Jojo Rabbit

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

Más propaganda que polémica, Jojo Rabbit, la nueva película de Taika Waititi, prometía ser algo que ni lejanamente termina siendo. Lo que entrega es una buena idea ácida que se diluye en el típico melodrama de Holocausto. A duras penas llega a algo aceptable. Todo gran realizador comenzó alguna vez siendo una gran promesa.
Todos tienen ese film, que puede o no ser el primero de su filmografía, que los puso en el candelero y sobre el que después erigieron una carrera. También algunos quedan en esa sola promesa. Una gran película que dio esperanzas de haber encontrado a alguien que se haría notar, y siguientes pasos que lejos estuvieron de estar a nivel.
Este parece ser el caso del neozelandés Taika Waititi. En 2014, su tercer película, What we do in the shadows fue un éxito rotundo tanto de taquilla como en las opiniones de crítica y público que hablaban de un clásico instantáneo. El desopilante falso reality show vampírico nos sorprendió gratamente a todos, y ya queríamos más de él.
Dos años después, Hunt for the Wilderpeople no fue tan exitosa, pero el resultado igualmente es notable. El tema es lo que vino después, cuando finalmente Hollywood posó su mirada. Marvel se lo llevó para hacer otra de sus secuelas genéricas, Thor: Ragnarok, un pastiche indigesto que pretende tener sabor a todo, y no tiene sabor a nada.
Desde entonces, si bien no había concretado otro film, se lo cuenta en las filas de Disney/Marvel colaborando en distintos proyectos de la marca. Finalmente vuelve a estrenar otra película, y desde que se la anunció levantó revuelo. El régimen Nazi debe ser uno de los temas más delicados para abordar en una obra de ficción.
Mucho se habló, se habla, y se hablará sobre el Holocausto, Hitler, la Alemania Oriental, y el nacismo como régimen totalitario. Pero también es un asunto muy sensible que hay que saber cómo abordarlo para no ofender. No es la primera vez que alguien intenta hacer humor con los Nazis, y con Hitler, y siempre fue un tema polémico.
Desde El gran dictador a Mi Führer o Ha vuelto; hablar de un Hitler paródico es sinónimo de controversia; y Jojo Rabbit, lo nuevo de Taika Waititi, no es la excepción. Piensen, es la película en la que un niño tiene como mejor amigo al líder Nazi; a más de uno le sonó el alerta; más viniendo de un director que supo ser irreverente.
A partir de ahí, comenzamos a poner el pie en el freno. En realidad, Hitler es un amigo imaginario; y en realidad su presencia no es ni de cerca lo más importante del argumento, es casi una excusa o un adorno; y en realidad, Jojo Rabbit termina teniendo más de (melo)drama que de comedia; y en realidad, vamos a tener que despejar la sala por el excesivo humo creado.
Alemania, último período de la Segunda Guerra Mundial, Jojo (Roman Griffin Davis) es un niño algo introvertido, solitario, con un solo amigo, Yorki (Archie Yates), y pocas habilidades físicas. Vive con su madre Rosie (Scarlett Johansson), una agente del gobierno, y cree que su padre es un heroico soldado en el campo de batalla. Jojo es un ferviente admirador del régimen Nazi, con inocencia, defiende todo lo que tenga que ver con Hitler y los suyos.
Por supuesto, sus sentimientos hacia los judíos es una mezcla entre rechazo y temor, lleno de torpes prejuicios.

Su idolatría llega al punto de tener al propio Führer (interpretado por el mismo Taika Waititi) como amigo imaginario. En su mente Hitler es un personaje algo añiñado, con cierta inocencia, pero también “candorosamente” despiadado hacia su defensa contra ese amenazante pueblo judío.

Uno de los principales problemas de Jojo Rabbit (que es el apodo despectivo que le pone un soldado alemán cuando el nene se niega a matar un conejo), es que pareciera haber sido pensada bajo esta idea de “un régimen Nazi bajo la añiñada mirada de un nene fanático”, pero no se supo avanzar desde ahí.
Por eso es que cambia su argumento cada veinte minutos, media hora. Al principio conocemos a Jojo, su entorno, y vemos sus (des)venturas en un campamento de verano tipo colonia, en donde todo es morbosa diversión. Esto, sin dudas, es lo mejor de la película, las carcajadas brotan y la inventiva para la broma sarcástica ácida es certera y creativa. Sam Rockwell y – sobre todo – Rebel Wilson, como el capitán encargado de ese campamento y su secretaria, brillan. Pero el chiste se termina rápido, y cuando se hace reiterativo, recurre a otra cosa.
Jojo descubre que en el sótano de su casa, su madre mantiene oculta a una refugiada judía, la adolescente Elsa (Thomasin McKenzie), y básicamente cree que ella es de otra raza diferente, casi una alienígena. Elsa se aprovecha y le infunde temor a Jojo para sacar algún beneficio. Pero este juego también se termina antes que la película, y habrá que buscar con qué seguirla.
Cuando nos queremos dar cuenta, Taika Waititi nos prometió una comedia irreverente y corrosiva, y estamos viendo un dramón, muy forzado y golpebajero, más cercano a La vida es bella y El niño del piyama a rayas, con todo el edulcorante encima.
Podíamos suponerlo, Jojo Rabitt es Hollywood puro, Taika Waititi ya es un director bien hollywoodense, y no es algo que vaya a correr riesgos. La supuesta polémica no es tal. Ni el Adolf amigo imaginario es trascendente en la historia (perfectamente podría no estar, ni siquiera los mejores chistes pasan por él), ni hay algún atisbo de ambigüedad; todo es tan bien pensante y con moralina como siempre, como en los dos films antes mencionados.
Como es bien, pero bien Hollywood, también habrá lugar para un muy rancio patriotismo estadounidense fuera de lugar, falso. Waititi filma con soltura, mantiene buen ritmo, hace un buen uso de la banda sonora (algo remarcada) con canciones pop en alemán; y también hace que se destaquen todas las actuaciones.
Los dos niños tienen carisma, y refuerza la química entre Jojo y Elsa. Formalmente es un film aceptable. Jojo Rabbit no nos muestra a esa promesa de gran director que se suponía sería Taika Waititi.
Parece una película hecha por alguien amoldado, acomodado. Su guión vende algo que no es, y no logra mantener una historia sólida. Quizás, más acostumbrado a los cortometrajes, Waititi debió dejar su cuento en ese formato más estrecho. Si extraemos las escenas del campamento queda una comedia casi brillante, todo lo que viene después va perdiendo fuerza hasta estrellarse vergonzosamente. Una lástima.