Jojo Rabbit

Crítica de Emiliano Basile - EscribiendoCine

Mi amigo el Führer

Jojo Rabbit (2019), la nueva película del director de la divertida e incorrecta Casa vampiro (What we do in the shadows, 2014), es un relato de iniciación. Claro qué decir esto implica simplificar el argumento y la propuesta de la película de Taika Waititi, que trata sobre un niño que tiene de amigo invisible nada más ni nada menos que a Adolf Hitler.

La historia está basada en el libro Caging Skies (El cielo enjaulado, 2004) de Christine Leunens y cuenta la historia de un chico alemán de diez años (Roman Griffin Davis) fanatizado con el nazismo. Tal es así que su amigo invisible y alter ego es el mismísimo Führer (Taika Waititi). Junto con otros niños entra en un campo de entrenamiento nazi comandado por el Capitán Klenzendorf (Sam Rockwell) para formarse en la milicia de la juventud hitleriana, pero por accidente recibe el impacto de una granada y debe pasar más tiempo en su casa. En ella descubre que su madre (Scarlett Johansson) tiene escondida a una chica judía (Thomasin McKenzie).

Waititi utiliza un tono burlón para referirse al fanatismo que despierta el nazismo en medio de un pueblo iconico alemán durante la Segunda Guerra. Ya desde los créditos la versión en alemán de I Want to Hold Your Hand de The Beatles musicaliza las reconocidas imágenes de ciudadanos alabando a su líder bajo el saludo emblemático. Pero la película trata de la idealización del niño con la figura de Hitler y todo lo que representa. Por eso van al campo de entrenamiento militar “para aprender a ser hombres” y la realidad le estalla literalmente en su cuerpo. El dolor y la crueldad se presentan desde el primer minuto para el protagonista. Ese recorrido hacia la maduración implica la dolorosa pérdida de la inocencia y con ella, de la mirada ingenua de la realidad. Para el film es quitar el velo de fascinación que produce la Alemania nazi y descubrir su siniestra y terrible verdad. El argumento traza el camino para que el protagonista haga ese aprendizaje.

La barbarie nazi es tamizada (nunca enmascarada) por el humor subversivo del director, que también interpreta con histrionismo a Hitler, en cada escena de drama o suspenso. El humor aliviana la tragedia sin ocultarla, incluso, con el mismo mecanismo que la nueva comedia americana, introduce la incorrección política necesaria para hacer posible la representación. En otras palabras, es necesario el humor para presentar tales cruentos hechos desde la mirada de un niño.

Jojo Rabbit sigue la estructura del relato de iniciación también al presentar la figura femenina, aquella que reemplaza no solo a la madre sino también al padre. Pero para no entrar en cuestiones psicológicas freudianas, diremos simplemente que la película utiliza detalles sutiles para establecer los pasos del chico hacia la adultez. Entre esos elementos utilizados de manera simbólica por el relato aparece el baile, como signo de libertad en el que la película enfatiza. El baile es la liberación (del espacio que habita, de su rol de súbdito) por la cual se celebra la vida y se rehuye del horror. Jojo Rabbit también habla de la necesidad de la narración, siempre presente en la vida diaria. Entiéndase la ficción como recurso saludable para sobrellevar la tragedia de la guerra o del holocausto, implícitos sin nombrarse en el film. Taika Waititi lo sabe y utiliza el recurso en su propia película, adosando realismo mágico en cada pasaje que, junto con el humor satírico, invita a celebrar la ocurrencia y hasta descolocar -gratamente- por momentos al espectador.