Joy: el nombre del éxito

Crítica de Rocío Llano - El Lado G

Jennifer Lawrence vuelve a trabajar con el director David O. Russell por tercera vez luego de El lado luminoso de la vida (Silver Linings Playbook, 2012), que le valió un Oscar como mejor actriz, y Escándalo americano (American Hustle, 2013). Sin el encanto de la primera, pero sin hundirse como la segunda, Joy: El nombre del éxito (Joy) queda a medio camino de encontrar su identidad.

Como suele suceder en el cine, esta película está basada en una historia real: en la vida de Joy Mangano, una inventora estadounidense que pasó de no poder pagar las cuentas a fundar un imperio millonario. Lawrence interpreta a la mujer en cuestión, madre de dos hijos, responsable de la economía de su familia e incluso de su ex marido, que vive en el sótano.

Joy tiene que hacerse cargo de una familia disfuncional e inestable por donde se la mire. Terry (Virginia Madsen), su madre, es adicta a las telenovelas y desde su divorcio que no hace más que encerrarse en su habitación y perderse en el televisor. Su padre, Rudy (Robert De Niro), tenía su independencia hasta que se separó de su pareja y se sumó al sótano donde ya estaba viviendo Tony (Édgar Ramírez). Los hijos son el principal motor de Joy, que por trabajar y sostener su hogar dejó de lado sus sueños y sus creaciones. De los adultos, Joy recibe apoyo de Mimi (Diane Ladd), su abuela, quien siempre le insistió en su poder para triunfar.

La vuelta de Rudy sacude la situación en el hogar, hasta que comienza una relación con Trudy (Isabella Rossellini), viuda de un exitoso hombre de negocios. Un pequeño accidente y el agotamiento de las responsabilidades hogareñas llevan a Joy a crear un trapeador que se escurre sin tocarlo y puede ser lavado y reutilizado. Con el dinero invertido por Trudy, Joy utiliza su ingenio para poner su invento en el mercado, y así es como conoce a Neil Walker (Bradley Cooper), ejecutivo de QVC, uno de los famosos canales que se dedican a la venta de objetos al estilo Sprayette.

Los problemas abundan en la vida de la protagonista, y en su mayoría tienen que ver con la intromisión de su familia. Su media hermana, Peggy (Elisabeth Röhm), celosa de que Joy logre destacarse, entorpece el negocio, y los malos consejos del grupo dificultarán las decisiones empresariales. Son su ex marido y Jackie (Dascha Polanco), su mejor amiga, los mejores asesores y compañeros de Joy en su camino al éxito.

Russell usa las características de estos personajes para adornar la narración. La voz de Mimi acompaña varias escenas desde el off, al contar la historia de su nieta, mientras explica los cómo y por qué. El formato soap opera que capturó a Terry por momentos se roba la pantalla, como un recurso cómico pero que resulta excesivo. Flashbacks y flashforwards también son utilizados, a veces con mayor efectividad, por sobre todo al principio de la película, cuando se presenta a Joy como una niña que jugaba y creaba a la vez.

La mezcla que crea el director, que además es el guionista del film, no resulta homogénea y se pierde en la estructura que no termina de definirse. El mayor acierto fue poner a Lawrence como protagonista, que se luce en el papel y le suma puntos a la película con su encanto y talento. Las actuaciones de Ramírez y Madsen son otro punto a favor, y Cooper, que tiene un rol menor de lo que indica su lugar en el poster, aporta su cuota de carisma. La fórmula del gran elenco que Russell ya probó, y no le resultó en Escándalo Americano, vuelve a demostrar que hay figuras que se desperdician, como es el caso de De Niro.

A pesar de sus fallas Joy: El nombre del éxito logra algunas risas en el espectador. La inclusión de Melissa Rivers, que interpreta a su madre, la comediante Joan Rivers, es uno de los guiños que funcionan a su favor. Pero el afán del director de mostrar el entramado de los negocios, los conflictos familiares y el costo del éxito puede resultar tedioso. Uno de los problemas es el cariño que Russell le tiene a la figura de Joy Mangano, a quien agranda con cada escena del filme, mostrando lo difícil que es su vida pero que ella puede lograr lo que se proponga, sin importar el costo.