenes de archivo de la época, aunque el traspaso termina resultando innecesario. Con Juan y Eva, se entiende que de Luque intenta realizar un film políticamente correcto, lo que conlleva una obra muy austera que por su falta de riegos termina siendo intrascendente y muy pobre en sus contenidos, ya que la historia de Perón y Duarte no solo demanda una lejana visión de una historia romántica que tanto narrativa como visualmente aparenta ser una serie televisiva, y que por lo tanto desemboca en un traspié en la carrera de la realizadora tras una interesante película como había sido El Vestido.
Dos historias de amor No es un dato menos significativo que la concepción global de Juan y Eva no parta de una premisa revisionista de la historia del peronismo. De hecho, su directora Paula de Luque deja bien aclarado en un epilogo sintético y sin medias tintas que el peronismo obedece a una identidad política abrazada por millones de personas. Que no aparezcan entonces fechas con intertítulos y que se haya recortado intencionalmente el período histórico que coincide con el romance entre el militar Juan Domingo Perón y la actriz de radioteatro Eva Duarte refuerza la toma de posición de este opus de la directora de El vestido como parte de la expresión de una mirada personal sobre una historia de amor y odio, vivida por dos amantes, quienes con el correr del tiempo se convertirían en mitos políticos y quizás más adelante en referentes sociales para millones, fenómeno que entre otras cosas se tradujo en lo que luego se denominó peronismo. El director argentino que pudo desde el cine asociar este movimiento nacional y popular con un sentimiento y con cierta mística -más allá de los iconos del cine militante de los 70- fue sin lugar a dudas Leonardo Favio. Por eso la dedicatoria del comienzo del film de Paula De Luque lleva su nombre. La realizadora, con astucia al contar con un presupuesto limitado y condicionante de grandes despliegues de extras o locaciones, valiéndose de un guión prolijo y meticuloso reconstruye la intimidad de la pareja no con una pretensión de rigor histórico (las licencias obedecen al fin ficcional y no a errores deliberados históricos como se intentará atribuirle) sino más bien con una intención estética, poética y narrativa que recoge sabiamente momentos claves que marcan los estadios de la relación apasionada entre el -en ese entonces- Coronel Perón y Eva, la joven y temperamental aspirante a actriz que lo enamoró desde el primer día en que se conocieron con motivo de un festival solidario para recaudar fondos y ayudar a las víctimas del terremoto de San Juan. Ese encuentro azaroso y posterior romance también provocó un terremoto en las altas esferas del ejército que repudiaron y coaccionaron a Perón para que abandone su relación en pos de una moral mojigata y retrógrada muy en boga para la época donde el rol de la mujer siempre debía subordinarse a las decisiones de los hombres. Las negativas y desafiantes actitudes del militar para con sus camaradas, sumada la cada vez más influyente personalidad de Eva en el entorno y su devoción por la figura de su amante confluyen con momentos de gran agitación política, donde se gesta desde los movimientos sindicales los orígenes de una expresión de identidad política a la que el film hace alusión desde la esfera emocional con escenas medidas pero impactantes, intercaladas con material de archivo en lo que determina un equilibrio entre la masa y su líder. No obstante, Paula De Luque organiza el relato con una fuerte presencia femenina no sólo en el rol estelar de Eva, interpretada con gran austeridad y solvencia (basta recordar la grandilocuencia de Esther Goris en su Eva Perón de Juan Carlos Desanso) por Julieta Díaz, sino de otras mujeres entre quienes se destaca la brillante performance de María Ucedo como Blanca Luz Brum, secretaria ministerial y rival –como todas aquellas mujeres que se acercaran a Perón- de la protagonista en lo que se refiere a la relación más intima con el coronel. El resto de los personajes secundarios no desentonan con la propuesta y acompañan sin estridencias a la figura emblemática y no caricaturizada de Perón en la piel de un Osmar Nuñez convincente y contenido. Juan y Eva se caracteriza por su virtuosismo en lo que respecta a la dirección y rubros técnicos, desde la música de Iván Wyszogrod y la fotografía de Willy Behnisch hasta la utilización de material de archivo y reconstrucción de época con fines narrativos y dramáticos excluyentemente, que funcionan adecuadamente como contexto histórico de una corta pero apasionada historia de amor: la de un hombre y una mujer y la de un pueblo y una idea.
Antes de la revolución Juan y Eva fue dedicada a Leonardo Favio y la directora Paula de Luque sostiene esa filiación en cada fotograma con que versiona la relación amorosa entre Juan Perón y Eva Duarte. Al mismo tiempo, describe los hechos sobresalientes que marcan el nacimiento del peronismo. Osmar Núñez es el Coronel Perón antes de convertirse en el líder del movimiento. El porte y los rasgos del actor colaboran con el rol, así como la diferencia de edad con respecto a Julieta Díaz. A la actriz, Eva, antes de ser Evita, le sobra carácter pero le falta la fuerza trágica de su personaje. Sobre esos rieles transita la historia que enfoca la mutua fascinación desde que se conocen poco después del terremoto de San Juan. En la construcción de los personajes, la película instala en el centro de atención a Juan Domingo Perón, el visionario y conductor innato, mientras Eva lo sigue sin comprender todavía que están a las puertas de un cambio histórico. Se lo dicen los colaboradores que la mantienen al margen con sutileza. En ese entorno se destaca la actuación de María Ucedo en el papel de Blanca Luz, la asistente de Perón. Alberto Ajaka es Juan Duarte, papel breve pero notable; también Fernán Mirás y Alfredo Casero aportan sus posibilidades expresivas en esta película de época. Paula de Luque combina drama y documental con inteligencia. Hay un trabajo de montaje de imágenes y sonido que logra el tono propio de la épica. Las instancias previas a las manifestaciones del 17 de Octubre en las calles, los trabajadores rumbo a Plaza de Mayo y otras imágenes de archivo amplían el escenario donde la pareja vive su amor. La película se estructura en tres capítulos (titulados respectivamente “El amor”, “El odio”, “La revolución”), procedimiento didáctico con que organiza la información. Juan y Eva mantiene una mirada demasiado amable y contenida porque, más allá del objetivo de humanizar las figuras históricas, la directora las recrea desde su costado más positivo. Sin duda, esta perspectiva puede irritar a quienes mantengan viva la polarización entre peronistas y antiperonistas. De todas maneras, la película vale la pena por el trabajo bien planteado sobre la seducción de Perón; las limitaciones de Eva; las escenas eróticas; la alternancia entre el registro en blanco y negro (de archivo o recreado) y el color; los discursos y, sobre todo, la tesis, no dicha, de que en la fabulosa movilización del 17 de Octubre, el protagonista fue el pueblo que reclamó por la liberación de su líder.
Volveré y seré aburrimiento El cine argentino vuelve una y otra vez sobre la mitología peronista. Pero los problemas que evidencia Juan y Eva no son exclusivos del enamoramiento habitual que tiene la cultura popular sobre las figuras de Juan Domingo Perón y Eva Duarte, sino que son propios del cine revisionista que se hace en el país, que este año ya sufrieron figuras como San Martín y Belgrano. A una construcción alambicada de los hechos, a una exposición marmórea de los personajes, se suma una puesta en escena solemne y actuaciones que denotan con cierto rictus el hecho de estar contando algo “importante” de nuestra historia: ver si no las caras de culo con las que andan por allí Gustavo Garzón o Pompeyo Audivert, sin hacer mención a las caricaturas que producen Fernán Mirás o Alfredo Casero, este último como el embajador Braden. El caso de Casero es paradigmático: el actor pareciera estar en uno de esos sketches con los que satirizaba los noticieros internacionales en Cha-Cha-Cha, y su performance se asemeja peligrosamente al mamarracho de Timothy Spall como Winston Churchill en la reciente El discurso del rey. No obstante, salvemos de esto a Osmar Núñez y Julieta Díaz, quienes con sus sólidas actuaciones parecen insuflarle algo de humanidad a un film desapasionado y falto de tensión dramática. Paula de Luque, que proviene del cine independiente, se muestra en un film que no es industrial (es evidente el bajo presupuesto, y hay algunos aciertos de puesta en escena para disimularlo), pero que tiene ganas de ser popular. Su Juan y Eva va desde el momento en que Perón y Duarte se conocen y hasta el 17 de octubre, aquella épica jornada en la que el pueblo trabajador colmó la Plaza de Mayo para vivar al coronel y dejar el camino servido a su primera presidencia. Entonces, lo que le importa a la realizadora es más lo privado que lo público, es ese amor y la dificultad de llevarlo adelante por la rigidez castrense con la que sus pares miden a Perón y las presiones externas del Gobierno norteamericano luego de la derrota nazi en la Segunda Guerra Mundial. Su film quiere ser más un drama romántico sobre un amor casi imposible, que se termina convirtiendo en una de esas historias de amor más grandes que la vida misma. El primer escollo que debe sortear el film, guionado por la propia directora, es su propia escritura. Es una perogrullada señalar que las películas históricas son escritas desde el presente, con la historia conocida, y que el reto mayor es tener la suficiente inteligencia como para pensar a esos personajes en el contexto histórico original. Pero precisamente eso es lo que no ocurre aquí, ya que desde el primer fotograma en el que aparecen, Eva y Perón son los Eva y Perón que quedaron para la posteridad, y no esos personajes en ciernes que el relato debe ayudarnos a descubrir. El film casi no presenta personajes, sino que nos suelta a una historia que, supone, conocemos de antemano. Y para ser que cuenta un período de tiempo bastante acotado, resulta demasiado fragmentario, sin construir demasiado firmemente a sus personajes: de hecho, varias escenas son cortadas abruptamente, cuando apenas parece arrancar el conflicto. Si el film logra capturar algo de nuestra atención, de generarnos cierto misterio, es porque Osmar Núñez y Julieta Díaz nunca se prenden de la estampita, y construyen a sus criaturas desde cierta inseguridad. Así es como vemos un Perón que duda, que no se decide a romper con determinadas estructuras y que resulta concesivo, casi hasta el límite de las posibilidades; y una Eva que antes de ser Evita, es una mujer posesiva, algo insegura pero decidida en sus objetivos, en este caso el coronel, y que se mantiene en este período en un tenso segundo plano. Pero así como el guión les hace decir algunas obviedades y los pone en un lugar edificante, ellos desde lo físico (especialmente Núñez, que hace de su aspecto mucho más “blando” que el Perón real un acierto antes que una falla) niegan esa seguridad con la que el film se conduce desafortunadamente. Ese es el mayor riesgo que se permite el film de De Luque, por más que muestre a los personajes teniendo sexo, en escenas tan feas y artificiales que inhabilitan cualquier posibilidad de provocación. Pero el escollo principal que no logra sortear la directora es el de la traición a sus objetivos. Si por un lado parece querer contar la historia de amor, una y otra vez lo político, la intriga “palaciega”, se filtra relegando lo afectivo a un segundo plano. Se me dirá que en la vida de estos personajes lo político y el amor estaban unidos, pero hay formas cinematográficas más efectivas para trabajar eso. Juan y Eva no logra decidirse nunca, y así lo afectivo se reduce a una serie de escenas en las que -siempre en un plano demasiado corto- los protagonistas se abrazan, se besan, se contienen. En un film que quiere definir sus plazos desde el subtítulo, con palabras como amor, odio, revolución, hay llamativamente muy poca pasión para transmitir. Para los parámetros del drama romántico histórico, Juan y Eva resulta un film excesivamente lavado, quieto, solemne, sin gracia. Si De Luque cumple un objetivo, es el de ser la aplicada alumna del presente, adornando una idea romántica y edulcorada del peronismo (lo único complejo es el peronismo, lo demás es blanco y negro, especialmente negro) e imaginando una escena como aquella en la que Braden lidera una manifestación, con banderas del socialismo y la UCR, que resulta ser una pesadilla que sufre Eva. Que aquella pesadilla pueda ser emparejada con el presente, es una de las posibles lecturas sobre nuestro tiempo que permite el film en esa y otras secuencias. Claro está que De Luque es dueña de posicionarse ideológicamente donde más le interese, pero lo que no debería estar permitido es que para hacerlo tenga que construir films tan desangelados, aburridos e ilustrativos como este.
Encuentro con una pareja histórica Indudablemente Juan Domingo Perón es un personaje controversial en la historia argentina. Muchas veces ha sido recreado en el cine con dispar suerte. En algunas oportunidades, casi caicaturizado y reducido a un puñado de gestos ampulosos y en otros elegido como estandarte en documentales pro-justicialistas. Para variar, esta vez siento que el registro viene por otro lado. Paula Luque, cineasta nativa y guionista, se preocupa en este primer trabajo importante (en su CV encontramos "El vestido" como el más reconocido por el público especializado) por contar una historia de amor. Claro, no deja de lado hacer una prolija investigación para encuadrar lo histórico en su justa dimensión y desnudar algunas cuestiones sobre la relación íntima de Juan Perón y su esposa. Es importante decir que para los que pintamos canas (o tenemos ya poco pelo), hay poca sorpresa. Arranca la historia con el devastador terremoto en San Juan hacia mediados de los 40' y su impacto en la oficialidad "revolucionaria" que dominaba al país. Entre el grupo de oficiales de segunda línea que lideraban ese movimiento (Luque pone en boca del militar decir que hicieron ese golpe "para terminar con el fraude"), Perón (Osmar Nuñez, de gran parecido físico con el General) se destacaba por sus ideas y su compromiso social, hecho extraño en esos días. El hombre tenía carisma (tres veces Presidente terminó siendo) y enseguida en aquel festival del Luna Park para recaudar fondos para la hermana provincia en ruinas, queda prendado por Eva (Julieta Díaz). Ella era actriz de radioteatros, de gran belleza y juventud buscando su lugar en el mundo del espectaculo. Al conocerlo, Eva queda impactada por su porte y llegada, lo cual preludia un romance complicado. En ese momento nuestro protagonista estaba ocupando la Secretaría de Trabajo e impulsaba muchas medidas que a ciertos sectores de la sociedad no le gustaban. Advirtiendo esto, el gobierno norteamericano envía un embajador llamado Braden (Alfredo Casero!!!) a poner las cosas en orden y liderar la oposición a dichas acciones. Veremos que sucede entonces en la vida de esta pareja hasta el famoso 17 de octubre de 1945, fecha crucial para este tiempo que vivimos. La película muestra paralelamente, los vaivenes de la relación (comienzan a convivir al poco tiempo) y el marco político en el que estaba inserto el entonces Coronel Juan Perón. El problema mayor de la cinta, es que nunca termina por definirse si volcarse de lleno al terreno amoroso (aunque Díaz le pone bastante el cuerpo a las escenas de cama) o profundizar en las intrigas palaciegas del corazón del poder. Su Eva es bastante sexy pero tiene poco fuego en la arena de la discusión. Eso, le juega en contra al film, ya que desperdicia a una intensa Julieta Díaz que por momentos parece no dar la talla de su personaje. No por falta de capacidad, sino de dirección, seguro. No vemos en Eva casi ningún rasgo que alumbraría lo que ella sería para el pueblo, nada menos que "la abanderada de los humildes". La carga mayor de los diálogos queda entonces en poder de la oficialidad que acompaña a Perón y a algunos secundarios interesantes, que podrían merecer más líneas (la asesora que escribe discursos, el hermano de Eva, etc) y eso hace que el film se deje ver pero no represente un trabajo sobresaliente. Donde hay mayor lucimiento es en el cierre de la película, cuando se funden lo narrativo con las imágenes de archivo en un simple pero eficaz recurso para dotar de emoción el cierre. Si me preguntan seriamente, más que una historia de amor, la sentí como un thriller político... Pero no se, he visto tanto cine en estas horas que quizás no sea justo rotularla en estas horas. Si se que es un producto interesante, con cierto valor histórico y prolijo. No creo que pase a la historia como si lo han hecho Juan y Eva en el corazón de nuestro pueblo...
Es atractiva la idea de contar la historia de amor de la pareja más importante de la vida política-popular de la Argentina. Enmarcarla en el lapso que va desde que se conocen en el Luna Park hasta la epopeya del 17 de octubre, antes que se casen, es inteligente porque se centra en un período fértil aún no abordado por el cine que permite el recorrido antes del mito y el foco en la historia íntima de Juan Perón y Eva Duarte, lejos del bronce. La idea de volver sobre los pasos de la leyenda, en un no alusivo pero no por eso menos evidente intención de hacer dialogar a la “primera pareja peronista en el poder” con la segunda y actual, es sin duda, pertinente y oportunista. La idea es buena, el resultado es pésimo y cuesta creer que la película sea tan mala. El guión, escrito por Paula Luque con colaboración de Jorge Coscia, es carente de todo. No es posible rescatar un solo diálogo en las escenas románticas ni en las líneas de conflicto como la conspiración militar de intención histórica o el progreso de la relación, que aburre. La intención de desacralizar a dos personajes tan potentes diciendo cosas banales, no los acerca, no los humaniza, más bien los achata. Las escenas en la cama – el evidente salto de riesgo de la película –, se repiten cuatro veces sin que ninguna cuente nada interesante, sino más bien que resulten chocantes por estar contadas tan baratamente desde la puesta de cámara y la falta de emoción que transmiten los actores, a pesar que intenten lo contrario con pensado frenesí. En algunos pasajes - resalta un desnudo de ambos, abrazados -, se percibe una intención plástica que no convence, un envoltorio lumínico excesivamente artificial que tampoco resulta bello. Los actores no están bien. Osmar Núñez, de evidente capacidad expresiva, no da con Perón y Julieta Díaz, con algún tic evitista potable de explotar, no convence. Pero lo peor es que falla la química entre ambos. No trasmiten nada, no son la pareja creíble que la película quiere mostrar, conectada y pasionalmente unida, a pesar de que ambos actores hayan declarado lo contrario. Si la pretensión es mostrar el proceso que convierte a Eva en una dirigente, tampoco funciona. A dos o tres frases firmes, de algún contenido, esporádicas pero que podrían ir construyendo la idea – lamentable la escena en que de un arrebato, tira las cosas de una mesa -, se le suman otras en que, mientras Perón da discursos, ella con cara de aburrimiento y la mirada cabizbaja, está demasiado lejos de estar compenetrada con la vida política. Más bien parece obligada. El resto del plantel de roles, muy malo. Desde Alfredo Casero haciendo un Braden improbable de estilo cha-cha-cha, un Fernán Mirás desaforado, Garzón desdibujado y hasta un Pompeyo Audivert haciendo de un Farrell fuera de tono. Todos mal dirigidos. La realización es lamentable. La fotografía, a pesar de su intención pétrea, atrasa 30 años; los planos poco interesantes, plano-contraplano para los diálogos, encuadres simétricos no trabajados; planos cortos – como el lamentable de los rostros en la lancha en el Tigre -. Las escenas que trabajan los silencios y las miradas, como manera de descontracturar y volver más intimista el clima, al no alcanzar la intensidad esperada se tornan momentos vacíos del relato. Interesante la idea de recrear fotos conocidas de la pareja pero sólo una – una toma abierta en el Tigre antes de que Perón quede preso en Martín García -logra algo. La escenografía quiere ser austera y despojada pero resulta chocante aún para ojos no entrenados en las lides de vestuario y ambientación. Mesas sin manteles, tortas de cumpleaños que parecen compradas en COTO, las mujeres siempre despeinadas, tratos informales que suenan improbables, guayaberas que suenan raro. Y sobre todo desentona Eva. Siempre de entrecasa, desarreglada en toda circunstancia, hecho poco creíble para una mujer que estaba entrando en el círculo de poder. El recuerdo de Esther Goris surge deslumbrante, Víctor Laplace te perdonamos y el guión de Feinmann con la dirección de Desanzo se siente como una película revitalizada. Por último, la dedicatoria de “Juan y Eva” a Leonardo Favio resulta incomprensible, a no ser en su aspecto nominal, por tratarse de una película apocada, sin pasión, mal encarada y sin interés.
Juan y Eva le adjudica al romance el peso apropiado en el desarrollo en la historia política del principal líder político argentino del siglo XX. La historia de amor entre Juan Perón y Eva Duarte, ¿es apenas una excusa narrativa reiterada o es correcto pensarlo como un elemento catalizador de la más importante transformación política de nuestro país durante el siglo XX? Tiendo a creer que el discurso de la tradición novelística suele adjudicar a la histórica irrupción de Eva Duarte en la vida de Juan Perón un valor que la investigación histórica no podría sustentar. Juan y Eva cumple de algún modo en darle a este romance el peso apropiado en el desarrollo en la historia política del principal líder de nuestro país. Al mismo tiempo se propone contar ficcionalmente la historia haciendo centro en Perón, como hasta ahora no lo había hecho el cine. Esos elementos son los principales valores de esta película. Vale repetir de otro modo lo dicho anteriormente, la historiografía antiperonista, la narrativa gorila, el relato familiar de los hogares bien avenidos ha adjudicado a Eva Perón un rol clave en la constitución de aquel día en que las masas populares asumieron su emancipación política, intentado dejar al coronel Perón, a partir de tal construcción imaginaria, como un títere en sus manos, expropiándolo así de toda capacidad estratégica y política. Al tiempo que a Eva se la construía como una arribista, como una joven capaz de pasar de amante en amante para lograr sus objetivos. Partiendo de la novela de Jorge Coscia, Paula de Luque, narra la historia de ese amor dentro de la Historia, pero con algo más de propiedad al evaluar los roles políticos de ambos líderes y amantes. Del resto, lo más notable es el trabajo de Osmar Nuñez, que construye a Perón abandonando toda copia física y priorizando la recreación del personaje, algunos buenos momentos dramáticos en la construcción histórica, entre ellos los principales del tramo final, y no mucho más. Paula de Luque tramita su película respondiendo a clichés que no favorecen a la narración, planos que solo sirven para remarcar situaciones dramáticas ya contadas, mala elección de la música incidental, diálogos por demás impostados, falta absoluta de tensión en las escenas colectivas. Juan y Eva evidencia sus méritos desde el título. La alteración del orden formal obligado, la mujer primero y el hombre después, habla del sujeto sobre el cual hace eje del relato, lo que es mucho más justo con la verdad histórica en relación con lo que hasta ahora ha hecho el cine y la narrativa ficcional en general.
Quizás esta sea la película más peronista del cine argentino de los últimos tiempos, o de la historia del cine nacional, y no está nada mal que así sea. Paula De Luque su realizadora centró la historia en el amor de Juan Domingo Perón y Eva Duarte antes de ser Evita. Todo comienza con el famoso festival que se realiza en el Luna Park para las víctimas del terremoto de San Juan. Es ahí donde Perón conoce a Eva Duarte, una joven actriz de radioteatros, hasta ese momento una más del montón. Perón viudo, joven, con gran porvenir en la política, muy buen mozo y seductor, conquista a esta actriz yendo a verla a la radio ante las miradas de envidia de las colegas de Eva. Aquí arranca esta historia de amor que llegará hasta el 17 de octubre de 1945. Todavía Eva no es Evita y hay en ella mucha admiración y respeto hacia Perón. Osmar Nuñez personificando a Perón se destaca por algunos rasgos muy parecidos. Es de destacar que aquí no hay una imitación en la voz y eso hace que la película gane en credibilidad, de lo contrario se convertiría en una personificación bizarra. Otro tanto ocurre con esta Eva encarnada por Julieta Díaz. Una vez más esta actriz nos vuelve a sorprender con la caracterización de quien es una de las mujeres más fuertes de la historia argentina. Animar a Perón o Evita no es fácil para ningún intérprete. Se puede caer en el ridículo o en la caricaturización, y aquí los dos protagonistas salen airosos. La fotografía, el vestuario y la dirección de cámaras son impecables. Se puede discutir y no estar de acuerdo con ciertas situaciones que se narran, pero no podemos negar que aquí lo que interesa es cómo comenzó este amor y esta historia política. “Juan y Eva” es una realización cálida donde se destacan Alfredo Casero, Fernán Mirás y Karina K entre los integrantes de un gran elenco. Que el cine argentino vuelva a incursionar en cómo nació el peronismo, y cómo nace el amor entre estas dos figuras de nuestra historia política argentina, es necesario. Las nuevas generaciones podrán ver qué fuerte ha sido este movimiento y porqué hoy después de tantos años se sigue escribiendo la historia. Buena elección para ver, creer o no creer. Como dice la canción, si la historia la escriben los que ganan eso quiere decir que hay otra historia. Y esto recién empieza. Muy pronto llegará a los cines “Néstor”, una película de Pablo Trapero, que mostrará la vida de quien fue otro de los hacedores de que los jóvenes vuelvan a creer en la política.
Este film es de la Directora, Intérprete, Guionista y Ayudante de dirección Paula de Luque (“Cielo azul, cielo negro 2003”; “El vestido 2008”; entre otras), se centra en la historia de amor de Eva Duarte (Julieta Díaz) y Juan Perón (Osmar Núñez) se sitúa entre el terremoto de San Juan, ocurrido en enero de 1944 hasta el 17 de octubre de 1945, estas dos personas sin ninguna duda fueron muy importantes dentro y fuera de nuestro país. Se realizaron varias versiones cinematográficas, algunas muy valiosas, otras polémicas como Evita en 1996 de Alan Parker, que género discusiones, cuestionamientos y controversias; entre los que la odiaron y la amaban pero nunca fue indiferente para nadie. No es una película sobre el peronismo sino muestra cómo se va gestando su relación entre un Coronel del Ejército y una actriz de radio, dentro de un clima político y social, todo comienza en el Luna Park cuando se recaudan fondos para las víctimas del terremoto; ni él ni ella sabían hasta entonces todo lo que les depararía el destino. Para consolidar su relación debieron sortear diversos obstáculos, el ejército ve con malos ojos la relación de Perón con una actriz y ella aun no comprende la política ni el universo militar ni que está dispuesta a hacerse un lugar en la vida con un hombre que le lleva 26 años. Él todavía no es el General Perón, y descubre en esa mujer un encanto que lo sorprende cuando ya no esperaba volver a enamorarse después de la muerte de su primera esposa Aurelia Eugenia Tizón; surgen los fantasmas de otras mujeres, el universo sindical, el Ejército y el mundo de la radio se entrelazan sagazmente durante estos meses. El film desde lo narrativo se divide en tres: El amor, el odio y la revolución, (con algunos errores históricos), se intenta una construcción de personajes y no una imitación en el caso de Osmar Nuñez la actuación es correcta, quizás no da es su aspecto físico y Julieta Díaz aporta buenos momentos de celos, encarnando una Eva posesiva y obstinada, aunque no logra sostener el personaje, queda algo tibia; por momentos se hace un poco densa, esta logrado el montaje de Alberto Ponce (La próxima estación; Tierra sublevada: oro impuro; La mirada invisible; entre otras), vemos imágenes de archivo de la época, intercala imágenes con escenas en blanco y negro y en color y se mezclan con la ficción. Se destacan en sus personajes Fernán Mirás quien es el General Ávalos, un villano; María Ucedo, interpretando a Blanca Luz Brum; Sergio Boris- Coronel Domingo Mercante; Alfredo Casero-Embajador Spruille Braden; Pompeyo Audivert -Presidente General E. J. Farrel; Lorena Vega- Erminda Duarte; Alberto Ajaka-Juan Duarte; Gustavo Garzon-Atilio Bramuglia y Fabián Arenillas- el Coronel Imbert; y la estupenda música de Ivan Wyzsogrod (Gatica, el Mono; Perón, sinfonía del sentimiento) y dentro de los créditos hay una dedicatoria a Favio.
Una buena historia de amor, odios y revolución La película de Paula de Luque muestra el comienzo y desarrollo de un amor que más tarde será Historia Argentina, pero que en el principio es sólo amor Dedicada a Leonardo Favio como homenaje tal vez a Perón, Sinfonía de un Sentimiento, cuya remasterización de imágenes permitió a cineastas, documentalistas y espectadores tener por fin buen sonido e imagen de una Historia que nos pertenece, la película de Paula de Luque, narra una historia de amor. No es una historia más si consideramos que ambos sujetos se convirtieron en los íconos históricos más representados y cuyas figuraciones se rastrean fácilmente en el cine, la literatura, el teatro y la plástica. De hecho, en este mismo instante diversas Evas circulan por teatros, textos y debates. Siempre que aparece una nueva Eva no faltan voces que se alzan para hablar de oportunismo y parecen desconocer que desde La mujer del Látigo (Mary Main), desafortunada y mal escrita biografía de Evita hasta hoy, sujetos tan disímiles como el propio Favio, Desanzo, Parker, Héctor Olivera (Ay Juancito), Copi, Santoro, Sebreli, Sarlo, Tomás Eloy Martínez sin dejar de mencionar al enorme Rodolfo Walsh, Borges, Viñas, Carlos Gamerro, Cristina Escofet, Marta Avellaneda y otros que se han ocupado y se seguirán ocupando del mito proliferante de nuestra historia, de hecho en octubre próximo se estrenará el largometraje de animación titulado Eva de la Argentina dirigido por María Seoane. Lo ha dicho Daniel Santoro, Eva posee una iconicidad única y resulta que Perón fue el fundador del movimiento político más importante de nuestros lares. Si la película cita, apropia o dialoga con otros actores sociales o con otras figuraciones, no es una cuestión que deba ser evaluada en su crítica sino en un ámbito más amplio como es el de los capitales simbólicos que poseemos y en los que se materializan los rostros de la Historia Argentina. Coincide con el año eleccionario pero es claramente más cercana y seria que esa Evita interpretada por una Madonna regordeta por su embarazo de cinco meses, cuando debía representar a una mujer abatida por el cáncer. Un oprobio cinematográfico más a los que “los de afuera” nos tienen acostumbrados y hasta les prestamos el balcón… Es cierto, el presidente de entonces era cholulo y las rubias lo podían. Aclarada esta cuestión que me permitió la distancia de no asistir al estreno pero que vi reflejada en ciertas críticas vamos al film. La película de Paula de Luque se centra en el momento exacto en que el entonces Coronel Juan Domingo Perón, conoce a quien luego será simplemente Evita. Este segmento que trata sobre el amor y que no había sido abordado antes con detalle permite un acercamiento a estos íconos de la Nación con su dosis de humanidad justa. Y digo justa porque no hay ademán ni forzamiento en la construcción de ellos y porque si uno fuera somalí no intuiría nada del destino de esa pareja. Las plazas posteriores a la de octubre de 1945, plenas de los diversos colectivos que idolatraban a ambos, están fuera de esta discusión y sin un corolario politico final. La Eva construida por Julieta Díaz es sumamente original y orgánica porque es una Eva dubitativa, asustada de perder ese amor que consiguió, una María Eva que de a poco toma conciencia de lo limitante de su condición de “bastarda” para el ámbito castrense, de cuántas mujeres quieren tener a ese hombre y de cómo todo está por aprenderse. Y así ella se acerca, conoce, fisgonea, escucha lo dicho en voz baja. Encontró al amor y no lo quiere dejar escapar, pero, hay mucho enemigo suelto. Mucha cuestión de clase que en la Argentina de los 40’ y aún hoy sigue queriendo tallar en las camas, amores y sexo de los demás. Sin embargo, en un segmento en que espera noticias de su amor encarcelado, Eva fuma un cigarrilo sentada en su cama y le convida uno a la mucama, y la invita a sentarse junto a ella, esa imagen breve en la que el plano las muestras paralelas y juntas permite avizorar de algún modo, quiénes serán los destinatarios de sus esfuerzos futuros, a quiénes ella considerará sus iguales. Es cierto que muchos adscriben a representaciones de Eva más miméticas (no sé con respecto a qué Eva si no la han conocido) y hay quiénes la trataron cuando ya era primera dama, pocos son, ya que pasaron muchos años y los recuerdos se encuentran tan impregandos del espesor de signos que es hoy Evita que es difícil asir la realidad de esos relatos. Es verdad también que las representaciones de La Abanderada de los Humildes han pasado a formar parte del ícono Evita pero creer fehacientemente en ellas, salvo por gusto estético, es como creer que el Che Guevara real puede estar en una remera Lacoste. Pero lo cierto es que en este film no hay maniqueísmo en la composición de los personajes. Él, en una muy buena composición de Osmar Nuñez, es un Coronel en franco ascenso y el terremoto acaecido en San Juan en enero de 1944 que enterró a la provincia bajo un manto de escombros, es el hecho histórico real en que el acercamiento entre Eva Duarte y el emblemático líder se produce. Después, la Historia no cuenta porque estamos ya en la ficción y por suerte ésta narra como se le da la gana una historia de amor, de odio o de guerra. Un tratamiento de imágenes cuidadoso, como mimesis de una época en la que los prejuicios son la base del conflicto más serio que afrontó esa pareja a lo largo de su escasa vida, permite obtener imágenes de encuentros amorosos que en planos y contraplanos exhiben una pasión que no se llama amor hasta el final, cuando el Coronel preso en Martín García finalmente descubre qué es lo quiere. Cuenta un ex secretario del general en el exilio, cuyo nombre no delataré, que Perón jamás se mostró en calzoncillos delante de nadie que no fuera de su entorno íntimo, su mujer y la película de De Luque deja al general en su uniforme tal y como el imaginario lo ha concebido y desviste a los amantes en la cama sin caer en chabacanerías inútiles. El elenco compuesto por nombres de peso cumple sus roles de modo eficaz en todos los casos, sobresaliendo además de los nombrados: Fernán Mirás, Pompeyo Audivert, Alberto Ajaka y Alfredo Casero. Las secuencias que representan a la familia de Eva también están logradas porque son verosímiles. Para los que conozcan la vida de estos personajes, no es ninguna novedad que existían reticencias al principio y entrega absoluta después. Perón era irresistible para las mujeres de su entorno laboral y para los muchos otros que veían en él al sujeto capaz de levantar las banderas de la justicia social. Amor a hurtadillas primero, amor público después, amor con casamiento para legitimar una situación que tanto fastidiaba a los ámbitos clerical y castrense, tal vez las esferas más hipócritas de ese momento (y otros). Con una música que acompaña sin manipular la emoción, el film de De Luque podría decirse de PH Neutro no porque no se juegue sino porque cuenta esta historia sin fanatismos, sin aspiraciones de bustos ni bronces porque eso fue al principio, un amor, como cualquier otro entre dos amantes que no estaban destinados a ser como cualquiera de los otros. Dividida en tres segmentos: Amor, Odio y Revolución, el film contiene un in crescendo dramático y sentimental que sin melodramas da cuenta de una pasión que se multiplicó en años y en millones. ¿Hay otros amores parecidos? No lo sé, especular sobre eso, seria ser mezquino con esta creación.
Transitando fundamentalmente el vínculo afectivo entre el carismático Coronel del Ejército Juan Domingo Perón y la incipiente actriz radial Eva Duarte, Juan y Eva propone un acercamiento a una trama atravesada por múltiples circunstancias históricas. Una crónica de una porción sumamente significativa de nuestro pasado político que no impide que estemos ante un film visceral y encendido. Alejada de la experimentación audiovisual que caracterizó sus films anteriores, la realizadora Paula de Luque encaró su trabajo más maduro y ambicioso, buscando no sólo escenificar ese poderoso vínculo sino desmenuzar la situación gubernamental, social y jerárquica de una sociedad argentina en vísperas de un cambio profundo y sustancial. Con indisimulable amor y consideración hacia sus personajes, de Luque revela también algunos claroscuros de Perón y Eva, dentro de los feroces tironeos y luchas de poder que signaban la época, más allá de que cierta solemnidad aflore en algunos tramos y no colabore en una mayor fluidez del relato. El terremoto de San Juan de mediados de los años 40 da pie al metafórico origen de la historia de amor que insinúa el título, cuyas nada sencillas etapas se irán delineando en el marco de intensos acontecimientos socio políticos. Y que desembocarán, con una enorme vibración emocional, en la movilización del 17 de octubre de 1945. La utilización del blanco y negro –dentro de un interesante manejo de las tonalidades- unifica los materiales empleados, logrando un convincente mix de la emblemática epopeya, realzado por la notable música de Ivan Wyzsogrod. El enfoque general, centrado en el hombre y la mujer que están detrás del mito, se armoniza con las caracterizaciones de Osmar Nuñez y Julieta Diaz, que descollan y escapan a los estereotipos, junto a otros sólidos trabajos de Fernán Miras, Maria Ucedo, Alfredo Casero y Pompeyo Audivert.
“Juan y Eva” pone en primer plano al hombre y a la mujer detrás del mito y la leyenda, busca el génesis de la historia de amor, el lado B de dos referentes políticos de resonancia internacional. No es un panfleto político encubierto, como ha sucedido en otras oportunidades. No intenta convencernos de ninguna postura ideológica, solo pone de manifiesto un fragmento de la historia que puede ser apreciado más allá de nuestras elecciones personales en las urnas. La película compensa algunas pequeñas falencias con un elenco de lujo, con interpretaciones destacadas de ambas figuras centrales y de María Ucedo.
El amor es un revolución eterna Si había una historia soñada por muchos argentinos era aquella del general Perón y Eva Duarte, eso pareció entender Paula de Luque quién concretó su filme con rigurosidad y sin caer en ninguna cosa que suponga hacer un filme "para llevar agua a un molino determinado", que aquí sería el oficial. Esta directora narra una relación difícil, tempestiva, controvertida, polémica, con la de la actriz mediocre -que Eva lo era- y el líder más carismático y notable que tuvo nuestro país el pasado siglo. La austera realización -sin pomposas o costosas aristas de superproducción- surge como un muestrario objetivo y honesto, a diferencia de aquella "Ay Juancito!" de Héctor Olivera, apósito del cine de la vereda contraria, y sino recordar: "No habrá más penas ni olvidos" (1983). "Juan y Eva" no es la gran película, pero si un notable ejemplo de verosimilitud y seriedad, sus protagonistas están más que bien: Osmar NÚñez es un Perón estupendo con su carismática retórica y amabilidad, en tanto Julieta Díaz una Evita significativa, que pela agallas y cría su terrible resentimiento en distintas partes de la historia. Pero el amor es más fuerte que todo eso y los personajes se encargan de sentirlo y nosotros de apreciarlo en este filme digno y muy recomendable en su totalidad.
Amor con gusto a poco Juan y Eva es una película revisionista que elabora la directora Paula de Luque acerca del nacimiento de la relación entre Juan Domingo Perón y Eva Duarte. La narración tiene un claro sello de homenaje, que más allá del esfuerzo, muestra un montón de cuestiones de personalidad que son poco apreciables y queribles en sus 2 protagonistas. Aclaro que no soy partidario de ningún movimiento político y no entiendo la fascinación de mucha gente con estos dos personajes históricos, o mejor dicho, la entiendo pero no la comparto. Creo que sin querer, Luque pone en pantalla a un Juan y una Eva con defectos y virtudes bien humanas, que en mi caso provocó más rechazo que enamoramiento de los personajes, y creo que esa no era la idea inicial de la directora. Sea como sea, en la puesta en escena de estas dos personalidades, creo que hay un trabajo honesto más allá de la reacción final que suscite en cada espectador y eso siempre es bueno, aún siendo un acto involuntario. Como historia de amor... no me convenció del todo. Hay un juego constante entre la relación de Perón y Evita, y los hechos históricos que marcaron el nacimiento del Peronismo que se termina inclinando hacia este último lado. La película se vende como una gran historia de amor, pero en realidad esa parte de la narración se muestra fragmentada e insuficiente más allá de una o dos escenas que logran captar la pasión entre los dos protagonistas. Hay un poco de sexo entre los próceres, algunas peleas apasionadas y una que otra secuencia tierna entre los dos, nada más que eso. Creo que la mayor falencia fue no decidirse del todo por la historia de amor, debido a que al querer resaltar la parte histórica, pierde fuerza y no logra lucirse en la primera dimensión. Ciertamente, tampoco se luce en la parte histórica más allá de algunas imágenes de archivo. Los actores Osmar Núñez (Juan) y Julieta Díaz (Eva) están muy bien en sus roles al igual que el reparto secundario que incluye nombres como Fernán Mirás, Alfredo Casero y María Ucedo. Para redondear, creo que como historia de amor es insuficiente, por lo que aquellos que vayan esperando conocer más en profundidad sobre este tema no saldrán satisfechos. Quizás para aquellos que tienen un gran afecto por la figura de estas dos personalidades argentinas en cuanto a su forma de ser resulte interesante y les aporte algo nuevo. A mí me quedó gusto a poco.