Jojo Rabbit

Crítica de Alejandro Franco - Arlequin

Taika Waititi no es Roberto Benigni. El italiano será ahora un bufo en decadencia pero el tipo la pegó como nunca con el tono exacto que precisaba La Vida es Bella – con comedia, drama, emoción y horror, alternándolos con naturalidad y virtuosismo -. Acá Waititi no es tan fluido y, aunque cada escena funciona muy bien de manera individual, al sumarlas no termina de cuajar. Te da la impresión que Waititi pretendió hacer muchas cosas y al final obtuvo algo tibio, disfrutable durante su desarrollo, pero sin una conclusión satisfactoria. Como si dos películas diferentes – el drama sobre el horror de la guerra; la negrísima sátira sobre el nazismo – pretendieran ocupar la misma silla y se sentaran por turnos.

Jojo Rabbit se basa muuuy libremente en El Cielo Enjaulado de Christine Leunens. La novela original era un dramón pretencioso donde un pibe de la Juventud Hitleriana descubre a una chica judía refugiada en el ático de su casa y decide jugar juegos mentales con ella – aprovechando el aislamiento, le miente sobre todo (incluso sobre el final de la guerra) para tenerla de rehén y forzarla a que eventualmente ella se enamore de él -. Waititi toma la estructura, tira el resto y llena los huecos. Cuando los nazis están en pantalla, son brutalmente satirizados como fanáticos, inútiles, cínicos, burocráticos y/o amorales. Cuando el protagonista está en familia, la cosa se pone dramática y emotiva. Pero el relato pega bandazos de un lado a otro con el tono – en un momento te morís de risa (con un humor desquiciado a lo Airplane!) y en otro se te parte el corazón -, lo cual te desubica. El filme carece de sutileza y fluidez, cosa que el clásico de Benigni sí tenía. Y eso se vuelve un problema cuando te metés con un tema tan sensible como es el nazismo y el Holocausto. Waititi se pone al borde del offside cuando pone a Rebel Wilson a hacer chistes sobre cómo perdió la figura dándole 18 hijos al Reich, y a las dos escenas Thomasin McKenzie se pone a llorar como loca contando cómo vio a sus padres subirse a un tren que los llevaba directo a un campo de concentración… y sabiendo de que nunca mas los volvería a ver.

En realidad el drama central en la estructura de Jojo Rabbit pasa porque, cuando ponés a los nazis como comic relief, estás banalizando el contexto histórico (para colmo, para el que sepa algo de historia, el filme tiene unos errores tremendos como poner a estadounidenses y soviéticos invadiendo un pueblo alemán al mismo tiempo, o ubicar el Dia D y el atentado contra Hitler en la Guarida del Lobo por parte de Claus von Stauffenberg en los últimos meses de la guerra) y estás disparándote en tus propios pies porque, a su vez, pretendés tener tu cuota de desarrollo profundo y dramático. O el filme es una sátira o el filme es un drama y, si vas a mezclar las dos cosas, tenés que hacerlo con altura y propiedad. Cada momento de tensión entre Jojo y Elsa, la refugiada judía, es pulverizado por una intervención graciosa del Adolf Hitler / amigo imaginario del pibe. Se supone que son momentos angustiantes y dramáticos, de cambio de roles en donde la víctima considerada inhumana y frágil termina enseñándole humanidad al racista extremo. También es la confrontación de lo absurdo y esquemático que es su pensamiento, y la humanización de los personajes al descubrir su comunión en el dolor y la pérdida. Pero cuando tenés un momento de horror – la irrupción de la Gestapo en la casa de Jojo para investigar si los rumores de que hay refugiados judíos es cierto -, Waititi se despacha con el gag de los 30 Heil Hitler seguidos que, por mas hilarante que sea, trivializan la tensión del momento. Es como si Waititi no quisiera jugar serio por demasiado tiempo o si se asustara cuando las cosas se ponen intensas y decidiera escapar por la tangente con un chiste que relaje el ambiente.

Es difícil no recomendar Jojo Rabbit, aun cuando tenga contradicciones dramáticas importantes. Cuando es cómica, te morís de risa (como el montaje donde ves a los fanáticos del régimen asistiendo a los rallies nazis, pretendiendo tocar a Hitler durante la procesión mientras en el fondo suena una versión en alemán de Quiero Tener tu Mano de Los Beatles!), y cuando hay horror y desolación, la cosa te pega fuerte. Las perfomances son uniformemente excelentes, aunque le daría un premio a Scarlett Johansson, la cual se roba todas las escenas donde participa – ella es un espíritu libre que llora las pérdidas de su familia, irradia alegría para iluminar el alma de su hijo y se desarma emocionalmente cuando comprende que está criando a un monstruo adoctrinado por el régimen -. En todo caso es un experimento fallido (como si fuera un filme de Wes Anderson mal cocinado, donde todos los personajes son exóticos y bizarros y la banda sonora es en joda) pero que desborda de creatividad y que precisaba una mejor brújula dramática.