Jojo Rabbit

Crítica de Nicolas Mancini - Lúdico y memorioso

Jojo Betzler es un nene alemán que tiene a Hitler de amigo imaginario. Esa es la delirante premisa de la fábula anti-nazi que Taika Waititi pudo meter entre rayos de dioses y cascos mandalorianos.

En su nueva película, el director neozelandés capta la esencia de sus primeros films y, a la vez, aprovecha el presupuesto que logró post-Thor: Ragnarok y Casa Vampiro para trabajar en extrañas y elaboradas locaciones con un elenco de primera mano, como el que conforman Roman Griffin Davis, Scarlett Johansson, Sam Rockwell y él mismo.

El director juega con los contrastes en todo momento y de diferentes formas. La música anempática; la comedia negra y el drama; la cámara lenta en juego con los encuadres dinámicos y los planos que parecen detenerse en el tiempo; las licencias fantásticas en un contexto reconocible y la forma de expresarse de los actores en contrapunto con el momento histórico son algunas de las características impuestas en este sentido por Waititi que no hacen más que convertir a Jojo Rabbit en una película personalísima e inclasificable.

Pero el redactor de estas líneas se detendrá en lo que cree que es el principal logro del neozelandés en la construcción de su película: si bien está sostenida por una estructura clásica, es sorprendente la convivencia increíblemente natural de un humor negrísimo y efectivos golpes bajos repletos de dramatismo.

Waititi anula lo políticamente correcto al exponer durante la primera parte del film todos aquellos latiguillos que deberían ser evitados si existiera una polémica “ley” que reglamentara qué es lo adecuado y que no en determinadas historias. Durante los primeros minutos del film hace que sus personajes ya no tengan nada más que decir al respecto, acostumbrando rápidamente al espectador al tono de la película y preparándolo para los momentos reflexivos y emotivos.

Otro aspecto a destacar de Jojo Rabbit es lo que fue mencionado anteriormente como “planos que parecen detenerse en el tiempo”. Así como una película de Anderson, las locaciones de la Alemania de Waititi parecen maquetas planas, estilizadas y sin cielo, que son atravesadas lateralmente por sus personajes.

En varias oportunidades, el director consigue encuadres compuestos de manera tal que podrían ser pinturas suyas, con todas las excentricidades que podrían tener estas (véase las de Lynch, que parecen planos de sus películas). A su vez, los caricaturescos Hitler, Rosie o Klenzendorf fluyen extrañamente en las escenas a tono con la mirada del niño protagonista, como si éste los hubiera insertado en su mundo imaginario.

Se ha hablado mucho de que Jojo Rabbit comparte elementos de La vida es bella, pero si uno quiere hacerse una idea previa más acertada de la película debería, por las pequeñas causas mencionadas en los otros párrafos, sustraer mentalmente algunos recursos característicos -plásticos, sobre todo- de la obra de Wes Anderson y recordar el humor tan particular de filmes del propio Waititi, como What We Do in the Shadows o Hunt for the Wilderpeople. En su última película, el director da la sensación de haber logrado desafiar de alguna manera su yo-autor y esto da como resultado un híbrido nunca visto en su filmografía.

POR QUE SI:

«Sorprendente la convivencia increíblemente natural de un humor negrísimo y efectivos golpes bajos repletos de dramatismo»