Jojo Rabbit

Crítica de Pedro Squillaci - La Capital

Crear una película en la que el mismísimo Hitler sea un amigo imaginario tan facista como imbécil ya es una jugada maestra. Eso hizo Taika Waititi con "Jojo Rabbit" y dio a luz una historia que, más allá de ser divertida, jamás se despega de la feroz crítica hacia el nazismo. Ambientada en el ocaso de la Segunda Guerra Mundial, la película retrata a las fuerzas del Führer en plena decadencia. Para sumar fieles a la causa, se les ocurrirá adoctrinar niños, quienes serán mejores, según su ideología, cuanto más violentos sean. Jojo Betzler (impecable Roman Griffin Davis) tiene tanto fanatismo por la svástica que el que tendría cualquier chico de esta era por un jueguito de la Play. Tanto es así que tiene un amigo imaginario que es Hitler, tan torpe y burdo como fundamentalista, y también extremadamente gracioso (Waititi, el también director del filme). Jojo quiere ser un nazi perfecto, pero cuando le toca matar a un conejo no puede hacerlo. Bullyng mediante le pondrán Jojo Rabbit (de ahí el título del filme) y el chico comenzará a reflexionar sobre su desdemedida pasión. En el medio, y lo más importante, su mamá (Scarlett Johansson, siempre eficiente) es una activa militante de la resistencia y tendrá refugiada de incógnito a una adolescente judía (la bella Thomasin McKenzie), que tendrá un vínculo sensible con Jojo. El filme de Waititi tiene momentos dramáticos y es imposible no asociarla a "La vida es bella", por la lograda mixtura de lo trágico con lo gracioso, sin soslayar la denuncia. Los personajes son entrañables y la historia sensibiliza y divierte. Hay que verla.